El punto de vista sobre este tema tiene su base en los
principios del Reino de Dios, sobre el fundamento de las Sagradas Escrituras,
tal y como lo entiende el autor, haciéndose responsable único de aquellos
aspectos en los cuales haya otras interpretaciones; y va dirigido en primer
lugar a todos aquellos creyentes, nacidos de nuevo, y que forman parte del
Cuerpo de Cristo.
El evangelio es un término tan gastado en los países de
tradición judeocristiana que ha venido a tener un sentido superficial y
simplista. En el nuestro, de trasfondo católico romano, cuando hablamos de
evangelio pensamos en el contenido de los cuatro libros que inician el Nuevo
Testamento, unos cuantos pensamientos conocidos de las palabras de Jesús y por
supuesto se nos representa una imagen religiosa de un cura oficiando la misa.
El que estemos familiarizados con la terminología no quiere
decir que realmente sepamos lo que es el evangelio, aunque damos por hecho que
ese tema no da más de sí, lo tenemos archivado como algo sabido. Incluso nos
aburre su enunciado y nos retrotrae a recuerdos de nuestra infancia cuando
tomamos la primera comunión. Es un recuerdo de la edad de la inocencia, es para
niños, también para las mujeres beatas y pueblerinas; pero ahora que hemos
crecido y somos tan sofisticados, sabemos tantas cosas y tenemos tantos
entretenimientos mucho mas sugestivos, que oír sobre el evangelio nos irrita y
lo desechamos como algo pueril y caduco.
Si pensamos en los círculos evangélicos y en lo que
entienden muchos de nuestros hermanos por el evangelio nos llevaríamos más de
una sorpresa. Muchas predicaciones son tan simplistas que reducen su
proclamación a una especie de medicamento para curar algunas enfermedades
físicas o emocionales. El evangelio se convierte en una pastilla mágica para
sacar a la persona de la tristeza, la depresión, el vacío, el hastío, la
soledad, las drogas, el alcohol, etc. y colocarla en un lugar donde va a
encontrar la respuesta a todos sus males, formando parte de un nuevo club de
amigos, que le van a comprender y apoyar en todo. Pronto la persona comienza
una nueva rutina en la que decae el interés inicial por ella, ya no es el
centro de la atención, se le comienzan a imponer cargas religiosas para
“mantener el crecimiento espiritual” y se inician las dudas sobre su decisión.
Claro que el evangelio de Dios nos libra de la tristeza, la
depresión, la soledad y los vicios, pero como la predicación ha puesto el
énfasis en los beneficios y no en el Autor de la salvación de ellos, la persona
acepta un evangelio basado en el interés personal, en conseguir réditos y
cuando llega
el tiempo de la prueba, la palabra sembrada no tiene fuerza
para resistirla y es ahogada por los afanes de esta vida y el engaño de las
riquezas. No estaría mal replantearnos como estamos predicando el evangelio a
nuestra generación, las concesiones que estamos haciendo para hacerlo asequible
a los caprichos, mimos y flojera de una generación asentada en el bienestar, el
ocio, el ego y los placeres.
Que evangelio predicamos
Hace algunos años subía junto con otro hermano a un bloque
de pisos para predicar el evangelio casa por casa, cuando vemos bajar a una
pareja de mujeres con revistas en las manos que ya venían de vuelta en el mismo
edificio, eran llamados “testigos de Jehová”. En mi celo por el evangelio me
apresuré a increparlas diciéndoles: ¿vosotras que evangelio estáis predicando?
Se asustaron un poco por lo violento de mi apelación y nos metimos en una
discusión sobre el evangelio.
Es relativamente fácil hablar acerca de Dios y religión, en
términos generales, pero cuando se trata de concretar el tipo de mensaje con el
evangelio de Jesús como eje de nuestra predicación, entonces nos encontramos
con el dilema de saber qué evangelio estamos predicando, cuál es la esencia, el
epicentro del mensaje a proclamar. El apóstol Pablo se quedó perplejo acerca de
los gálatas al ver lo fácil que les había sido recibir otro evangelio. También
en la segunda carta de corintios refleja sus temores sobre la astucia de la
serpiente para torcer los sentidos, extraviarlos de la sincera fidelidad a
Cristo y llevarlos a recibir otro Jesús, otro espíritu u otro evangelio.
“Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del
que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No
que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el
evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciaren
otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes
hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio
del que habéis recibido, sea anatema” (Gálatas, 1:6-9).
“Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a
Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera
fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que
os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u
otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis…” (2 Corintios,
11:3,4)
Ante estas declaraciones categóricas del apóstol cabe
preguntarse ¿Cómo sabemos cuál es el verdadero evangelio de Dios? Las cartas a
los gálatas y a los romanos dan buena prueba de cual es el mensaje de Dios que
debemos aceptar. En estas cartas el apóstol de los gentiles expone
magistralmente el contenido del evangelio basándose en la revelación que ha
recibido del mismo Jesucristo y en la confirmación de las Escrituras. Porque el
evangelio no es un mensaje nuevo, sino la culminación de la revelación de Dios
que comenzó en Génesis y alcanza la plenitud del tiempo en la Persona del
Mesías para redimir al hombre a través de su obra expiatoria.
Básicamente nos encontramos con dos tipos de evangelios
diferentes, con terminologías parecidas, pero con un planteamiento de base
completamente divergente: el evangelio de obras y el evangelio de la gracia. En
el primero hay una gran diversidad de mensajes, las obras a realizar son
diferentes en función del sistema religioso que se predique en cada caso; por
su parte en el segundo hay un solo mensaje valido: “la gracia de Dios se ha
manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a
la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación
gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo
por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo
propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda
autoridad. Nadie te menosprecie” (Tito, 2).
El evangelio de la gracia comienza en Dios, se origina en Su
voluntad, no es de la tierra, es del cielo, se ha hecho realidad en la Persona
de Jesucristo para redimir un pueblo celoso de buenas obras, esas obras son las
que Dios produce en nosotros y que ha preparado de antemano para que andemos en
ellas.
La frase tan conocida de que “no somos salvos por las obras,
sino que somos salvos para hacer buenas obras” resume el contraste de estos dos
tipos esenciales de evangelios.
Generalmente pensamos en los católicos cuando hablamos del
evangelio de obras (aunque como he dicho todos los sistemas religiosos tienen
su base en hacer obras para conseguir el favor divino), sin embargo llevo
tiempo viendo la confusión y mezcla que tenemos en los ámbitos evangélicos,
donde se dice que somos salvos por gracia pero el énfasis está puesto sobre las
obras que debemos realizar y el esfuerzo personal para ser bendecidos por Dios
y obtener el favor de los líderes. Realmente, en muchos casos, estamos
predicando un evangelio de obras, con la apariencia de anunciar la gracia de
Dios. Es una mezcla muy sutil y de difícil separación pero que no se diferencia
de cualquier otro sistema religioso.
Interpretando sin forzar las cartas de Pablo vemos que ese
evangelio de obras nos coloca bajo maldición, defrauda a muchos, levanta el
legalismo, frustra a la mayoría y mantiene al pueblo en culpabilidad y derrota.
No hay paz cuando tratamos de llegar a un nivel de aceptación lo
suficientemente recomendable para que Dios nos tenga en cuenta, nos bendiga y
no esté enfadado con nosotros. Muchos amados hermanos están sufriendo el azote
de una predicación no centrada en la obra de Su gracia.
“Porque todos los que dependen de las obras de la ley están
bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en
todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley
ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe
vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá
por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros
maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero),
para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a
fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gálatas, 3).
El evangelio de obras es de fácil asimilación por la mente
religiosa, no necesita revelación especial, la mente natural está diseñada para
comprender que si hago un trabajo debo recibir mi recompensa; sin embargo
necesitamos la revelación de Dios para comprender el evangelio de la gracia que
nos coloca en una posición donde somos declarados justos, reconciliados con
Dios, perdonados, santificados y todo ello sin méritos propios. La gracia es
una esfera de aceptación que nos conduce a un rendimiento incondicional a la
voluntad de Dios. La gracia recibida comprende que no puede haber exigencia
alguna por nuestra parte, solo gratitud y alabanza. La gracia acepta a los
demás bajo las mismas condiciones, sin méritos personales. Esta realidad
sobrenatural podemos comprenderla intelectualmente en parte, pero su
profundidad supera los límites de la mente humana, es del cielo, son los
pensamientos y caminos mas elevados de Dios (Isaías, 55: 8,9).
Jesús es la gracia que perdona a la mujer pecadora cuando la
ley de los fariseos reclamaba el juicio legal por sus actos. Podemos exigir
muchas cosas legalmente y bíblicamente desde los púlpitos, pero debemos
recordar que la misericordia triunfa sobre el juicio. Está escrito:
“Misericordia quiero y no sacrificios” (Oseas, 6:6), y esto bajo los patrones
de la ley de Moisés. Tener razón “bíblicamente” no exime de actuar según el
Espíritu de Cristo. La letra mata, pero el espíritu vivifica.
Con este planteamiento no estoy abogando por la
permisividad, ni dando licencia para el pecado y las debilidades de la carne.
Lo que digo es que debemos recordar nuestra propia condición cuando juzgamos a
los demás y no tener dos varas de medir, una para nosotros de justificación y
otra para los demás de condenación.
Imponer cargas es un ejercicio atractivo cuando son otros
los que deben llevarlas porque nos dan una apariencia de rectitud y firmeza, y
en los casos cuando el que las reclama sobre otros las está cumpliendo también
tiene el componente esencial de ser él quién marca las directrices, y por
tanto, tiene la satisfacción de decir a otros lo que tienen que hacer. Nuestro
Maestro fue implacable hacia esas prácticas: “Y él dijo: ¡Ay de vosotros
también, intérpretes de la ley! porque cargáis a los hombres con cargas que no
pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis” (Lucas, 11:46).
Cuando un líder religioso ha perdido el contacto con la
realidad cotidiana de los miembros de su congregación, ve las cosas desde su
perspectiva únicamente, su estilo de vida, su forma de vida, su horario y
prioridades y no comprende la lucha diaria de sus gobernados, los ve solo bajo
el prisma de su mundo eclesiástico, que en ocasiones contiene una gran dosis de
irrealidad cotidiana, y trata por todos los medios de imponer su traje a los
hermanos que ministra. Además habrá en su mensaje una carga de imposición
legalista que conlleva la culpabilidad sobre las conciencias por no estar a la
altura de su vara de medir.
Luego cuando el pastor se da cuenta de la ansiedad y
aflicción que ha producido en los hermanos para ponerse a la altura de sus
demandas, les trae el mensaje de venir a Jesús todos los que estáis trabajados
y cargados… Tenemos una gran cantidad de cargas impuestas en las iglesias en
forma de actividades que mantienen a los creyentes en un estado continuo de
estrés y agitación. Formar parte de esas actividades, acudir a todos los cultos
como una meta en si mismo, mostrar disposición y apoyo en todos los proyectos
que se llevan a cabo viene a ser un signo inequívoco de estar entregado, ser un
cristiano consagrado y por el contrario el que no llega a ese nivel es un
hermano de segunda categoría, es tibio, no está pagando el precio, es un simple
simpatizante y no un verdadero discípulo de Jesús. Ahora, yo pregunto ¿No es
ese un evangelio de obras? Predicamos la gracia pero practicamos la ley de “haz
esto y vivirás por ello”. Predicamos la fe para ser salvo pero si no estás
comprometido con el programa que se lleva a cabo en tu iglesia local en todos
sus aspectos tu falta de entrega te conducirá a quedarte aquí cuando Cristo
regrese por su iglesia. Si la salvación depende de mi apoyo a las actividades
eclesiásticas ¿para qué murió Cristo en mi lugar?
Con esto que quiero decir ¿Qué debemos ser unos pasotas,
indiferentes y pasivos a las necesidades de la congregación a la que
pertenecemos? No. ¿Estoy entonces abogando por el quietismo, anulando nuestra
voluntad sin tomar ninguna iniciativa hasta que un rayo, una voz, un trueno o
un ángel querubín se nos aparezca? Tampoco. Lo que digo es que hay que servir a
Dios con alegría, no por imposición legalista. Debemos vivir en libertad y no
bajo la esclavitud de recorrer el mundo entero para hacer un prosélito y luego
convertirle en un clon o un autómata de nuestro sistema religioso.
La ansiedad que a veces transmitimos al predicar el
evangelio es captada por nuestro oyente como un síntoma de sectarismo que le
lleva a pensar que nos hará un favor si viene a uno de nuestros cultos. En
lugar de conducir a las personas al Autor de la fe le predicamos nuestra
iglesia como el lugar de salvación y respuesta de todas sus aflicciones. Sin
darnos cuenta, a veces en lugar de predicar a Cristo anunciamos nuestra
congregación, enseñamos a los futuros convertidos, ya en nuestro primer
mensaje, que para ser salvo su vida tiene que estar íntimamente ligada al lugar
de culto, debe asistir a “la iglesia” para ser un verdadero cristiano. La
idea que recibe el neófito es de un lugar donde estar y ser
parte de los horarios y actividades que allí se realizan, junto con el compromiso
de apoyar económicamente con los gastos que se derivan de ello.
Estos planteamientos son de fácil comprensión y muchos los
aceptan, otros huyen ante la idea de quedar atrapados en una rutina de la que
luego es difícil salir. Amados hermanos, hemos predicado un evangelio de obras
que expone a mucha gente a quedar bajo maldición, la maldición de no poder
cumplir con todos los requisitos impuestos y vivir continuamente en el suplicio
de una conciencia cargada de culpabilidad y obras muertas. El apóstol Pablo
dedicó su vida a combatir esas deformaciones de la verdad, en la carta a los
gálatas lo expone ampliamente.
El evangelio liberta al ser humano de la esclavitud
religiosa para amar a Dios con todo su corazón y servirle con gratitud. El
evangelio es Cristo en mi la esperanza de gloria. El evangelio trae vida al
espíritu del hombre, la clase de vida de Dios, liga todo su ser a la Persona de
Jesucristo, es un espíritu con él. De esa unión se derivarán muchas obras,
obras de fe, obras por la gracia recibida, obras que se manifiestan desde la
unión indisoluble con la vid verdadera. Pero seamos sinceros, en gran medida
hemos cambiado esa unión con Cristo por la unión con “la iglesia”, nos parece
que
es lo mismo, es mas, que es lo correcto, pero nos hemos alejado
del centro para levantar otra realidad. Podemos servir a la iglesia sin servir
a Cristo. ¿Pero como? Sí, podemos servir a un sistema religioso pensando que
servimos a Dios y damos lo mejor de nuestro esfuerzo y dedicación a una causa
equivocada. Saulo de Tarso había pensado que servía a Dios persiguiendo a los
cristianos y estaba dispuesto a cualquier esfuerzo llevado por su celo
equivocado. Los llamados “testigos de Jehová” están dispuestos a sufrir el
desprecio de sus vecinos y no cesan de ir casa por casa para anunciar un
evangelio falso, creyendo recibir la recompensa de vivir en un milenio
terrenal. Muchos musulmanes llevan hasta el fanatismo mas extremo su servicio a
la ley sharia del Corán creyendo que con sus actos terroristas van a recibir un
paraíso lleno de vírgenes.
Muchos hermanos evangélicos desgastan sus vidas entregados a
la causa de un líder plagado de si mismo creyendo ver en él al vicario de
Cristo en la tierra. Aceptan su liderazgo como parte esencial de su fe y se
convierten, en muchos casos, en esclavos de hombres.
Pablo dijo: “Lo hice por ignorancia en incredulidad” y fue
liberado por Jesús mismo de su fanatismo equivocado. Pasó de ser perseguidor a
perseguido. Su vida quedaría ligada para siempre al Autor y consumador de su fe
y la entregaría a favor del evangelio de la gracia de Dios. El evangelio que le
había liberado y que Cristo le había revelado. El evangelio que le había sido
confiado para transmitirlo a su generación y a todos las generaciones a través
de sus escritos; aunque no era suyo, el evangelio es de Dios y de Dios lo había
recibido. No actuó en solitario, lo confirmó con los que eran columnas en la
iglesia de Jerusalén. Fue el mismo evangelio que predicó el apóstol Pedro y
Juan y todos los demás apóstoles de Jesús.
Que significado tiene “pagar el precio”
Hay expresiones que se repiten muy a menudo en los púlpitos
y que vienen a ser el colofón de una tesis, es la última palabra para terminar
de convencer a los reticentes en cuestión de entrega y consagración. Una de las
mas desgastadas es: “hay que pagar el precio”.
Generalmente esta expresión está relacionada con el
sufrimiento y abnegación que conlleva el servicio cristiano. Sin embargo, el
significado que trasciende y se graba en las mentes es que sin pagar un precio
no se obtiene la recompensa deseada. Por lo tanto la persona se interroga si
realmente está pagando el precio suficiente para “comprar” el favor de Dios o
tiene que intensificar su activismo para lograrlo, es decir, si las obras que
hace son suficientes. De esta forma se establece un pensamiento de obras y
recompensa, de entrega y bendición, de dar algo para recibir mas, es decir,
entramos en una transacción comercial, mercantilista, muy de moda en la
sociedad actual. Sin pretenderlo, seguramente, hemos dado entrada al evangelio
de obras que es más fácil de asimilar y por tanto se instala en nuestra forma
de pensar desplazando la palabra de su gracia.
Si el precio está pagado al coste de la vida derramada del
Mesías, ¿por qué nos empeñamos en hablar de “pagar el precio”? Si su obra en la
cruz del Calvario fue hecha una vez y para siempre, habiendo obtenido eterna
redención, ¿por qué mantenemos la mentalidad de que sin hacer algo por nuestra
parte la obra no está consumada? ¿Por qué mantenemos una conciencia de
culpabilidad si la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado? Es increíble lo
familiarizados que estamos con un evangelio de obras, con una aceptación por
obras. En realidad parece darnos más seguridad cuando sabemos que hemos hecho
algo, que nos hemos esforzado, que todos pueden ver nuestra entrega y que no
somos unos aprovechados.
Cuando recibimos un regalo de alguien nuestro primer
pensamiento es ver como podemos devolver el favor, qué podemos regalar nosotros
para no quedar por debajo de su generosidad. Nos cuesta aceptar un regalo sin
mas, agradecidos, sin pensar que realmente no lo merecemos. A menudo nos parece
más difícil recibir que dar, a no ser que manifestemos un egoísmo evidente. Es
un acto de cortesía llevar un regalo a una casa donde hemos sido invitados a
comer, incluso en las bodas somos invitados pero realmente pagamos mucho mas de
lo que cuesta la comida.
Con esta mentalidad tan natural y humana es tan irracional
comprender que nuestra deuda ha sido pagada, una deuda imposible de liquidar
por nuestra cuenta, nuestro saldo es insuficiente, pero la deuda ha sido pagada
a un alto coste y se nos ofrece el sobreseimiento de la causa, es decir, ha
sido cancelada la deuda, el pago está hecho, no por méritos propios, sino por
la abundancia de Su gracia y del don de la justicia. Debemos firmar el
documento que nos acredita como liberados del peso de pecado, ley y muerte que
había contra nosotros, que nos era contraria y que ahora ha sido clavada en la
cruz del Calvario; nuestra firma es la fe depositada en el Autor y consumador
de la obra única y acabada que nos reconcilia con Dios por toda la eternidad:
Jesucristo.
Y todo ello está registrado en el Testamento del que somos
beneficiarios por el amor de Dios hacia nosotros. Ese amor se ha expresado en
una cruz ignominiosa, maldita, levantada en el monte de la calavera y con el
Hijo del Hombre clavado en ella, para que todo aquel que en él crea no se
pierda más tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha
dado a su Hijo Unigénito. La obra está hecha y acabada. El Testamento contiene
la legalidad del acto y los beneficios de los herederos. Veamos algunos datos
de este Testamento.
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a
Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Corintios,
6:20).
Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los
hombres (1 Corintios, 7:23)
Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que
interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el
primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque
donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque
el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el
testador vive… Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin
derramamiento de sangre no se hace remisión (Hebreos, 9:15-22)
Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte,
mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la
abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la
transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera
por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.
Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán
constituidos justos. Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas
cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado
reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna
mediante Jesucristo, Señor nuestro (Romanos, 5:17-21)
Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo
mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba
en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres
sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que,
somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de
nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en él (2 Corintios, 5:18-21)
Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la
incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos
todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros,
que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y
despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente,
triunfando sobre ellos en la cruz (Colosenses, 2:13-15)
Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los
bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de
manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de
becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar
Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros
y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos,
santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo,
el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo
sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras
muertas para que sirváis al Dios vivo? (Hebreos, 9:11-14)
El precio está pagado. Ahora bien, una vez que hemos sido
hechos beneficiarios de la obra de Jesús nuestras vidas quedan ligadas a él
para siempre. Se establece un vínculo sobrenatural, una unión indisoluble para
vivir y para morir. Somos comprados para Dios y Su Reino, somos propiedad Suya.
Y esta nueva realidad en la vida del creyente tiene muy diversas
manifestaciones prácticas. Puede contener momentos de sufrimiento y gloria, de
aflicción y victoria, de sequía y plenitud, pero en todo ello hay un propósito
eterno de conformarnos, ser hechos, a la imagen de Su Hijo. Su gracia será
suficiente en todo momento para sobrepasar los tiempos de prueba y tentación,
porque no nos ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana, sino que fiel
es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que
juntamente con la prueba dará la salida para poder soportar.
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque
a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a
éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó
(Romanos, 8:28-30)
La mezcla entre Viejo y Nuevo Pacto
Las Escrituras nos muestran lo contrario que es a la
voluntad de Dios las mezclas, ya en la ley de Moisés se dice que no harás
ayuntar tu ganado con animales de otra especie; tu campo no sembrarás con
mezcla de semillas, y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos (Levítico,
1:19). También en una de las cartas de Pablo se nos dice que no debemos unirnos
en yugo desigual con los incrédulos; “porque ¿Qué compañerismo tiene la
justicia con la injusticia? ¿Y que comunión la luz con las tinieblas? ¿Y que
concordia Cristo con Belial? ¿Y que acuerdo hay entre el templo de Dios y los
ídolos?” (2 Co.6:14-16). No se trata de no mantener relaciones personales con
los incrédulos, o fornicarios o avaros, o ladrones o idólatras de este mundo,
pues en tal caso nos sería necesario salir del mundo. “Más bien os escribí que
no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o
idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aún
comáis” (1 Co.5:9-11). Se trata de pretender una comunión
espiritual cuando se tiene distinto espíritu, se cree en otro Jesús y se
anuncia otro evangelio. Esas uniones o mezclas son espurias y por tanto
dañinas.
A menudo cometemos el error de mezclar elementos del Viejo
régimen de la letra con el Nuevo gobierno del Espíritu. El apóstol Pablo nos
vuelve a mostrar la diferencia en su exposición de 2 Corintios, 3 y 4. Es
relativamente fácil caer en dicho error y la predicación y canciones de
nuestros cultos están llenas de esas mezclas que nos confunden y evitan el
crecimiento en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Cuando cantamos “ven conmigo a la casa de Dios… estando aquí
en la casa de Dios…” estamos empleando unos términos basados en el viejo
régimen de la ley que conforman una idea de que el lugar donde estamos
realizando la adoración es la casa de Dios. Sin embargo el Nuevo Pacto dice que
somos piedras vivas, casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro,
2:4,5).
Cuando ponemos como condición indispensable para ser
bendecidos el que hagamos buenas obras: dar el diezmo, traer a otros a los
cultos, asistir a todas las reuniones, levantar las manos, saltar y danzar,
aplaudir y gritar desaforadamente, incluso silbar y patear; cuando todas estas
formas de hacer son síntomas de estar “en avivamiento” hemos deformado la
gracia para entrar en el evangelio de obras. Cristo nos redimió de la maldición
de la ley para que nos alcanzara la bendición de Abraham, Su obra es suficiente
para recibir el beneplácito de Dios y no el hecho de exteriorizar los
componentes de la religiosidad. Hay algunos predicadores que llegan a decir que
“los que no aplauden ahora no se van con el Señor, se quedan aquí para pasar la
gran tribulación”, o “si no levantas las manos o saltas en este preciso momento
la bendición de Dios no te alcanzará, te quedarás seco”. Semejantes
despropósitos solo conducen al simplismo y la superficialidad.
No estoy en contra de las manifestaciones de júbilo, gozo y
libertad cuando es el momento de ello, ni tampoco de las buenas obras que
confirman la fe, pero me temo que en muchos casos estamos mezclando la ley
religiosa con la gracia, el viejo régimen de la letra con el nuevo del
Espíritu, y eso solo puede conducir a la confusión.
Debemos situarnos en Cristo. El Mesías ya vino. El Espíritu
Santo ha sido dado a los creyentes. Somos ministros de un nuevo Pacto. Las
obras de la ley, cualquier ley (sea la del judaísmo o la de nuestro sistema
religioso denominacional), es llevarnos a Cristo, puede servir como ayo durante
un tiempo, pero debemos avanzar a la madurez y ser guiados por el Espíritu de
Dios y no depender de pedagogos.
La ley, cualquier ley, dice: “Haz estas cosas y vivirás por
ellas”. Pone el énfasis en no hagas, no toques, no comas, no gustes, guardar
días de fiesta, luna nueva o días de reposo, disciplina personal, duro trato
del cuerpo, esfuerzo propio, fuerza de voluntad, cara de humilde, apariencia de
piedad, mandamientos de hombres con una larga lista de prohibiciones o aprobaciones.
Pablo dice que no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne
(Colosenses, 2:16-23). En su mayor parte suelen ser obras de la carne para
domesticar la naturaleza caída que llevamos desde Adán. “Pero estando ya
presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el mas amplio y
mas perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y
no por sangre de machos cabríos, sino por su propia sangre, entró una vez para
siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos,
9:11-12).
Y continua el autor de los Hebreos diciendo: “Porque si la
sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra
rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto
mas la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí
mismo
sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras
muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos, 9:13-14).
La gloria del Nuevo Pacto en la sangre de Jesús es mayor que
la gloria pasajera que tuvo el viejo régimen de la letra. La gloria de la vida
en el Espíritu habitando en nosotros y guiándonos a toda verdad, es mayor que
todos los requisitos religiosos que moldean las formas de vivir del hombre pero
no pueden cambiar la naturaleza humana y por tanto, más pronto o más tarde se
llega a la frustración.
El nos dio vida cuando estábamos muertos en delitos y
pecados. Hemos muerto con Cristo, por tanto debemos buscar las cosas de arriba
no las de la tierra. El evangelio es poder de Dios para salvar y liberar al ser
humano, judíos o gentiles, religiosos o agnósticos. El evangelio de la gracia
es: “Habitaré y andaré entre ellos y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón… perdonaré la maldad de
ellos, y no me acordaré más de su pecado” (2 Corintios, 6:16) (Jeremías,
31:33,34). “Al decir: Nuevo Pacto, ha dado por viejo el primero, y lo que se da
por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer” (Hebreos, 8:7-13).
El Nuevo Pacto tiene mejores promesas, contiene los poderes
del siglo venidero, ha creado un nuevo hombre según Dios en la justicia y
santidad de la verdad, es otra dimensión de gloria. Es la gracia y la verdad
que vinieron por medio de Jesucristo. Es el poder de la resurrección de Cristo
que opera en nosotros mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos,
según el poder que actúa en nosotros. El evangelio de Dios tiene todas estas
riquezas inescrutables de la plenitud que hay en Cristo. Por eso dice el
apóstol que en él estamos completos, y si estamos completos en Cristo no
debemos regresar al viejo régimen de la letra para mendigar el favor de Dios
mediante nuestras “buenas obras”, sino bástate mi gracia, por que mi poder se
perfecciona en la debilidad, así que cuando somos débiles entonces somos
fuertes porque opera el poder de Dios en nosotros y no la capacidad de nuestra
realización personal y nuestra proyección religiosa.
Medita estos textos: Hebreos, 8:6 y 6:4-6 Efesios, 4:24 2
Corintios, 3:18 Juan, 1:17 Efesios, 3:20 Filipenses, 3:10 Efesios, 1:7,18 y 2:7
y 3:8, 19 y 4:13 Colosenses, 1:19 y 2:8-10 2 Corintios, 12:9,10 y 13:3,4.
La sangre del Nuevo Pacto habla mejor
Amados hermanos, si el viejo régimen de la letra y el
derramamiento de la sangre de animales podían actuar temporalmente sobre la
conciencia de pecado, ¿cuánto más creéis que podrá hacer la sangre derramada en
la cruz del Calvario por el Hijo de Dios?
La sangre de Jesús es la sangre del Nuevo Pacto. Cuando
levantó la copa de vino ante sus discípulos dijo: “Esta es la sangre que por
vosotros se derrama”. La vida está en la sangre, por tanto, Jesús derramó su
vida en beneficio de todos nosotros. Esa sangre habla de redención, de perdón,
de justicia aplicada; habla de separación, la separación de nuestras vidas para
Dios y su Mesías. La sangre de Jesús nos ha comprado, por tanto, habla de
propiedad, somos propiedad de Dios, hijos de Dios, para gloria y honra de Su
Nombre.
Nuestras vidas han sido rociadas con la sangre de Jesús.
Como fue señalado el dintel de las puertas de los hebreos en Egipto el día de
su liberación con la sangre del cordero para que el ángel de la muerte no los
tocara, así nuestras vidas han sido señaladas por la sangre del Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo, para que no tenga mas poder sobre nosotros la
ley del pecado y de la muerte, sino que andemos en novedad de vida. La sangre
nos habla de libertad, la libertad gloriosa de los hijos de Dios. La libertad
de no someternos otra vez a la esclavitud de mandamientos de hombres, para que
la verdad del evangelio permanezca con nosotros. Y este combate es necesario
librarlo porque las fuerzas hostiles a la gracia están siempre dispuestas para
robar la fe que ha sido dada una vez a los santos. Pablo dijo: “De Cristo os
desligasteis, los que por la ley os justificáis, de la gracia habéis caído”
(Gá.5:4).
El autor de los Hebreos nos dice que “nos hemos acercado a
Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la
sangre de Abel” (Heb. 12:14).
La sangre de Abel que fue derrama en la tierra por el
homicida Caín levantó una voz que llegó hasta el cielo. Dios llamó a Caín y le
hizo responsable de la sangre que estaba clamando desde la tierra ante Su
Trono. Esa voz movió el cielo, conmovió el corazón de Dios y puso una marca de
maldición sobre la vida de Caín.
La sangre de Jesús habla mejor, nos habla de bendición.
Jesús es el justo que muere por los injustos para llevarnos a Dios. El golpe
homicida de los poderes de las tinieblas asestado sobre el cuerpo del Hijo del
Hombre hizo verter la sangre del Justo, para que todo aquel que en el crea no
se pierda, sino que tenga vida eterna.
Uno de los pilares sobre los que se asienta el evangelio de
la gracia de Dios es la sangre derramada en la cruz del calvario. Esa sangre
del pacto eterno (Heb.13:20) nos ha acercado a Dios (Ef.2:13), y nos permite
entrar confiadamente hasta el trono de la gracia por un camino nuevo y vivo que
él nos abrió (Heb.10:19-22); sin mediadores humanos, sin ídolos, sin ayos o
pedagogos, tenemos libertad para entrar porque el camino está abierto, el único
mediador válido es Jesús (1 Ti, 2:5). Este hecho consumado nos da legalidad y
confianza para venir ante el Trono y derramar nuestras vidas ante Dios. Nos
permite interceder por nuestra nación, nuestra familia,
nuestros semejantes.
Además la sangre de Jesús nos ha redimido de nuestra vana
manera de vivir que hemos heredado de nuestros padres, con sus pecados,
estructuras de vida y enfermedades. La sangre de Jesús rompe todo lazo que nos
ata a enfermedades y vicios hereditarios. Cuando vamos al médico se nos
pregunta por las enfermedades familiares para establecer la línea genética y
mantenernos dentro de los mismos parámetros. Comprendo que se hace con la idea
de prevenir y estar alertas sobre las enfermedades de los padres que puedan
afectar a nuestras vidas, sin embargo, hay una realidad mayor que el informe
natural y es que la sangre de Jesús ha establecido otra dimensión mas elevada
que nos redime de la maldición de pecados y enfermedades heredados de nuestros
padres.
Las Escrituras muestran que en la Ley sí hay esa herencia.
“Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y
la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita
la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos”
(Nm. 14:18) (Ex.20:5) (Dt.5:9,10) (1 Rey.21:29). Sin embargo, en el Nuevo
Pacto, cada uno, individualmente, dará cuenta de sí y recibirá las
consecuencias de su propio pecado. “En aquellos días (el tiempo del Nuevo
Pacto) no dirán mas: Los padres comieron uvas agrias, y los dientes de los
hijos tienen dentera; sino que cada cual por su propia iniquidad morirá, los
dientes de todo hombre que coma uvas agrias tendrán dentera” (Jer.31:29,30)
Este pasaje aparece en relación al tema del Nuevo Pacto.
Sigue leyendo y encontrarás en el versículo 33 y 34 que... “Pondré mi ley
dentro de ellos...Pues perdonará su maldad, y no recordará mas su pecado”. Por
tanto, el primer paso para romper lazos de sangre es situarnos e identificamos
con el Nuevo Pacto en Cristo. Si vives solamente una religión que enseña la
ley, cualquier ley, para justificarte caerás preso de los lazos de sangre.
Necesitamos saber, por revelación, lo que significa la redención de Cristo.
“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de
vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como
oro o plata, 19sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin
mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo,
pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, 21y mediante el
cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para
que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 Pedro, 1:18-21).
Necesitamos la revelación del Espíritu de Dios para
comprender la dimensión gloriosa que tiene la sangre del Nuevo Pacto. Hemos
sido elegidos para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo (1
P.1:2). La reconciliación de todas las cosas y el establecimiento de la paz es
mediante la sangre de su cruz (Col.1:20). El que nosotros no sepamos bien como
se efectúan estos hechos no significa que no estén incluidos en el potencial de
vida que emana de la sangre derramada y que haya sido presentada ante el trono
de Dios como garantía de nuestra redención
(Col.1:14). Esa sangre bendita y eterna nos da la victoria
sobre el dragón, la serpiente antigua, el acusador y engañador, que ha sido
homicida desde el principio.
Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua,
que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a
la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. Entonces oí una gran voz en
el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de
nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el
acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y
noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la
palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte
(Apc.12:9-12).
Por ello debemos unirnos siempre a la adoración celestial
donde se proclama la dignidad del Cordero que fue inmolado, y con su sangre nos
ha redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos ha
hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, por tanto: “Al que está sentado en
el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder por los
siglos de los siglos” (Ap. 5:5-14).
El evangelio y las doctrinas de los últimos tiempos
Quiero hacer una alusión breve a este asunto porque me
parece relevante. Cíclicamente parece ponerse de moda hacer un énfasis
desmesurado en predicar sobre los últimos tiempos. Se abusa de los conceptos
bíblicos para generar temor en los creyentes y llevarles, por este medio, al
sometimiento, la consagración o al arrepentimiento.
La predicación que tiene el temor y la duda como base para
inducir a los oyentes a tomar una decisión por Cristo engendra un evangelio
basado en el miedo y la inseguridad que acompañará al nuevo convertido durante
su desarrollo espiritual. Me refiero a proclamas tales como: “Si el Señor viene
hoy mismo ¿te irás con él?”, y usar la duda sobre si tendrás aceite o no cuando
venga el Señor con la intención de mover a los creyentes a la consagración, que
en muchos casos significa ser un fiel consumidor de cultos y mantener el status
religioso correspondiente. Se mete miedo con la idea de quedarse con el
anticristo a pasar la gran tribulación sino te mantienes en la cerca de la
iglesia local como base de la salvación. Es una predicación de la duda y la
incertidumbre que no tiene nada que ver con el fundamento de nuestra salvación
realizada en la cruz del Calvario.
Todo ello tiene su servidumbre de sistemas eclesiásticos, es
decir, lo que se lee entre líneas es que si no participas del sistema religioso
al que perteneces te juegas la salvación y te quedarás a pasar la gran
tribulación.
Este enfoque doctrinal de los últimos tiempos basado en la teología
dispensacionalista (una teología relativamente moderna que procede de dos
jesuitas y que se popularizó a través de John Darby, el seminario Moody, los
libros de Hal Linsey y la Biblia de Scofield) es una de tantas interpretaciones
posibles de los últimos tiempos, personalmente creo que esta doctrina tiene
lagunas insalvables bíblicamente hablando. Ahora bien, algunos pretenden que si
no tienes esta doctrina del tiempo del fin, o cualquier otra, no vas a ser
salvo (porque no serás arrebatado en la venida “invisible” de Jesús y deberás
salvarte en el tiempo de la gran tribulación de siete años, donde el Espíritu
Santo no estará y solo podrás salvarte a través del martirio por no dejarte
poner la marca del anticristo que estará gobernando en ese tiempo) es un
disparate de tal calibre que hace depender la salvación de una doctrina
escatológica, lo cual es una deformación de la verdad que lleva al error. Ese
es otro evangelio.
Si nuestra salvación depende de tener la doctrina correcta
acerca de los tiempos del fin (cosa imposible porque las Escrituras no dan
apoyo definitivo a ninguna de ellas, y tampoco especifica con claridad como
serán los tiempos finales, aunque sí tenemos muchos indicios y pruebas de esos
tiempos, pero no el orden puntual de todos los acontecimientos de manera
inequívoca; Dios no ha querido dejarlo claro, lo que sí está claro es que
debemos estar velando y orando, siempre preparados, fervientes en espíritu
sirviendo al Señor), entonces hemos inventado otro evangelio basado en otra expiación
y no en la obra perfecta y acabada de nuestro Amado Señor Jesucristo.
Por tanto, el evangelio de la gracia de Dios no depende de
que tengamos la doctrina exacta sobre escatología, aunque podamos tener
convicciones al respecto, pero nunca definitivas porque sencillamente las
Escrituras dejan abiertas las opciones múltiples que hay y no es una doctrina
cerrada. La salvación depende de Jesús, de su obra en la cruz del Calvario, de
su sangre derramada, de su resurrección de entre los muertos y su exaltación a
la diestra del Padre para que nosotros podamos ser justificados y aceptados
como hijos de Dios, trasladados de las tinieblas al Reino de Su amado Hijo.
El evangelio y la obra social
Este ha sido y es otro de los tropiezos con los que nos
encontramos a menudo a la hora de anunciar las buenas nuevas de salvación.
Tenemos dos extremos al respecto, uno que pone el énfasis solamente en la
predicación del mensaje y otro que pone el punto sobre la importancia de suplir
las necesidades sociales de las personas a quienes se les anuncia el Reino.
Creo que no debería haber conflicto sino complementación. La
fe y las obras van juntas, anunciar el mensaje y el compromiso social con los
pobres son dos caras de la misma moneda. Algunas personas son llamadas especialmente
a hacer una obra social, han recibido dones de misericordia
que no todos tienen en esa dimensión, (un ejemplo clásico de
lo que quiero decir es la hermana Teresa de Calcuta y su obra en la India;
también hay muchos hermanos que trabajan amplia y eficazmente entre los
drogadictos, la delincuencia y los desamparados del tercer mundo, gracias a
Dios por ellos y su maravillosa labor), y otros tienen dones de evangelista,
dones de poder para anunciar el evangelio con señales y prodigios. No hay
conflicto, hay complementación. Según la revelación que el apóstol Pablo nos da
sobre el Cuerpo de Cristo hay diversidad de dones, ministerios y operaciones,
pero el que hace todas las cosas es el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno
en particular como El quiere.
Por tanto, el evangelio contiene la respuesta a todas las
áreas de la vida humana: Espiritual, física, social, emocional. El cuerpo de
Cristo en la tierra tiene diversas manifestaciones y dones en forma de personas
portadoras del mensaje en sus múltiples facetas para ser luz y sal en la
tierra. Gracias a Dios por cada hermano entregado al cumplimiento de Su
voluntad a favor de toda criatura y de todas las naciones.
El evangelio de Dios es un misterio eterno revelado
Después de todo lo dicho me gustaría acabar este capítulo
haciendo un recorrido lo más condensando posible de cual es el evangelio de
Dios que debemos predicar, el evangelio que aparece en las Escrituras y que ha
sido revelado por los apóstoles y profetas.
En primer lugar debemos saber que el evangelio es un
misterio revelado, ese misterio se ha mantenido oculto desde tiempos eternos,
pero que ahora ha sido manifestado por las Escrituras de los profetas. En esas
Escrituras se recogen los sufrimientos del Mesías y las glorias que vendrían
después para beneficio de todos los llamados del Señor. Los profetas hablaron
de una gracia destinada, dirigida por Dios para que fuera alcanzada por todos
aquellos que oyen el mensaje y lo reciben, anunciada por los apóstoles que
predicaron el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo.
Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la
predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido
oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las
Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a
conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios,
sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén (Ro.16:25-27).
Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a
vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación,
escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba
en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las
glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos,
sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los
que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo;
cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles (1 Pedro, 1:10-12)
Resumiendo estos dos pasajes vemos lo siguiente: Que el
evangelio es un mensaje eterno, que había estado preparado desde antes de la
fundación del mundo, por tanto es un propósito diseñado por Dios, un plan de
redención. Ese plan se fue revelando paulatinamente a través de los profetas y
tuvo su culminación en la Persona de Jesucristo. Que ha sido revelado,
manifestado, a través de la predicación de los apóstoles por el Espíritu Santo
y que ha sido recogido en sus escritos para todas las generaciones posteriores.
Pablo es consciente de este misterio revelado y de la
necesidad de transmitirlo correctamente, sin adulteraciones, cuando pide la
oración de los hermanos de Efeso a favor de su apostolado.
… orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el
Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los
santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a
conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en
cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar (Efesios, 6:18-20).
La revelación del evangelio se transmite a través del
Espíritu Santo en aquellos que obedecen a la fe, no se puede comprender por la
mente natural, es un mensaje escondido desde la fundación del mundo y
transmitido en muchas ocasiones a través de parábolas para poder relacionarlo
con realidades cotidianas y poder comprenderlo mejor. Este fue uno de los
métodos mas usados por el Maestro, que a su vez mantenía lejos de la revelación
a aquellos cuyo corazón no era recto.
Todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin
parábolas no les hablaba; para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando
dijo: Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la
fundación del mundo (Mateo, 13:34-35). Compararlo con Salmo, 78:2.
La palabra de la cruz es locura para los que se pierden,
pero para los que se salvan es poder de Dios. La mente natural no puede
alcanzar el misterio escondido desde tiempos eternos, se ha de discernir por el
Espíritu, “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de
Dios, sino el Espíritu de Dios.
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido,
lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino
con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero
el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque
para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente” (1 Corintios, 2).
Y en su carta a los colosenses una vez mas el apóstol Pablo
deja constancia de esta verdad, que el mensaje que estaba anunciando le fue
dado por Dios para que fuese proclamado y de esa forma el misterio que había
estado oculto desde los siglos y edades fuese revelado. Ese misterio se
sintetizaba en poner de manifiesto las riquezas de la gloria de este misterio
entre los gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria.
Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi
carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia;
de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada
para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el
misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha
sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas
de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la
esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando
a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a
todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la
cual actúa poderosamente en mí. (Colosenses, 1:24- 29).
Diversas formas de denominarlo En dos mil años de
cristianismo ha habido muchos mensajes adulterados que han llevado la etiqueta
de “evangelio de Jesús”. Se han predicado muchos evangelios, sin embargo la
Biblia muestra que solo hay un evangelio (Gá. 1:6-9), aunque en las mismas
Escrituras se le denomina de diferentes maneras. Hay diversas expresiones pero
un solo evangelio. Se le llama:
El evangelio de Dios en Romanos, 1:1;
El evangelio de Su Hijo en Romanos, 1:9;
El evangelio de la gracia en Hechos, 20:24;
El evangelio de poder en Romanos 1:16;
El evangelio de la cruz en 1 Corintios, 1:18;
El evangelio de la paz en Hechos, 10:36
Y el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo en
Efesios, 3:8.
El evangelio en la epístola a los Romanos
Hemos ido viendo a lo largo de este tema que el apóstol de
los gentiles nos ha dejado dos epístolas especialmente (Romanos y Gálatas) en
las que habla del evangelio que le ha sido encomendado, y particularmente en la
carta a los Romanos tenemos la exposición mas profunda y erudita de las buenas
nuevas de salvación. Por ello vamos a ver un resumen de esta importantísima
carta a los Romanos.
Pablo ha sido apartado para el evangelio que había sido
antes prometido por los profetas en las Santas Escrituras (Ro.1:1,2). Una vez
mas queda claro que el evangelio no es de Pablo, sino que ya había sido
prometido por Dios a través de los profetas. Pablo fue llamado por Dios y
apartado para llevar a cabo el anuncio del evangelio. Su origen es Dios. El
apóstol se hizo uno con el evangelio de tal forma que lo llamaba “mi evangelio”
(Ro.2:16), y comprendió que fue aprobado por Dios para que se le confiase el
evangelio (1 Ts.2:4).
Pablo no se avergüenza del evangelio porque es poder de Dios
para salvación de todo aquel que cree; al judío primeramente y también al
griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe,
como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá (Ro.1:16-17). Y a partir de
este testimonio va a exponer con toda claridad esa verdad revelada ya por los
profetas, a saber, que la justicia de Dios es por la fe y no por las obras de
la ley.
Para llevarnos al milagro de la gracia y la justicia por la
fe, primeramente inicia su exposición con la ira de Dios que se revela desde el
cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con
injusticia la verdad (Ro.1:18). Luego nos habla del justo juicio de Dios por la
dureza y el corazón del hombre caído no arrepentido, atesorando para si mismo
ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios (Ro.2:5).
Además aborda el espinoso asunto de la ley para decirnos que por las obras de
la ley ningún ser humanos será justificado delante de él; porque por medio de
la ley es el conocimiento del pecado (Ro.3:20), y por cuanto todos hemos pecado
y estamos destituidos de la gloria de Dios (Ro.3:23) no hay forma de escapar de
la ira y del justo juicio de Dios por ningún medio humano.
“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia
de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por
medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él” (Ro.3:21). Esta
justicia de Dios es aplicada al que cree mediante la base de la redención,
propiciación y expiación de Jesucristo. La clave está, por tanto, en la obra
consumada de Jesús en la cruz del Calvario. De ahí que el apóstol Pablo, de
forma muy resumida para captar el mensaje central, diga en primera de Corintios
lo que es el epicentro del evangelio: “Además os declaro, hermanos, el
evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también
perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado,
sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que
asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las
Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las
Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a
más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya
duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último
de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Corintios, 15).
Así, pues, la vigencia de la obra de Jesús nos libra de la
ira venidera, del justo juicio de Dios por nuestros pecados y de la
culpabilidad de la ley por cuanto no hemos podido cumplirla. Estas son las
buenas nuevas del evangelio. La grandeza de la gracia de Dios se manifiesta en
que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros (Ro.5:8). El apóstol lo
expresa magistralmente con estas palabras:
siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio
de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por
alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este
tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es
de la fe de Jesús (Romanos, 3).
En estos primeros capítulos de romanos aparecen varios
términos judiciales que merecen la pena explicar brevemente, son:
Justificación, redención, propiciación y expiación.
Justificación: Ser declarado justo.
Adecuación con la justicia o conformidad con lo justo.
Redención: Liberación de carga, gravamen, obligación o
condena.
Librados de la esclavitud del pecado.
Propiciación: Aplacar la ira de Dios mediante la obra de
Jesús.
Satisfacer la justicia de Dios mediante un sacrificio.
Expiación: Borrar las culpas mediante algún sacrificio.
En los capítulos siguientes (4 y 5), Pablo pone base
Escritural para apoyar la veracidad del evangelio que predica. Habla del
ejemplo de Abraham, y la justicia que él recibió por la fe en la promesa de
Dios (Ro.4:1-5). Luego en el capítulo 6 habla de la nueva vida que surge como
resultado de la justificación, una nueva naturaleza que emana de la unión con
Jesús en la cruz, la sepultura y la resurrección. Esa unidad produce una
novedad de vida, todos nuestros miembros que antes servían a la injusticia, ahora
son puestos al servicio de una vida en santificación. No es un esfuerzo de
nuestra propia voluntad para ser buenos, sino el resultado de la nueva
naturaleza operando en nosotros.
Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos
siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida
eterna (Romanos, 6:22).
En el capítulo 7 encontramos la lucha interior que aparece
en el creyente, el conflicto entre el viejo hombre y el nuevo, el querer hacer
el bien pero hallar una ley interior que se revela contra la nueva realidad de
ser hechos hijos de Dios. Y en el capítulo 8 aparece la vida victoriosa andando
en el Espíritu, “porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha
librado de la ley del pecado y de la muerte”.
El anuncio del evangelio
Este es el evangelio que debemos anunciar, bien basado en
las Escrituras de los profetas y los apóstoles, así como centrado en la Persona
y Obra de Jesús. Todo ello responde a un plan predeterminado por Dios, porque
la salvación pertenece a nuestro Dios (Apc.7:10), y que ha sido manifestado en
el cumplimiento de los tiempos para redimir a todos los que reciben la
abundancia de la gracia y del don de la justicia.
El apóstol Pablo nos da la secuencia que sigue el proceso
del anuncio del evangelio hasta su aceptación, y nos dice que son hermosos los
pies de los que anuncian las buenas nuevas. En Romanos 10 encontramos esa
secuencia que podemos resumir en: Ser enviados a predicar, oír el mensaje y
creerlo, invocar el Nombre de Jesús y ser salvos.
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y
cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les
predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán
hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas
nuevas! Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién
ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la
palabra de Dios… Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu
corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca
que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca
se confiesa para salvación (Ro. 10).
El origen del evangelio es Dios, es El quién envía con la
palabra del cielo para ser anunciada, creída e invocada. La palabra es Jesús
mismo, por tanto se trata de invocar el Nombre de Jesús para ser salvo. El
evangelio es una persona, creer en una persona e invocar su Nombre. Creer en
Jesús no es un artificio mental sino una certeza interior, del corazón, donde
se ha producido la revelación por el Espíritu de quién es él y la obra que ha
realizado, por ello con el corazón se cree para justicia y con la boca se
confiesa para salvación.
Todo el tiempo es una obra de Dios, aunque haya
colaboradores que anuncian la palabra enviada del cielo, es la acción de la
palabra viviente en el corazón de la persona que la lleva a reconocer, más allá
de su mente natural, el hecho de que Jesús ha muerto por sus pecados y
resucitado para
su justificación.
En los capítulos anteriores de la epístola a los Romanos
hemos visto que el apóstol de los gentiles ha hecho una exposición amplia del
evangelio que es poder de Dios para salvación. Ese evangelio desemboca en una
invocación, la invocación de un Nombre, el Nombre que es sobre todo Nombre, el
Nombre de Jesús. Y en ningún otro hay salvación, por que no hay otro nombre
bajo el cielo dado a los hombres en quién podamos ser salvos (Hechos, 4:12).
Esta aparente simplificación contiene todo el consejo de
Dios. Jesús es la plenitud de Dios y la vida cristiana es el descubrimiento
continuado de todas las riquezas de pleno entendimiento que hay en Cristo, en
quién están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.
Descubrir la inmensidad de Cristo, que ahora habita por la fe en nuestros
corazones, es ocuparse de la salvación, es crecer en la gracia y el
conocimiento de todo lo bueno que hay en él. Por ello la invocación del Nombre
de Jesús para ser salvos es el inicio de una nueva vida que debe ser
descubierta y vivida con posterioridad.
Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para
que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque
serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora,
pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados,
invocando su nombre (Hechos.22:14-16)
Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo
que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo
aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Romanos, 10:12,13).
Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad
de Dios, y el hermano Sóstenes, 2a la iglesia de Dios que está en Corinto, a
los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en
cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y
nuestro (1 Corintios, 1:1,2).
Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello:
Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que
invoca el nombre de Cristo. Pero en una casa grande, no solamente hay
utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son
para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de
estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y
dispuesto para toda buena obra. Huye también de las pasiones juveniles, y sigue
la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al
Señor (2 Timoteo, 2:19-22).
Recuerdo muy bien como se activó mi vida cristiana el día
cuando invoqué el glorioso Nombre de Jesús. Fue en un culto de oración, pasé
todo el tiempo que duró la reunión invocando su Nombre, dándole gracias. Antes
ya había leído las Escrituras, orado a Dios de diversas formas, me relacionaba
con los hermanos, amaba al Señor, vivía cierto misticismo personal, hablaba a
otros de Dios en sentido general, pero cuando invoqué Su Nombre desde lo hondo
de mi corazón, dándole gracias, ese día noté en mi interior que algo nuevo
había surgido, quise hablar a todo el mundo de Jesús, ese maravilloso Nombre
que me había salvado.
Invocar el Nombre de Jesús no es una fórmula mágica, a
menudo usamos Su Nombre en vano, de forma mecánica y como vana repetición, pero
cuando en nuestro corazón hay certeza y hemos comprendido la inmensidad de su
gracia resumida en Su Nombre, entonces “le amamos sin haberle visto y en quién
creyendo, aunque ahora no le veamos, nos alegramos con gozo inefable y
glorioso; obteniendo el fin de nuestra fe que es la salvación de nuestras
almas” (1 Pedro, 1:8-9).
A menudo el reconocimiento de nuestros pecados viene después
de haber invocado su Nombre para salvación; la consciencia de nuestra
separación de Dios, de la ira venidera y del justo juicio de Dios se hace
palpable cuando hemos oído lo que Jesús ha hecho en la cruz y por qué. Fue lo
que les ocurrió a las tres mil personas que se convirtieron en la primera
predicación del apóstol Pedro. Después de relacionar el día de Pentecostés con
lo dicho por el profeta Joel, acabó su primera parte del discurso citando las
palabras del profeta: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será
salvo”.
Luego se compungieron de corazón y dijeron: “¿Qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de
Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.
Pablo le dijo a Timoteo que se aparte de iniquidad todo
aquel que invoca el nombre de Cristo. Él mismo lo había experimentado cuando se
le dijo: “Lava tus pecados invocando su nombre”.
La fe en Jesús se hace eficaz por el conocimiento de todo el
bien que está en vosotros por Cristo Jesús (Filemón, 6). La vida cristiana
viene a ser un descubrimiento progresivo de la plenitud que hay en Cristo y de
la cual hemos sido hechos partícipes. Cuando cantamos “queremos mas de Ti”
deberíamos decir “queremos descubrir lo que ya tenemos en
Ti”. Ese descubrimiento viene por revelación del Espíritu, no es en primer
lugar una experiencia externa con manifestaciones de cualquier tipo, sino más
bien un correr el velo de nuestra mente y espíritu para tener un mejor
conocimiento de él. Esta es la oración de Pablo por los efesios (Efesios,
1:15-20). Descubrir la inmensidad de Cristo, la plenitud de Cristo, era la meta
mas elevada del apóstol Pablo.
Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado
como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como
pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor
del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, 9y ser
hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que
es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; 10a fin de
conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus
padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera
llegase a la resurrección de entre los muertos (Filipenses, 3:7-11).
Lo que incluye la salvación El autor de la carta a los
hebreos nos dice que la salvación que nuestro
sumo sacerdote ha conseguido es una salvación muy grande y
completa (hebreos, 2:3 y 7:25 en la versión de las Américas dice: “salvar
completamente”). El anuncio del evangelio es la proclamación de esa salvación
que contiene el eterno propósito de Dios y Su voluntad para toda criatura y
para todas las naciones. El evangelio es un mensaje universal, para todos los
pueblos, lenguas y naciones.
Cuando Jesús se levantó en la sinagoga para leer el libro de
Isaías y declarar la obra que el Espíritu Santo le daba para hacer dijo que su
misión era dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón,
pregonar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos, poner en libertad a
los oprimidos y predicar el año agradable (el año del jubileo, el tiempo de
gracia) del Señor (Lucas, 4:16-19). Todo esto está incluido en el evangelio de
Jesús. Eso mismo fue lo que él hizo durante tres años y medio y encargó a los
suyos para que continuaran haciéndolo.
Jesús fue ungido para hacer bienes y sanar a todos los
oprimidos por el diablo. Vino a deshacer sus obras. El diablo vino a robar,
matar y destruir, pero Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en
abundancia. Alabado sea Su Nombre.
Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando
desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el
Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo
bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él
(Hechos, 10:37,38).
El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo
peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las
obras del diablo (1 Juan, 3:8).
El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo
he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. (Juan,
10:10).
Además de lo mencionado la salvación incluye:
Paz con Dios. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz
para con Dios”.
Sanidad. “Y por cuya herida fuisteis sanados”.
Liberación. Una libertad nueva en el cuerpo, alma y
espíritu. Libres de amargura, depresión, rencor, mal carácter, manías
obsesivas, demonios.
Economía liberada. “Mas buscad primeramente el reino de Dios
y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Dios ha prometido
atender nuestras necesidades materiales para que abundemos para toda buena
obra; sin esclavizarnos por la avaricia, ni estemos en ansiosa inquietud por
comida y bebida.
Mente sana. Desbloqueo de pensamientos perturbadores.
Limpieza e higiene mental. Libertad de pensar bien. Salud mental.
El Espíritu Santo. La plenitud o el bautismo del Espíritu
que nos capacita para servirle con poder. Es la clave para una vida cristiana
victoriosa.
Ser guardado del mal. Una vida protegida por la sangre de
Jesucristo que impide que seamos zarandeados por las circunstancias y la
manipulación del diablo.
Todo ello se resume en las palabras del apóstol Juan cuando
dijo: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida
está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo
de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el
nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que
creáis en el nombre del Hijo de Dios (1 Juan, 5:11-13).
Es el mismo mensaje que Pablo nos ha dejado en la carta a
los efesios. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros
delitos y pecados… Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con
que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente
con Cristo… Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe””
(Efesios, 2:1-10).
El evangelio es vida, “la salvación pertenece a nuestro Dios
que está sentado en el trono, y al Cordero” (Apc. 7:10). Es una nueva creación
y esa vida se transmite a través de la Persona de Jesús, porque “en el estaba
la vida y la vida era la luz de los hombres” (Juan, 1:4). La gloria es de Dios,
el origen de todas las cosas es Dios, por tanto a El sea la gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
Resumiendo
El evangelio de la gracia de Dios ha sido perseguido a lo
largo de la historia, se ha falseado, adulterado, deformado y mezclado con todo
tipo de pensamientos religiosos que se han levantado como argumentos altivos
contra el conocimiento de Dios. Ya en el primer siglo, en la época de
losapóstoles, se levantaron hombres impíos para adulterar la palabra de Dios y
que el mensaje fuera corrompido, sin embargo el Espíritu de Dios encontró a
hombres y mujeres dispuestos a pelear la buena batalla de la fe y combatir
unánimes por la fe del evangelio.
También en nuestros días se han levantado muchos enemigos de
la verdad para oscurecerla mezclándola con supuestas nuevas revelaciones que
contradicen la sana doctrina. Es muy fácil mezclar el evangelio de la gracia de
Dios con el evangelio de obras y perder así la fortaleza que contiene la verdad
que nos hace libres. El evangelio es Jesús mismo. Toda predicación que no tiene
al Hijo de Dios como eje central de su mensaje se aleja de la voluntad revelada
de Dios. Dios habló en el pasado por los profetas, pero en este tiempo nos ha
hablado por el Hijo (hebreos, 1:1,2).
Para Pablo el mensaje era “nosotros predicamos a Cristo crucificado,
para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para
los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de
Dios” (1 Corintios, 1:23,24).
Así que se nos exhorta a que “nos comportemos como es digno
del evangelio de Cristo y estemos firmes en un mismo espíritu, combatiendo
unánimes por la fe del evangelio” (Filipenses, 1:27). Y que “contendáis
ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos
hombres han entrado encubiertamente… hombres impíos, que convierten en
libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a
nuestro Señor Jesucristo” (Judas, 3,4).
Lo mas reciente en este sentido lo tenemos en una nueva
secta llamada “creciendo en gracia” cuyo líder se autoproclama Jesucristo
Hombre; todo un despropósito que viene a confirmar lo avanzado de los últimos
tiempos cuando muchos vendrían diciendo “yo soy el Cristo” (Mateo, 24:5); son
hombres amadores de si mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos… (2
Timoteo, 3:1,2).
Los vasos de honra que Dios escoge son llamados “para que
abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la
potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mi, perdón de
pecados y herencia entre los santificados” (Hechos, 26:18).
Por mi parte quiero dejaros con las palabras que el apóstol
dio a los ancianos de la iglesia antes de partir a Jerusalén. “Y ahora,
hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder
para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hch, 20:32).
Vuestro en Cristo
Virgilio Zaballos
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