viernes, 26 de septiembre de 2014

SICALIPSIS: ¿QUIENES ENTRAN AL CIELO?


Apocalipsis 21:8-12
En la Biblia existe una advertencia que advierte quienes no entraran al cielo. Y luego da una lista con los pecados que cierran las puertas del cielo. Comienza Juan con los cobardes. Precisamente en ese momento la iglesia sufría la cruel persecución ordenada por el emperador Domiciano. Seguramente se refería a los que se avergonzaban a de confesar públicamente a Cristo como Señor lo que significaba de seguro una cruel muerte.
Los incrédulos en general, pero también los que hacían una declaración falsa de fe.
Los abominables, se hallan descritos en pasajes tales como: Job 15:16; Sal 14:1 y Tito 1:15,16. Especialmente abominables son los hipócrita, según puede verse en Mt 7:22,23.
Les siguen los que están involucrados en cualquier clase de inmoralidad sexual. Del griego pórnois de donde viene el término “pornografía”.
Los que practican artes mágicas” literalmente, los hechiceros. Advirtiendo el pensamiento de que esto no sea vigente para nuestros días, es que transcribo el comentario de M.Henry en su libro Escatología II (pág. 347): “Si vamos a la Biblia, hallamos la conexión de la hechicería con la magia, la adivinación y el espiritismo, todo lo cual era abominable a YHWH” (v., por ej., Éx. 22:18; Lv. 19:26, 31; 20:6, 27; Dt. 18:11-14; 2R. 9.22; Is. 19:3; Dn. 1:1, 2; Hch. 8:9-11). En nuestros días, la hechicería primitiva sigue vigente en muchas tribus de Asia, África y América. Lo verdaderamente lamentable es el auge que el ocultismo, el espiritismo y satanismo están cobrando en nuestros días entre las gentes que se tienen por más civilizadas. Más aún ni los propios creyentes son impermeables al esoterismo, revestido de múltiples formas, algunas aparentemente suaves. Hemos de estar, pues, alertados, ya que también estos irán al infierno”. Continúa con los idolatras, los que adoran todo tipo de imágenes de yeso o metal. Pero se refiere también a los que entronizan en su corazón sus propios dioses, como la fama, el dinero, mundanalidad etc. (Mt. 6:24; Col. 3:5).
Se cierra esta lista con “todos los mentirosos”. Y no solo se refiere aquí a lo que dicen mentiras, sino también a aquéllos que toda su vida es una mentira. Es decir, un estilo de vida. Y ya sabemos, quien es el mentiroso por excelencia.
Para concluir, diremos que el orden en la lista no es casual. Tiene como fin advertirnos para que estemos alertas, de que aún la más sencilla tentación puede ser una puerta al infierno. Por ello enfatizamos el contraste, mientras que los que vencen (V, 7) ellos heredarán el cielo; éstos últimos el infierno (ver Mt. 25:34 y ss.) Lo cual es la más tristes de las herencias.
TRANSPORTADO EN EL ESPÍRITU.
Y me transportó en en el espíritu…” (V, 9), que maravilloso es pensar cuando leemos este relato, que de esta misma forma podremos trasladarnos en la eternidad que nos espera. Una donde no habrá limitaciones. ¡Y estaremos acompañados por ángeles! Este ángel le muestra a Juan la gloria de la nueva Jerusalén. El ángel compara la ciudad a una “novia, la esposa del cordero” para darnos a entender la hermosura que se refleja a través de la misma.
La descripción de la ciudad, les plantea generalmente a los estudiosos, el clásico problema de interpretación (Hermenéutica) que se pregunta: ¿Qué es simbólico y que no lo es en este pasaje? Juan dice “lo que vio”. ¿Vio todo solamente en símbolos? Y él lo interpretó… ¿o vio las realidades y las expresó el mismo por medio de símbolos? Podemos hacer muchas explicaciones teóricas, pero lo cierto, es que lo más importante, es que Juan vio una ciudad, que estaba habitada por santos de todas las edades y que la presencia de Dios estará presente allí de una manera especial. Parafraseando al Apóstol Pablo, fue arrebatado hasta el tercer cielo y decía, si en el espíritu o en el cuerpo no lo sé… pero yo estuve allí y vi cosas demasiados grandes para que el ser humano pueda explicarlas. (2 Co. 12:2).
Por otra parte, Juan también es impactado al ver la ciudad, mas que nada por su especial iluminación que describe de la siguiente manera: “Resplandecía con la gloria de Dios…” (V, 11) Es Dios mismo que manifiesta su gloria en todo su esplendor (Is. 58:8; 60:1, 2, 19). También mas adelante en el verso 23 veremos que “La ciudad no necesita ni sol ni luna que la alumbren, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera”. Aquí late nuestro corazón deseando la venida del Señor para poder participar en semejante espectáculo que dará toda la gloria al Cordero! Juan se ocupará luego de tratar de describir con palabras humanas, la realidad y majestuosidad de tan impactante ciudad. Comenzando con sus medidas. “El ángel que hablaba conmigo llevaba una caña de oro para medir la ciudad,… (V, 11), de manera que cada parte de la celestial construcción tiene una medida que proyecta, o descubre un significado, como veremos ahora.
Por años, Babilonia se había enorgullecido de ser llamada la “ciudad de oro”. Ahora el ángel le muestra a Juan la verdadera ciudad dorada en su perfecto esplendor y magnificencia. Y por cierto está llena de un pueblo santificado por la sangre preciosa del Cordero.
Se nos dice que las medidas de la ciudad son doce mil estadios, lo que equivale a dos mil doscientos kilómetros. Veamos el excelente comentario, que hace H. Halley, y que nos ayudará a imaginarla en toda su grandeza:
“El doce es la firma del pueblo de Dios: hay doce puertas, en las cuales están inscritas los nombres de las doce tribus de Israel, y doce cimientos, con el nombre de los doce apóstoles. La ciudad constituía un cubo perfecto, como lo era también su prototipo: el Lugar Santísimo en el tabernáculo. Si se colocara la misma sobre los Estados Unidos, abarcaría desde la punta más septentrional de Maine hasta el extremo más meridional de Florida, y desde la Costa Este hasta el estado de Colorado; y se extendería a lo largo de unos dos mil doscientos sesenta kilómetros hacia el cielo. Doce mil es, entonces, el símbolo del pueblo de Dios multiplicado por mil, y representa al estado completo, perfeccionado y glorioso de la creación redimida.”
Sin duda, esto nos ayuda a comprender que nada es casual, o sin sentido, en la revelación que Juan a recibido. Aún las medidas son divinas. Así también lo es la certeza del cristiano acerca de los eventos por venir. Están perfectamente establecidos en los diseños perfectos de Dios para nosotros.
Va a concluir Juan este relato (18-21) con un repaso de las piedras preciosas que alumbran con su brillo tan magnífica ciudad. Algunas de estas piedras preciosas no han podido ser debidamente reconocidas. Lo cierto, es que la belleza es tal que los cimientos brillan con los colores del arco iris. Vemos que cada puerta es una perla y todo esta conformado por los materiales más bellos que el hombre pueda conocer. Eso crea un espectáculo glorioso mas allá de lo imaginable para cualquier hombre en sus cinco sentidos. Una visión de perfecta paz, belleza, gloria y seguridad. Solo la presencia de Dios puede ofrecer algo así. No es algo pasajero. Es la eterna felicidad para la que fuimos creados.
Contemplemos en el espíritu tal fascinante reino, y notemos que como la lumbrera del cielo es el Cordero… ¡allí no habrá noche!
Tampoco habrá necesidad de cerrar sus puertas… ¡pues allí no habrá criminales!
También está asegurado quienes podrán entrar… ¡Los inscritos en el libro de la vida del Cordero! ¿Está tu nombre escrito en este libro? Si no es así, no tardes en venir a sus pies. El nunca rechaza a los que se acercan buscando perdón y salvación.
¡Alabemos a Dios por una salvación tan grande!

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