Muchas
personas podrían ser usadas tremendamente por Dios, ser vasos realmente
útiles en sus manos, pero sin embargo no lo son. O si lo son, no son
efectivas. Una de las razones principales, es su falta de control al
hablar. Descuidar este asunto es abrir una puerta por la que el poder de
Dios puede fluir hacia fuera o perderse. Lo que decimos puede servir
como salida para el poder de Dios o como agujero por el que se pierda.
Lamentablemente, muchos permiten que el poder de Dios se pierda.
Santiago escribe en su carta, en el capítulo 3 y versículo 11: “¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y agua amarga?” La
boca del obrero de Dios debería echar agua dulce y viva. Él debe
proclamar la Palabra de Dios. Por ejemplo, no podemos usar el mismo
balde, la misma cubeta, para llevar agua para cocinar y agua para
limpiar los sanitarios. Si se usaran los mismos recipientes para ambas
cosas, se pondría en peligro la salud de los seres humanos, hasta su
vida. Contaminación. De eso es que estamos hablando. De igual manera, si
nuestra boca se usa para proclamar la Palabra de Dios, entonces no
debemos ni podemos usarla descuidadamente para otros propósitos. Si
usamos nuestra boca para hablar de muchas cosas que no sean la Palabra
de Dios, no seremos ciento por ciento aptos para proclamar su Palabra. Y
esto no es reglamento interno0 congregacional, esto es Biblia pasada en
limpio.
Muchos no son usados, o son usados sólo de
manera muy limitada por Dios, porque de sus bocas salen dos cosas
opuestas: lo dulce y lo amargo. Sus bocas pronuncian muchas palabras que
no son de Dios, al mismo tiempo que pronuncian la Palabra de Dios.
Debemos reconocer delante del Señor que
nuestra boca ha sido ofrecida para proclamar su Palabra. ¿No es una
tremenda responsabilidad que la Palabra de Dios sea hablada a través
nuestro? En el capítulo 16 del libro de los Números, está escrito que
Coré y sus conspiradores atacaron verbalmente a Moisés y a Aarón. Luego
trajeron sus incensarios ante Dios. Ellos habían pecado, por lo que
perecieron. Pero esos incensarios eran santos. Así que Dios habló a
Moisés y le dijo, en los versos 37 y 38: Que tome los incensarios de
en medio del incendio y derrame más allá el fuego: porque son
santificados… y harán de ellos planchas batidas para cubrir el altar. Lo que ha sido una vez ofrecido al Señor es santo para siempre, y por lo tanto no debe ser usado para otro propósito.
Algunos hermanos y hermanas piensan
erróneamente que pueden hablar la Palabra de Dios en un momento y la
palabra de Satanás en otro. Es decir: la mentira. Algunos evangelistas
dejan de decir alguna verdad con tal de que debajo se produzcan
decisiones de fe o, sencillamente, mienten exagerando cosas o
inventándolas.
Es clarísimo que no debemos hacer esto. Una
vez que la boca de un creyente proclama la Palabra de Dios, esa boca es
del Señor para siempre.
Lamentablemente, el poder de muchos
creyentes se ha perdido por causa de lo que hablan. Algunos otros tienen
el potencial de ser usados poderosamente por el Señor, pero pronuncian
palabras que no son de Dios, y por consiguiente, pierden su poder
interior mientras hablan. Tenga muy en cuenta que una fuente puede dar
solamente una clase de agua. Una vez que su boca anuncia la Palabra de
Dios, debe usted darse cuenta que de allí en adelante usted ya no tiene
autoridad para decir lo que no es de Dios. Su boca está santificada, es
santa. Todo lo que ha sido consagrado una vez, es del Señor para
siempre. No debe serle quitado nuevamente. Así vemos la relación entre
la Palabra del Señor y su palabra. Su boca está santificada y sólo puede
usted hablar la Palabra del Señor. Qué penoso es que muchos que
deberían ser usados por Dios no son aptos porque su boca es un gran
agujero que deja escapar su poder. El poder se seca si la boca da dos
clases de palabras.
El problema de muchos radica en que hablan demasiado, como señala Salomón en Eclesiastés 5:3: Porque de la mucha ocupación viene el sueño, y de la multitud de palabras, la voz del necio. La
multitud de sus palabras es lo que mina el poder de muchos. Les gusta
hablar de muchas cosas, siempre tienen algo sobre qué hablar. No sólo
hablan mucho, sino que les fascina divulgar las palabras que hablaron
otras personas. Dice Proverbios 4:23 que: Guardemos nuestras bocas con tanto cuidado como debemos guardar nuestro corazón. Especialmente
aquellos que hemos de servir como voz de Dios, que hemos de ser usados
para proclamar su Palabra. Nuestra boca está santificada como vaso santo
para el servicio del Señor. ¡Cuánto más, entonces, debemos guardarla
como guardamos nuestro corazón!
No se trata de armar – como en muchos sitios
se enseña -, una especie fraseología evangélica o religiosa que, al
momento de expresarla, hace que todo el mundo incrédulo huya despavorido
sin querer oír nada más. Se trata de que no podemos dejar nuestra boca
sin control. Un siervo de Dios debe prestar atención a varias cosas con
relación a lo que habla. En este estudio, vamos a ver las principales
doce. No se olvide que doce es un número apostólico, y que esta es una
época apostólica. Algo, seguramente, va a significar en su vida. Sígame
con atención, mucho cuidado y esmero. No lea esto como a un libro más.
Léalo como si de pronto, en cada palabra, en cada concepto, le fuera la
vida. Así, seguramente, será de alta bendición para su vida. Esa ha sido
nuestra oración.
PRIMERO
Debemos
tener cuidado delante de Dios en cuanto a las palabras que escuchamos
con frecuencia. Porque lo que escuchamos, demuestra la clase de personas
que somos. Muchos no le contarán sus asuntos a usted porque saben que
usted no es la misma clase de personas que ellos. Por lo tanto, sería
inútil que se lo contaran porque, entre otras cosas, usted no se los
celebraría como hace la mayoría, y hasta podría exhortarlos, cosa que
les haría daño porque ya saben que están caminando por senderos que no
deben. Ahora sí, por el contrario, las personas continuamente están
diciéndole a usted la mismas cosas que les dicen a todos los demás, es
porque saben que usted es de su misma clase, aunque por allí se disfrace
semanalmente de otra cosa. Esto es una cuestión espiritual e interna,
no circunstancial y externa. No importa de qué quiere jugar usted; el
mundo también discierne. Por lo tanto, aprenda, la clase de palabras que
se acumulan en usted, sólo van a confirmar la clase de persona que
verdaderamente usted es.
SEGUNDO
La
clase de palabras que creemos fácilmente, refleja un carácter similar
en nosotros. Porque determinada clase de persona cree determinada clase
de palabras. El hecho de escuchar mal y creer fácilmente se debe a una
cierta cortedad de vista; es decir, es el caso de quien no está bajo la
luz de Dios. La falta de luz crea el error. Por lo consiguiente, la
clase de palabras también revela cuál es nuestra enfermedad espiritual. A
veces las personas creen aún antes de escuchar las palabras. Y se gozan
cuando, finalmente, las palabras llegan. No importa cuán extrañas
puedan ser las expresiones; ellos la toman como dignas de ser aceptadas.
Así que la clase de palabras que una persona cree, atesora e incluso
pronuncia, muestran con total certeza la calidad interior e íntima que
esa persona posee o es.
TERCERO
Hay
otra característica de la misma naturaleza que las de escuchar y creer,
que es la de divulgar las palabras. Luego de escuchar y creer
determinada clase de palabras, la persona las comparte. Esto indica que
no sólo la clase de persona que es y la falta de luz que sufre, sino
también su deseo de involucrar a otros haciendo lo mismo. Escuchar es
oír lo que alguien dice; creer es aceptar lo que dice; pero el acto de
divulgarlo, es involucrarse por completo. A muchas personas les gusta
tanto hablar y divulgar toda clase de cosas que cualquier poder que
podrían tener se pierde inmediatamente. Con el consiguiente resultado de
que no pueden ser buenos ministros en la Palabra de Dios.
CUARTO
Hablar
en forma inexacta es otro aspecto muy serio de este asunto. Algunos
quizás tengan un problema distinto a los ya mencionados: frecuentemente,
lo que dicen es inexacto. Dicen una cosa en un momento y otra en otro
momento. Alguien que tiene “doblez” no puede, por ejemplo, ser diácono. 1
Timoteo 3:8 dice: Los diáconos asimismo deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino, no codiciosos de ganancias deshonestas. El
por qué, es por la razón de que luego hablará según frente a quien se
encuentre. Le dirá una cosa en su rostro y otra, muy distinta, a sus
espaldas. Esta persona es inútil para la obra de Dios.
Si no podemos controlar nuestra lengua,
¿Cómo podremos controlarnos a nosotros mismos para servir a Dios?
Debemos disciplinarnos y poner a este miembro del cuerpo en servidumbre
antes que podamos servir bien al Señor. Porque como nos ha dicho la
Biblia, la lengua es el miembro más corrompido del cuerpo, el que
frecuentemente nos lleva a los más terribles problemas. Hablar en forma
inexacta, hablar con doble mensaje, y hablar deshonestamente: todas
estas cosas revelan un carácter débil. Esta clase de personas no puede
estar delante de Dios, y no tienen su poder. Ser imprudente y falso en
el hablar es una seria falla en un buen carácter. Necesita ser tratada
para que no afecte gravemente la obra de Dios.
QUINTO
Hablar
deliberadamente con un doble mensaje. Esto es más serio que hacerlo en
ignorancia, como dijimos antes. Algunos pueden hablar así ignorando que
lo hacen. Hablan así porque son tan inocentes que ven poca diferencia
entre el “sí” o el “no”.
Para ellos no hay “sí” o “no”, todo es
indefinido. Cuando se les pregunta si algo es negro, dicen que es negro;
pero si les preguntan si eso mismo es blanco, dicen que es blanco. Para
ellos todo es gris. Son bastante descuidados y no reflexionan. Esta
clase de doble mensaje se debe a la ignorancia.
Pero otros lo hacen deliberadamente; hablan
así a propósito. En el caso de estas personas, no se trata de un
temperamento débil, es corrupción moral. En Mateo 21:23-27, cuando los
principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron al Señor
Jesús y le preguntaron: ¿Con qué autoridad haces estas cosas? Él les contestó con otra pregunta: El bautismo de Juan, ¿De donde era? ¿Del cielo, o de los hombres? Ellos razonaron entre sí, diciendo: Si
decimos del cielo, nos dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si
decimos de los hombres, tememos al pueblo; porque todos tienen a Juan
por profeta. Así que respondieron a Jesús, diciendo: No sabemos. Esta respuesta, es una mentira. Y para colmo, voluntaria.
Recordemos lo que nuestro Señor dijo: Pero sea nuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede. Eso,
al menos, es lo que se puede leer en Mateo 5:37. Decir “sí, sí” o “no,
no”, esto es hablar honestamente. Si interiormente especulo cómo o de
qué manera responderán las personas a lo que digo, estoy manipulando.
Esta no debe ser la intención ni la actitud de alguien que quiere hacer
la obra del Señor. ¡Si hablo con artimaña, mis palabras se convierten en
instrumentos de engaño! En cambio, nosotros debemos imitar a nuestro
Señor, que se negó a hablar cuando trataron de acusarlo atrapándolo en
sus propias palabras. Si debemos hablar, que sea “sí, sí” o “no, no”.
Porque Jesús dijo que lo que es más que esto, procede del maligno. Aquí
no valen los astutos.
Pablo persuadió a los Corintios diciendo lo que leemos en la primera carta, capítulo 3, verso 18: Nadie
se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este
siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio. Y a los Romanos, en su carta, en el capítulo 16 y verso 19, encontramos: Pero quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal. Pablo
afirmaba esto porque la astucia en estas cosas es inaceptable ante
Dios. Nuestra sabiduría está en las manos del Señor. No debemos tener un
mensaje con dobleces, acomodaticio, confuso o sin compromiso. Es
tristísimo que esto suceda entre creyentes. Aquellos cuyas palabras no
son dignas de confianza no son útiles en las manos del Señor. Tarde o
temprano arruinarán su obra.
¿Cómo podrán ser usados por Él, si todo el
tiempo vacilan entre el sí y el no, entre lo correcto y lo incorrecto,
entre lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer? Aquellos cuyas
palabras siempre están cambiando y nunca se puede confiar en ellas, son
inútiles en la obra de Dios.
SEXTO
Tenemos
que vigilar lo que escuchamos. Nosotros, los obreros de Dios, tenemos,
por el hecho de serlo, mucho más contacto con las personas, y por lo
tanto, muchas más oportunidades que otros, tanto de hablar como de
escuchar. Si no estamos disciplinados en nuestro hablar, podemos
fácilmente predicar la Palabra de Dios por una parte y por la otra
sembrar discordia. Si no refrenamos nuestra lengua, podemos estar
construyendo la obra de Dios por un lado, mientras que por otro la
estamos echando abajo. Por lo tanto necesitamos que Dios controle las
cosas que escuchamos. Muchas veces, cuando los hermanos y hermanas nos
cuentan sus problemas, que pueden estar relacionados con sus necesidades
personales y con la obra de Dios, por supuesto, debemos esforzarnos
realmente por escucharlos.
Debemos ser capaces de escuchar
verdaderamente, encontrar cuáles son los problemas o dificultades y dar
la ayuda que sea necesaria. Pero mientras estamos escuchando,
inmediatamente después de haber comprendido la situación, debemos dejar
de escuchar. Podemos decirle amablemente a la persona: “Mira; lo que
dijiste ya es suficiente, ya puedes dejar de hablar”. Porque no sería
correcto que sigamos escuchando por curiosidad, como si nos ocupáramos
de escuchar historias. Lo que la persona ha dicho hasta ahora es
suficiente para que sepamos dónde está el problema. Tan pronto como
hayamos comprendido la situación, por medio de lo que se nos ha
relatado, podemos decirle: “Hermano, esto es suficiente.” Yo lo he
hecho. A quienes han charlado conmigo alguna vez por algo específico,
les consta.
No debemos caer en la concupiscencia de
seguir escuchando indefinidamente. Como seres humanos, tenemos el deseo
incontrolable de querer saber cosas, y por lo tanto, el ansia de querer
escuchar más cosas. Pero debe haber un límite o esa medida, no sigamos
en ese camino. Sólo escuchamos para poder orar. Sólo escuchamos para
resolver problemas que nuestros hermanos y hermanas pueden tener
personalmente o que se relacionan con la obra de Dios. Por lo tanto,
debemos dejar de escuchar en un punto determinado, sin dudar.
SÉPTIMO
La
necesidad de aprender a ser confiable. Cuando una persona le comparte a
usted su problema, es porque tiene confianza en usted. Por lo tanto, no
debe usted traicionar esa confianza divulgando sin ningún cuidado lo
que se le ha confiado. Excepto en casos en que sea necesario para la
obra, jamás debería hablar sobre estas cosas. ¿Cómo podrá participar de
la obra del Señor si no refrena su lengua? A un siervo de Dios se le
confían muchas cosas. Él debe saber que su confianza es santa y digna.
Las palabras que le han dicho no son de su propiedad; se han convertido
en asuntos de su ministerio y de su servicio. Por consiguiente, no debe
usted hacer chismes de esas palabras que le han dicho como confidencia.
En los temas espirituales debemos aprender a
guardar y proteger a nuestros hermanos y hermanas, no hablando a la
ligera de sus dificultades. Es una situación completamente diferente,
por supuesto, si existe la necesidad de hablar sobre estas dificultades
para descargar nuestra responsabilidad en la obra de Dios y
solucionarlas. Sin embargo, hablar mucho es una gran pérdida, algunas
veces irreparable. Alguien que habla demasiado y repite muchos chismes
no es de confianza en la obra de Dios. Estemos alertas delante de Dios;
pidámosle que refrene nuestra lengua para que no abramos la boca sin
pensar. El hecho de que una persona haya logrado el control de sí misma,
o no, se muestra claramente a través de su hablar. Si es disciplinada,
refrena su lengua. Esto es algo a lo que debemos prestarle mucha
atención.
OCTAVO
Es
necesario tener cuidado con las mentiras. El doble mensaje lleva
fácilmente a la mentira. Las palabras que se dicen para llevar a las
personas a sacar conclusiones falsas son mentiras; de la misma forma,
las palabras que se dicen con la intención de crear conceptos erróneos
también son mentiras.
Algunas veces no hay ninguna afirmación
falsa en las palabras que se dicen, pero se hablan de una forma
determinada para producir una impresión errónea. Eso también es una
mentira. Por tanto, comprendamos que la honestidad en nuestro hablar
debe ser juzgada por nuestra intención interior, al igual que por las
palabras que pronunciamos. Si un hermano le pregunta algo que usted no
puede decirle, lo mejor es que le diga: “No puedo decirlo”, en lugar de
engañarlo. Una afirmación falsa, es una mentira, así se haga desde un
púlpito y con idioma bíblico. Porque una afirmación falsa, se dice con
la intención de llevar a una conclusión errónea. Si queremos que las
personas crean en las cosas verdaderas, no debemos confundirnos para que
crean en falsedades. Con respecto a los hijos de Dios, su hablar debe
ser “sí, sí” y “no, no”, lo que es más de eso, de mal procede.
En Juan 8:44 vemos unas palabras muy duras que Jesús les dijo a los judíos: Vosotros
sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis
hacer… Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre
de mentira. La mentira viene de Satanás, que ha mentido desde el
principio hasta ahora. Él es un mentiroso; pero no sólo miente él, sino
que es padre de todos los otros mentirosos. Por esta razón, es
detestable encontrar una mentira en los labios de un hijo de Dios,
especialmente en los labios de un obrero de Dios.
¡Qué lejos hemos caído de la gracia, si nos
involucramos en una mentira! Es una brecha enorme en nuestra estructura
como cristianos. ¡Es un asunto terriblemente serio! Debemos guardarnos
sin mentir. No nos atrevamos a decir que nuestro hablar es totalmente
correcto, ya que cuanto más queramos controlar nuestro hablar, más
sentiremos lo difícil que es. A veces queremos hablar verazmente, pero
por una pequeñez inadvertida hablamos en forma inexacta. Si nos resulta
difícil hablar precisamente mientras estamos cuidándonos de hacerlo,
¡Cuánto más inexacto será nuestro hablar si no nos cuidamos! Si no es
fácil hablar verazmente cuando nos controlamos, ¿Cómo será nuestro
hablar si no ejercemos ningún control en absoluto? Por eso debemos
controlarnos y guardar nuestro hablar. No debemos ser negligentes en
nuestra disciplina si no queremos ser descalificados para el servicio a
Dios. Porque el Señor no puede usar a nadie que hable para él al mismo
tiempo que habla para Satanás. Dios nunca usará a esa persona.
NOVENO
Hay
otro punto que requiere nuestra especial atención, que es que no
debemos contender, ni vocear. Mateo 12:19 dice que de Jesús se profetizó
que No contendrá, ni voceará, ni nadie oirá en las calles su voz. El apóstol Pablo escribió algo similar en 2 Timoteo 2:24: Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso. Ningún siervo del Señor debe contender ni gritar.
Gritar no es correcto. Por supuesto, no
estoy hablando de gritar para predicar o para exponer la Palabra; eso es
otra cosa. Hablo del gritarnos los unos a los otros o, utilizar una
posición jerárquica eclesiástica más elevada para hacerlo. El siervo del
Señor debería ser disciplinado para no contender ni vocear. Gritar es
una señal de poco poder. Por eso siempre hemos dicho, a los que gustan
de ministrar liberación, que ningún demonio se va de alguien a los
gritos; se va por la autoridad de Cristo que hay en la vida del siervo.
Es, al menos, el gritar fuera de término,
una indicación de que alguien tiene poco control sobre sí mismo. Un
siervo de Dios no debería elevar su voz tan fuerte como para que puedan
escucharlo desde el cuarto contigua del cual está.
Nuestro Señor Jesús nos ha dejado un ejemplo
al no haber elevado su voz como para que se oyera en las calles. Este
control va más allá de no hablar mentiras. Aunque nuestro hablar sea
cierto y exacto, no contenderemos ni vocearemos. Si un hermano o hermana
levanta la voz, nosotros que tenemos autodisciplina, seguiremos
manteniéndonos en silencio. Nos controlaremos y controlaremos nuestra
voz de la misma forma en que lo hizo el Señor Jesús.
Aprendamos delante de Dios a sujetar nuestra
lengua para no hacer ruido ni contender impetuosamente. Esto no
significa, naturalmente, que de aquí en adelante deberemos poner un
rostro duro y cerrar los labios cuando nos hallamos frente a otras
personas. No; deberemos ser naturales y dialogar de ese modo, con
naturalidad, con toda esa gente. Esperamos que todos los que sirven al
Señor sean más sensibles, tiernos y amables. Miremos a nuestro Señor
Jesús. ¡Qué sensible y tierno fue cuando estivo en la tierra!
Nunca contendió ni voceó, ni se oyó su voz
en las calles. El siervo de Dios debe impresionar a las personas como
alguien lleno de ternura.
DÉCIMO
Observemos
la intención y el hecho interior. El hablar externo es una cosa; la
intención del corazón es completamente diferente. Los hijos de Dios no
deben observar la exactitud de sus palabras mientras descuidan la
exactitud del hecho interno del corazón, le daríamos más importancia a
lo último que a lo primero. Muchos tienen la debilidad de controlar la
exactitud de sus palabras al tiempo que descuidan la veracidad del hecho
interno. Comprendamos que aún cuando hablemos cuidadosamente y con
exactitud, de todas formas podemos no ser fidedignos. Porque en la
presencia de Dios debemos prestar más atención a la precisión que al
hecho interior. Seremos de muy poca utilidad para Dios si nuestro hablar
es exacto pero el hecho interno está distorsionado.
Algunos hermanos y hermanas son muy
cuidadosos al hablar, pero aún así no se puede confiar en ellos. Aunque
no podemos descubrir ninguna falla en sus palabras, sentimos que buscan
la exactitud de su expresión en vez de la del hecho. Supongamos, por
ejemplo, que usted odia a un hermano. Esto es un hecho interior. Según
los hechos, usted lo odia en su corazón. Pero si lo encuentra en la
calle, lo saluda y hasta le estrecha la mano. Y también lo recibe cuando
viene a su casa. Además, incluso, hasta lo visita cuando está enfermo y
le envía dinero o ropa en tiempos de necesidad. Pero un día, cuando le
preguntan a usted sobre su actitud para con ese hermano, puede
perfectamente responder (Aunque realmente lo este odiando en su corazón)
“¿Acaso no lo saludé y estreché su mano? ¿No lo visité y lo cuidé en
tiempos de necesidad?” Verdaderamente, la razón parecería estar de su
lado. No hay duda que tiene usted razón ante la ley de Dios y está
hablando lo correcto. Pero sin embargo, lo que usted ha querido decir
con sus palabras, es mentira, porque el hecho interno no se corresponde
con ellas.
Conocemos algunos hermanos y hermanas que
ponen mucho énfasis en las formas. No se les puede encontrar ninguna
falla en este aspecto. Pero su corazón no está de acuerdo con sus
formas. No hay nada incorrecto en lo que dicen, pero no tienen la
intención que dejan traslucir con sus palabras. Esto debe ser condenado.
Cuando usted abre su boca para hablar,
¿Controla solamente la exactitud de la forma como evidencia de su
veracidad? Si es así, debe examinar delante de Dios cuál es la intención
de su corazón. Porque este es un problema básico que se esconde detrás
de mucho de lo que habla el hombre. No es suficiente que las palabras
sean correctas; ni siquiera es suficiente tratar bien a los demás. Estas
cosas no pueden ser presentadas como pruebas de que usted no odia a
alguien. Debemos mirar el hecho interior, el verdadero estado del
corazón, y no sólo las palabras de nuestra boca. Para hablar con verdad,
debemos tener un hecho verdadero adentro. Si las palabras externas no
reflejan el hecho interior, lo que se dice, no es sino una mentira. Qué
triste es que muchos vivan bajo esta clase de ilusión. Por lo tanto, en
nuestro hablar, debemos controlar no sólo nuestras palabras, sino, más
profundamente, nuestras intenciones.
UNDÉCIMO
No hablar palabras ociosas. El Señor ha declarado, según leemos en Mateo 12:34, 36 y 37, que De
la abundancia del corazón habla la boca. Más yo os digo que de toda
palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día
del juicio. Y más adelante dice: Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado. Es
obviamente importantísimo que los hijos de Dios no hablen palabras
ociosas cuando se reúnen. Esto no debe interpretarse como que no debemos
saludarnos o dialogar sobre el estado del tiempo o la belleza de las
flores. Palabras como estas están dentro de los límites propios de las
relaciones humanas y por tanto, están justificadas. La expresión de
“palabras ociosas”, sin embargo, significa otra cosa; se refiere a los
chismes sobre un asunto con el que no está usted relacionado en
absoluto. No debemos hacer esto. Pero, si alguien lo hace, el Señor dice
claramente que “De ella darán cuenta en el del juicio”. Cada palabra
ociosa que los hombres digan será repetida literalmente en el día del
juicio. Ese día descubrirá usted cuántas palabras ociosas ha dicho, y
será justificado o condenado por sus palabras. Ninguno de nosotros puede
arriesgarse a hablar irreflexivamente.
Debemos evitar el hablar y bromear
tontamente. Decir algunas palabras graciosas o contarles bromas
inocentes a los niños, sería algo distinto. No; lo que mencionamos aquí
es lo que Pablo dice en Efesios: Ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías. Allí
Pablo hace referencia a palabras insustanciales y frívolas, que
deberemos rechazar totalmente. No por religiosidad ni pacatería, sino
por integridad. No por carencia de sentido del humor, sino por oposición
a la grosería llamada humor.
Además, no debemos hablar burlonamente.
Cuando el Señor estaba en la cruz, toda clase de personas se burlaban de
Él y lo ridiculizaban, diciendo cosas tales como: Si eres hijo de
Dios, desciende de la cruz. A otros salvó, a sí mismo no se puede
salvar. Descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios;
líbrele ahora si le quiere. Veamos si viene Elías a bajarle. Todo
esto es un ejemplo de burla y ridículo en su peor forma. Los que no
creen en la segunda venida del Señor dicen, burlonamente: como señala 2
Pedro 3:4: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el
día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como
desde el principio de la creación. El mundo podrá burlarse y emplear todas las formas del ridículo, pero estas no corresponden a un hijo de Dios.
DUODÉCIMO
Debemos
evitar hablar a espaldas de la gente o juzgarla. El que injuria comete
un pecado digno de la excomunión. En la primera carta de Pablo a los
Corintios, en el capítulo 5 y versos 11 al 13, encontramos esto, mire: Más
bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano,
fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o
ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque; ¿Qué razón tendría yo para
juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están
dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese
perverso de entre vosotros. Esto quiere decir que los hijos de Dios deben cuidarse de pronunciar palabras injuriosas; no deben decir nada de esa naturaleza.
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