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Un altar en el concepto
religioso, siempre ha significado un lugar elevado (en sus orígenes
simples montículos de tierra o de piedra), o una tabla colocada sobre
unas gradas, en el que se depositaban ofrendas y/o se celebraban
sacrificios a la divinidad. Sin sacrificios, no hay altar y no hay altar
sin sacrificios.
Por lo tanto, ante este concepto cabe preguntarnos ¿Qué significa que
las iglesias evangélicas tengan altares en sus templos? ¿Es que acaso
aún existen los sacrificios en sus liturgias?
Las respuestas a estas interrogantes han de ser obtenidas a partir de
observar los rastros y enseñanzas que tuvieron y tienen las religiones.
El judaísmo, registra en su historia religiosa la presencia de altares
con sus respectivos sacrificios y cuyos simbolismos, proyectaban la
sombra de lo que había de venir, pero no la imagen misma de las cosas
(Hebreos 10:1). Cada sacrificio, cada animal sacrificado en los altares
del pueblo de Israel, representaban “el sacrificio” singular que efectuó
“El Cordero” de Dios llamado Jesucristo quien se entregó a sí mismo en
“el altar” del Gólgota de una vez y para siempre.
Una vez que Cristo vino al mundo y muere por los pecadores, ningún
sacrificio tiene validez para alcanzar la vida eterna y el beneplácito
de Dios.
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“…pero Cristo, habiendo ofrecido una
vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la
diestra de Dios…porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a
los santificados” Hebreos 10: 12-14
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No obstante a esta
colosal declaración de las escrituras, las religiones insisten en la
necesidad de mantener los altares y sus sacrificios.
La iglesia de Roma, por ejemplo, mantiene “la misa”; liturgia que viene
a ser una verdadera parodia de la comunión establecida por Cristo. La
misa no tiene nada que ver con la “cena del Señor” que la Biblia enseña
(1 Corintios 11:20). Ahora bien, su filosofía y práctica es coherente
con la utilización de un altar, ya que el objetivo de la “misa” es el
sacrificio que se cumple, según el dogma romanista, durante el ritual
místico de la transubstanciación de la hostia y del vino y que según los
teólogos católicos, esos elementos se transforman literalmente en el
“cuerpo y la sangre de cristo”. Por consiguiente, lo que la iglesia
católica realiza cada domingo es “el sacrificio de la misa”, de ahí el
uso del “altar”.
Lo que se ve en algunos templos de las iglesias evangélicas, no difiere
mucho de las catedrales y capillas romanistas. El altar fue incorporado a
la liturgia evangélica hace centurias y es un legado del romanismo,
pero no tiene ningún sustento en las escrituras. Aún más, en su razón de
ser, un altar demanda sacrificio y los que somos evangélicos, sabemos
muy bien que ya no se deben realizar más sacrificios, por lo tanto,
llamar “altar” al lugar donde se predica el evangelio, es un absurdo
anticristiano.
Es frecuente escuchar a pastores y líderes que a sus “altares” le dan la
connotación de lugares sacros e impolutos. Es como si esos lugares
estuvieran inmunes del pecado y que desde allí se desprendiese la virtud
del altísimo para sanar o hacer milagros. Ellos dicen: “pasa al altar
para que recibas la bendición” y lo único que ocurre es que los
feligreses van y se postran ante un escenario cuyo artista alabado es un
simple y mortal hombre.
El hombre siempre ha manifestado la soberbia obsesión de ponerse sobre
los demás; ser observado, ser el centro, ser adorado (aunque lo nieguen)
y ovacionado por multitudes. En los templos evangélicos ese lugar se
llama altar. ¡Que insulto al Señor! Quien siendo Dios y creador de todas
las cosas y mereciendo toda la adoración, promete estar, no sobre su
pueblo, sino que entre sus hijos cual eterno Emmanuel. La Biblia dice
con una sencillez tan hermosa y cautivante:
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“Porque donde están dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” Mateo 18:20
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Jesús no se pone sobre
sus hermanos ni una vitrina o altar religioso; él esta entre los suyos.
Jesús nunca buscó las multitudes, ni el beneplácito ni la ovación de
los hombres, por el contrario, cuando lo querían elevar a los altares y
querían hacerlo rey, él huía hacia la soledad (Mateo 8:18)
No obstante, los autoproclamados pastores de la actualidad, se ponen a
la altura de Dios a dispensar favores y “bendiciones” desde sus sacros
estrados denominados “altares”, si por lo menos leyeran lo que piensa
Dios de estas graderías y vitrinas vanidosas:
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“No subirás por gradas a mi altar,
para que tu desnudez no se descubra junto a él” Éxodo 20:24-26
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La desnudez a la que se
refiere la escritura en este y otros pasajes, no solo se es la física,
sino que la espiritual (comp. Apoc. 3: 17). El pecado e indigencia
espiritual del ser humano queda claramente al descubierto cuando se
eleva por sobre los demás. Cuando situamos la lupa en los hombres, la
desnudez se hace manifiesta y solo vemos imperfección y bajezas. La
lupa siempre ha de estar puesta en Cristo cuya figura y proyección es
solo perfección y gloria.
Algunos declaran: “esta persona se ha caído del altar en que la tenía”.
Hermano ¿Quién te ha mandado a elevar a los altares a los hombres y
mirar sus bajezas e imperfecciones? ¡Pon los ojos solo en Jesús, el
autor y consumador de todo! (Hebreos 12:2)
Deja esa practica pagana y anticristiana de elevar a los hombres a los altares tal cual lo hace la iglesia de Roma.
Los altares evangélicos no cumplen la función de sacrificios como en las
religiones de antaño, en la actualidad es solo una empinada vitrina de
exhibición desde donde se observa de manera más nítida la levadura
fermentada. Dios nos invita a presentar sacrificios de alabanzas, es
decir, frutos de labios que ensalzan a Cristo y lo ponderan como el
único que debe ser adorado (Hebreos 13:15). Que así sea, Amén. |
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