viernes, 26 de septiembre de 2014

EL FONDO Y LA FORMA DEL DECIMO MANDAMIENTO


Mario   E. Fumero
Tristemente son pocos los cristianos evangélicos que no conocen de memoria los diez mandamientos. Es por eso que cuando en reuniones que tengo les preguntó “qué dice el decimo mandamiento”, la gran mayoría de los asistentes no sabe que contestar, desconociendo este mandamiento, razón por lo cual el mercantilismo y materialismo domina hoy en un gran sector de las iglesias cristianas.
El decimo mandamiento de la ley de Dios dice textualmente: “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” Éxodo 20:17. Y como podrán ver prohíbe drásticamente la codicia en todas sus formas. Podemos decir sin lugar a errores, que este último mandamiento de la ley de Dios es un resumen de todos los anteriores. Cuando aparece la codicia, entonces existe el adulterio, el robo, el asesinato, la calumnia, el tráfico de influencia y el engaño. La violación al decimo mandamiento representa la acción de violentar todos los anteriores. Es por ello este mandamiento reviste una importancia tremenda en la actualidad, principalmente al vivir en una sociedad hedonista, materialista y ambiciosa, en donde muchos llamados pastores han tomado el evangelio para lucrarse y esquilmar a sus ovejas.
¿Cómo definir la codicia desde una perspectiva bíblica y lógica? Es el deseo de tener lo que otro posee, y acaparar más de lo que necesito. Es una forma de  avaricia. Una inclinación o deseo desordenado de sentir placer por tener algo que no me pertenece, o que otro tiene y yo no tengo. Cuando una persona es codiciosa, automáticamente cae en el afán excesivo por tener riquezas, y buscar por medio de ella el poder. Es por la codicia que nace la envidia, el despotismo, la usura y la corrupción. Por tratar de obtener lo que deseo y no necesito se acude a mentir, matar, engañar y manipular a las personas para alcanzar los fines deseados. Toda codicia desencadena el mercantilismo, el abuso de autoridad, el soborno, y el trueque y la explotación. Tristemente cuando la codicia la aplicamos en la iglesia, despertamos deseos impuros de buscar todo lo contrario de lo que Jesús y sus discípulos enseñaron.
La inconformidad de no aceptar lo que tenemos es la que nos lleva a la codicia. Una vez que nace en nuestros corazones el deseo de tener para “ser” caemos en el afán. El termino afán expresa un estado anímico de desesperación por lograr algo que deseo vehementemente. Cuando estamos afanados, lentamente nuestra parte emocional es socavada por la ansiedad, que nos conduce lentamente a la desesperación, y por ende a la depresión, lo que nos quita la paz.
Jesús advierte del peligro del afán cuando enseño; Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?  Mateo 6:25 .  En el verso 34 volvió a ratificar el peligro del afán y la preocupación por el día de mañana, afirmando que “cada día tiene su propio afán o fatiga”. Es por ello que Jesús no busco riquezas, e incluso demando a sus seguidores que se despejaran de todo, para no dar cabida a la codicia. Si estudiamos detenidamente los evangelios, veremos que por la codicia y el deseo de poder, Judas Iscariote vendió a su maestro.
La codicia es fuertemente combatida en toda la Biblia. Santiago 4:1-2 la cataloga como la causa de muertes, guerras y contiendas, generando la terrible envidia: ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís”. Después el apóstol nos enseña a estar contento con lo que tengo cuando dice “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. (Filipenses 4:12). Esta expresión no representa una resignación cristiana a la pobreza, sino una aceptación de la realidad, sin estar motivado a codiciar o desear lo que otro tiene, y estar conforme, es el vivir sosegadamente, sin caer en el afán.
El apóstol Pedro enfoca la codicia desde otra perspectiva, la presenta como un peligro latente dentro de las iglesias, en donde los falsos maestros y apóstoles entraran para hacer mercadería de nosotros con la Palabra de Dios, arrastrando tras de sí a los incautos creyentes, que son explotados por estos fraudulentos  apóstoles que se enriquecen a costilla de engañar a las incautas ovejas o feligreses. Al respecto escribe 2 Pedro 2:2-3: “Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado,  y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas. Sobre los tales ya de largo tiempo la condenación no se tarda, y su perdición no se duerme”.
El arma preferida del enemigo (Satanás) es seducirnos a servirle ofreciéndonos riqueza y poder, pues se atrevió a ofrecerle esto al mismo Jesús cuando lo tentó en el desierto: “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos,  y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás) Mateo 4:8-10.
Nuestra naturaleza pecaminosa es vulnerable a la comodidad, riqueza y poder. Es por ello que somos seducidos y atraído a la codicia, ambición, envidia y deseo de poder, siendo estos los deseos de la carne, contra los cuales tenemos que luchar. Espero que el Señor nos ilumine y aceptemos tener lo que tenemos contento y en buena lid.

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