viernes, 26 de septiembre de 2014

CUANDO LA AMBICIÓN MATA LA VISIÓN


Mario E. Fumero
Todos los seres humanos tenemos dentro de nuestra naturaleza pecadora momentos de lucidez. Momentos en que queremos hacer algo bueno por los demás. A veces acariciamos sueños o visiones de cosas que parecen imposibles alcanzar, pero comenzamos a luchar por ellas. Algunas de esas visiones o sueños se hacen realidad, y tomamos el camino correcto, pero de pronto, aparece en escena un villano, que se interpone en mis buenos deseos o anhelos. Este villano es un enemigo de Dios, que luchara para llevarme a hacer lo indeseable, su nombre es “ambición”,  y es hija de la codicia, la cual  nos lleva a la injusticia.
En lo social, muchos hombres desarrollaron una visión de estado muy buena. Pensaron que desde el poder político podrían cambiar la triste situación de los pobres. En su ascenso al poder eran amigables, se identificaban con las personas sencillas, eran accesibles, humildes y pregonaban una justicia que impactaba a sus oyentes. Esta actitud les granjeo la confianza del pueblo que pensó –La visión de este hombres nos salvara de la crisis existente- y le apoyaron. Alcanzo la meta, llegando al poder político, pero una vez allí, lentamente, es absorbido por la ambición. Se olvida de la visión, de aquello que proclamó y defendió, y es arrastrado a una vida de mentiras y engaños. Todas sus promesas se desvanecen, y ahora su visión se vuelve demagógica. Ya no es accesible, humilde, amigable. Es que la ambición devoró su visión humana, y el poder, como dice el refrán griego, le corrompió absolutamente. Esta es la realidad de la gran mayoría de políticos.
Pero tristemente este hecho político también ocurre en lo religioso, y aquí esta una realidad que se hace más terrible, porque traicionamos el llamado y las proclamas de nuestro Señor Jesucristo. Hay hombre que amando a Dios y su Palabra tiene una visión por los perdidos y necesitados que los llena de pasión, lo que los lleva a una gran compasión por los pobres. Se sacrifican y forjan un ministerio. Desarrollan una visión de ayuda a los perdidos; puede ser con niños de la calle, con enfermos desahuciados, con drogadictos o mareros o con ancianos abandonados, cumpliendo así las enseñanzas de Jesucristo (Mt 25:42). Ponen las bases de un apostolado, en donde la entrega y el amor al prójimo dominan sobre los deseos del bienestar propio, y Dios los prospera y bendice. De pronto entran a escena otros hombres, que toman aparentemente la visión original, pero carecen de pasión. Estos forman parte del trabajo, pero carecen de ese amor y entrega profunda a la visión original, y se acomodan al tener un sueldo y una posición. Lentamente se desvirtúa la visión. Ya no piensan en dar por amor, sino en dar con interés. Ahora ya no les domina el celo por los perdidos y desechados de la sociedad, sino que buscan lo grande, el tener, y el invertir en el reino para sacar dividendos.
Cuando esto ocurre  la doctrina de la “gracia” se convierte en la proclama del interés, “tanto tienes, tanto vales”, y la ambición por tener, ser grande, construir buenos templos, desencadena la terrible codicia. Ya no es accesible como antes, ya no huele a oveja, sino a dinero. Dejó su ropa humilde, por trajes lustrosos. Lo que antes era para el Señor, ahora es pare su bienestar y capricho. Ya no busca a los pobres, perdidos y necesitados. Ahora quiere a los ilustres, los ricos y los poderosos. Ya no le interesa la calidad humana, sino la cantidad de gente que puede atraer a sus mega-cultos. Dejo de ser siervo, para convertirse en apóstol, reverendo, doctor. Los pobres y los perdidos son solo una excusa para pedir ofrendas y diezmos, que después gasta en construir majestuosos coliseos para sus reuniones, y así competir para ver quién tiene la iglesia más grande, mientras en su alrededor miles mueren de hambre, drogas, violencia. Estos son los que traicionando la visión de Cristo Jesús, y se asemejan a aquellos que condeno el profeta Jeremías en su libro cuando escribió: “Se engordaron y se pusieron lustrosos, y sobrepasaron los hechos del malo; no juzgaron la causa, la causa del huérfano; con todo, se hicieron prósperos, y la causa de los pobres no juzgaron” 5:28. Y tristemente estamos llenos de estos hombres ambiciosos, que por amor al dinero, a la posición y al poder, traicionan al pobre, ignoran al perdido y afrentan el evangelio.

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