El punto de vista sobre este tema tiene su base en los
principios del Reino de Dios, sobre el fundamento de las Sagradas Escrituras,
tal y como lo entiende el autor, haciéndose responsable único de aquellos
aspectos en los cuales haya otras interpretaciones; y va dirigido en primer
lugar a todos aquellos creyentes, nacidos de nuevo, y que forman parte del
Cuerpo de Cristo.
Nuestro hablar nos delata y lo que decimos es sintomático de
lo que creemos. Algunas de nuestras frases favoritas son: “vamos a la iglesia”,
“venimos de la iglesia”, “estamos en la casa de Dios”, dejando claro con
nuestro mensaje que damos por hecho que la iglesia es un lugar físico y
geográfico, una estructura de ladrillo y hormigón. Luego centramos nuestra vida
espiritual alrededor de ese lugar “santificado” y hacemos una separación
evidente entre lo que es un lugar “santo” y el resto de los lugares donde
vivimos habitualmente, con la consiguiente dicotomía, osea, una división de
vida entre lo santo y lo profano.
Todo esto con la certeza de que nuestra teología está bien
asentada en las Escrituras y sabemos que la iglesia somos nosotros, no el lugar
de culto, pero nuestro hablar nos delata. Tenemos una confusión consciente
entre dos conceptos o verdades que no se pueden mantener unidos.
En la Biblia nunca se dice “vamos a la iglesia”, el apóstol
Pablo al inicio de sus cartas se dirige a la iglesia que está en una ciudad en
particular, es decir, la iglesia es una congregación de creyentes, reunidos en
un lugar para adorar a Dios y anunciar su palabra. Entonces ¿de donde nos viene
esa
costumbre de “ir a la iglesia”?. Está claro que forma parte
de una tradición religiosa impregnada en nuestra alma y de la que no nos hemos
desprendido.
Al hablar de esta forma mostramos que ya tenemos asumidos,
en buena parte, los planteamientos de un sistema religioso, y lo que parece ser
un simple error conceptual nos conduce a errores de mayor calado con peores
consecuencias. Dice el dicho popular que “por la boca muere el pez” y en este
caso no es de otra forma.
Al tener la idea de iglesia como un lugar perdemos una parte
importante de nuestra identidad real. Además separamos nuestras actividades en
diferentes categorías, cuando hacemos algo relacionado con el lugar de culto
pensamos que es mas importante que otras actividades como ser padres, madres,
estudiantes, trabajadores, etc. Sin embargo, está escrito que todo lo que
hacemos lo hacemos para el Señor.
También, instintivamente, relajamos nuestro comportamiento
en lo que llamamos vida secular y cambiamos de cara cuando nos acercamos al
lugar de adoración. Hemos hecho un monte particular para la adoración, puede
ser en Samaria, en Jerusalén o en cualquier edificio alquilado de nuestra
ciudad; Jesús dijo que debería de ser en espíritu y en verdad. Me pregunto si
no habremos construido una infinidad de “lugares altos”, un terruño particular
donde se establece un pequeño reino de taifas, con su líder dominante y un
puñado de redimidos gobernados bajo su cobertura territorial.
“Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís
que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer,
créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al
Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos;
porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando
los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque
también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los
que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. (Juan,
4:20-24)
Preguntémonos ¿Qué lugar geográfico es “en espíritu y en
verdad”?. El Espíritu de Dios no puede ser encerrado entre cuatro paredes, los
cielos de los cielos no le pueden contener. El Espíritu de Dios mora en los
redimidos del Señor y donde están los redimidos por la sangre del Cordero allí
está el Espíritu de Dios y hay libertad para adorar, libertad si la vida de Dios
está liberada. Pero nosotros nos encerramos en la cárcel física, ponemos el
énfasis en el lugar físico y en las formas rutinarias que nos ayudan a
mentalizarnos de que ahora podemos ser espirituales, ahora estamos en la
presencia de Dios porque hemos cumplido los requisitos para que Dios haga acto
de presencia y nos visite dentro de los parámetros que nosotros mismos hemos
establecido. Sin darnos cuenta estamos tratando de dirigir a Dios y decirle
cuándo tiene que actuar y cuándo quedamos fuera de su influencia.
De esta forma acabamos formando un sistema religioso que
apaga la vida del Espíritu y establece una estructura de control y dominio
sobre la conciencia de los creyentes, hemos entrado en Babilonia.
Te puede parecer un poco exagerado y extremo, pero nosotros
no somos mejores que nuestros padres, nuestra naturaleza contiene el mismo
barro que les llevó a ellos antes que nosotros a caer en el error. El alma
humana está sedienta de religión y tiene una capacidad innata de crear sistemas
que le den seguridad y cobijo, nos adaptamos con suma facilidad a esas formas
religiosas que nos permiten vivir nuestra vida mientras otros, unos pocos
líderes “ungidos” se acercan a Dios para luego contarnos lo que han oído.
Esa no es la voluntad perfecta de Dios para sus hijos, sino
que “por medio de él (Jesús) los unos y los otros tenemos entrada por un mismo
Espíritu al Padre” (Efesios, 2:18).
Y podemos crear una atmósfera apropiada para sentirnos bien,
emocionarnos, que se nos pongan los pelos de punta, llorar y reír. Gran parte
de la sofisticación de nuestros cultos está dirigida a crear ambiente y atrapar
a los congregados bajo el hechizo de los sentidos, y crear una espiritualidad
ortopédica que dura mientras estamos bajo esa influencia, para desaparecer
cuando volvemos a la realidad cotidiana.
Sin una vida espiritual activada por Dios en nuestro
espíritu, que transforma nuestras vidas y nos mantiene unidos con Cristo en
todo momento nos estaremos engañando y entreteniendo. Esa vida lleva fruto de
si misma, comienza en Dios y se perpetúa por Su voluntad. Esa vida está dentro
de nosotros y no fuera, opera desde el interior y no depende de los
instrumentos musicales o cualquier otro instrumento que no sea la rendición a la
voluntad de Dios. Esta vida emana de nuestra unión con Cristo en su muerte,
resurrección y exaltación.
Otra práctica que se deriva de nuestro concepto clásico de
iglesia es la de una institución jerárquica con clero y membresía. Esto que ha
sido una de nuestras críticas más fervientes hacia el catolicismo romano es una
triste realidad en muchas de nuestras iglesias locales. Hemos abandonado la
verdad que sacaron a luz los reformadores del siglo XVI sobre el sacerdocio
universal de los creyentes. No digo que no lo sepamos doctrinalmente o
teológicamente, lo que digo es que nuestra práctica no concuerda con esa verdad
revelada en muchos casos.
La formación de un sistema religioso
Los elementos que conforman un sistema religioso en
contraposición a la manifestación de la vida de Dios en medio de sus redimidos,
la congregación de Dios, son estos: El lugar; el sacerdote (líder); días
especiales para la asistencia; los diezmos para sostenerlo económicamente;
participar de las actividades reconocidas como “la obra de Dios”, o la visión
de Dios; una moral acorde con la doctrina denominacional y una doctrina cerrada
para aceptar. El énfasis está puesto sobre “hacer” y “estar”, no sobre el
“ser”. Si se cumplen los requisitos eres aceptado de lo contrario te espera el
ostracismo, el ninguneo, la indiferencia y por último una presión psicológica
para que te sometas incondicionalmente al dominio del líder y su entorno, o
bien que desaparezcas amargado para luego acusarte de rencoroso y rebelde, un
mensaje que venderán al resto del “redil” para que aprendan a someterse o
quedar expuestos a la misma ignominia.
Este modelo, con algunas variaciones puntuales, está muy
extendido actualmente en lo que llamamos iglesia. Es un modelo que tiene sus
ventajas de cobijo y seguridad cuando eres sumiso al sistema, pero que acaba
estrangulando la verdadera vida de Dios que emana de nuestro ser interior. Se
nos enseña la dependencia de un líder mediador que se convertirá en el eterno
ayo/pedagogo para mantener el estado de niñez espiritual: El nos enseña, nos
guía, ora por nosotros, nos aconseja, nos riñe cuando nos portamos mal, nos
impresiona con sus habilidades y carismas, nos hace reír y llorar, nos muestra
cuanto nos ama y la entrega incondicional de su sacrificio por nosotros y nos
recuerda nuestra ingratitud e infidelidad si se nos ocurre escuchar a otro
profesional del mismo gremio.
Nos pide sometimiento incondicional a sus palabras que son
todas de Dios, recibidas en el monte de la transfiguración, en la cátedra de la
revelación exclusiva de su propiedad, por supuesto nuestro apoyo económico y la
rendición de nuestra voluntad a la suya, porque la suya es la de Dios y la
nuestra es solo nuestra. A esto le añadimos el coro de aduladores y
confirmadores de su gran unción y tenemos un pastel completo que nos comemos
con verdadero placer, sin reparar en las diarreas que vendrán después, o en el
peor de los casos una indigestión o un virus que minará internamente la
verdadera obra de Dios en nuestros corazones. Alguien se habrá adueñado de
nuestra energía para dejarnos en un raquitismo y anorexia espiritual que nos
conducirá a una dependencia sectaria del líder que ocupa ahora el lugar del
Espíritu Santo.
Frente a este modelo qué tenemos. Una vez mas la verdad nos
hará libres. El apóstol Pablo lo expresa así en Efesios 4:10-16
“El que descendió, es el mismo que también subió por encima
de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos,
apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y
maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para
la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de
la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de
la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes,
llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres
que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que
siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto
es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas
las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada
miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”.
Soy consciente de que este mismo texto se usa para enfatizar
precisamente el modelo que venimos denunciando. Mas adelante veremos el tema de
los ministerios con mas detenimiento, ahora me interesa resaltar dos cosas: (1)
Que el propósito de los ministerios dados por Jesús a su congregación son para
sacar a los creyentes de un estado de niñez y fluctuación, y (2) llevarlos a
una dinámica de crecimiento para que ellos mismos sigan la verdad en amor y no
vivan dependiendo del dominio que ejercen esos dones ministeriales, sino del
que es la cabeza, Cristo, de quién reciben guía y dirección por Su Espíritu
desde lo hondo de su ser. Muchos líderes carismáticos están ocupando y
controlando el lugar santísimo de nuestro ser, nuestro espíritu y conciencia,
que pertenece a nuestro sumo sacerdote verdadero, Jesucristo.
Debemos reconocer que este modelo pertenece al viejo orden
de la letra, no al nuevo del Espíritu. Tiene sus bases en el Antiguo Pacto, con
sus rituales, ceremonias, lugar de culto, el sumo sacerdote como el único que
se acerca a Dios y el clero o sacerdotes como un gremio profesional que se
encargaba de los sacrificios y todo el resto de actividades centralizadas en el
templo. En buena medida hemos vuelto a levantar el sistema viejo que
desapareció con Jesús, cuando levantó un nuevo templo en tres días
(Jn.2:19-22). Los dos modelos (el antiguo templo de Jerusalén y el nuevo
templo: los redimidos y renacidos por la obra de Jesús en la cruz) convivieron
hasta el año 70 d.C. cuando fue destruido definitivamente el templo de Jerusalén.
La iglesia primitiva no tenía lugares de culto exclusivos,
se reunían en las casas, porque sabían que ellos eran el templo de Dios, la
casa de Dios, la morada del Altísimo por Su Espíritu. Sin embargo en el siglo
IV se volvieron a implantar templos hechos de mano y se constituyeron en
centros sobre los que giraban la vida de los creyentes. Surgió así un sistema
religioso tan poderoso que ha sobrevivido casi veinte siglos, con sus periodos
oscuros, muy oscuros, y otros de esplendor porque albergó a verdaderos hombres
de Dios a pesar de la estructura equivocada.
Nosotros, de tradición protestante y evangélica, que nos
hemos enorgullecido tanto de tener la Biblia y la sana doctrina hemos caído en
el mismo error. Se nos ha llenado la boca de crítica a la iglesia católica
romana (en muchos casos con verdadera razón) pero hemos tropezado en la misma
piedra. Hemos levantado muchos templos, muchas iglesias de ladrillo y las hemos
convertido en el centro de nuestra peregrinación espiritual.
Textos para meditar
Veamos algunos de los textos que nos hablan de templo,
edificio, cuerpo y casa siempre relacionados con el propio ser del hijo de Dios
y no como un edificio o casa de ladrillo. Somos el templo de Dios, el edificio
de Dios, el cuerpo de Cristo y la casa donde Dios habita por Su Espíritu.
Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres
días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue
edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del
templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus
discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la
palabra que Jesús había dicho.(Juan, 2:19-22)
Este (David) halló gracia delante de Dios, y pidió proveer
tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa; si bien el
Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es
mi trono, Y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el
Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?
(Hch.7:46-50)
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay,
siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos
humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues
él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. (Hch.17:24-25)
¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de
Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le
destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es. (1
Co.3:16)
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro
cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1Co.6:19,20)
¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?
Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y
andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid
de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo
os recibiré, Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e
hijas, dice el Señor Todopoderoso. (2 Co.6:16-18)
Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas,
siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el
edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor;
en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu. (Ef.2:20-22)
Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois
labranza de Dios, edificio de Dios. (1 Co.3:9)
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?
¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De
ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con
ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor,
un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el
hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio
cuerpo peca.
¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro
cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1 Co.6:15-20)
Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un
cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan (1 Co.10:17). Comparar con
(1 Co.12:12-27) donde Pablo expresa ampliamente la realidad del Cuerpo de
Cristo y su funcionamiento.
y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza
sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que
todo lo llena en todo. (Ef.1:22,23)
misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los
hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas
por el Espíritu: 6que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo,
y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio.
(Ef.3:5-6)
Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén
sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la
mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es
su Salvador… Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la
sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, 30porque somos miembros
de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. (Ef.5:21-23, 29,30)
Y él (Jesús) es antes de todas las cosas, y todas las cosas
en él subsisten; y él (Jesús) es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que
es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la
preeminencia. (Col.1:17-8)
Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a
verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que
es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad. (1
Ti.3:14-15)
Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como
siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; 6pero Cristo como hijo sobre
su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la
confianza y el gloriarnos en la esperanza. (Heb.3:5,6)
Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los
hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras
vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. (1 P.2:4,5)
Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de
Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no
obedecen al evangelio de Dios? (1 P.4:17)
Todas estas verdades se asientan en el fundamento del Nuevo
Pacto del que hablaron los profetas y que se realizó en la Persona y Obra del
Mesías, Jesús de Nazaret. Un Nuevo Pacto que Dios hizo con la casa de Israel y
de Judá y en el que nosotros, gentiles, somos incluidos (injertados) por la fe
en Jesús.
Este Nuevo Pacto no tiene que ver con la formación de un
sistema religioso a la antigua usanza, sino que Dios mismo habitará y guiará a
sus hijos desde el interior de su ser, por el Espíritu Santo.
He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré
nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que
hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de
Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos,
dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de
aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su
corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará
más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová;
porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande,
dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su
pecado. (Jeremías, 31:31-34) Comparar con hebreos 8:6-13.
Algunas consideraciones
Después de leer estos textos de las Escrituras veamos
algunas implicaciones que se derivan de ellos, confrontemos nuestros conceptos
religiosos, renovemos nuestra manera de pensar que conlleva siempre un cambio
en nuestro hablar y de vivir.
Primera. Una de las acusaciones que llevó a Jesús a la cruz
y la muerte fue que destruiría el templo físico de Jerusalén y levantaría otro
diferente en tres días (Jn.2:18-22) (Mt.26:60-62 y 27:40) (Mr.14:56-59 y
15:29).
Esta verdad significaba un cambio trascendental para el
sistema religioso vigente, por ello se opusieron enérgicamente hasta que fue
derribado físicamente el año 70 d.C. Ese año desapareció de Jerusalén el templo
que había construido Salomón, reedificado en tiempos de Esdras y Nehemias y
restaurado en tiempos de Herodes el Grande. Sin embargo, aunque desapareció ese
centro de reunión y sacrificios, el alma humana religiosa no lo destruye de su
mente y vuelve a intentarlo en cuanto tiene la ocasión. No se necesita
revelación de Dios para edificar templos humanos, el hombre es muy capaz de
hacerlo y de hacerlo bien, la historia posterior lo ha demostrado, pero vivir
por la dirección del Espíritu de Dios es otra cosa, eso no se puede fabricar,
depende de la acción de Dios en los corazones de los hombres, hombres rendidos
a Su voluntad. Cuando Dios dice: construye, como en el caso del arca de Noé y
también del templo de Salomón, entonces debemos construir, pero cuando queremos
perpetuar un sistema, un modelo, sin la voz de Dios, lo que edificamos son
torres para remontarnos al cielo. Dios las destruirá. Incluso cuando es Dios
quién toma la iniciativa de la construcción, como en el caso del templo de
Salomón, y nos apartamos de la esencia de Su voluntad: hacer justicia, y amar
misericordia, y humillarte ante tu Dios (Miqueas, 6:7-8), entonces no tendrá
reparo en ordenar su destrucción.
Segunda. Los primeros discípulos enfrentaron persecución,
que en algunos casos les llevó al martirio, como fue la experiencia de Esteban,
por atreverse a decir que el Altísimo no habita en templos hechos por manos
humanas, amenazando así el montaje eclesiástico que envía al paro a muchos
profesionales de la religión. Este hecho se ha repetido a lo largo de la
Historia una y otra vez.
El apóstol Pablo tuvo que combatir en Listra a una multitud
exaltada religiosamente porque quisieron ofrecerle sacrificios como a dioses,
después de haber sanado a un cojo de nacimiento (Hch.14:8-13). Algunos
predicadores carismáticos de hoy lo hubieran aprovechado para levantar un “gran
ministerio” a su nombre y hacer un centro religioso donde las multitudes
quedaran subyugadas por el hechizamiento de los líderes.
Argumentos humanos no hubieran faltado para justificar tal
acción. Sin embargo, el apóstol Pablo y Bernabé se rasgaron las vestiduras y
dando voces a la multitud rompieron el hechizo diciendo: “Varones, ¿por qué
hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os
anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo
y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay” (Hch.14).
El resultado fue la persecución. La misma multitud que
quería hacerles dioses ahora les apedreaba. ¡Vaya cambio! El diablo le ofreció
a Jesús los reinos de este mundo si se doblegaba a su sistema de valores, es
decir, mantener el dominio de las multitudes pero bajo la tutela del príncipe
de la potestad del aire. ¡Que osadía! Jesús no se doblegó; el apóstol Pablo
tampoco se rindió al encanto de la serpiente y el evangelio se mantuvo puro,
con persecuciones, para las generaciones futuras.
Pero muchos sí han caído bajo el hechizo de dominar el
cuerpo de Cristo como si fueran un miembro aparte de ese cuerpo, una elite
especial, a los cuales no debemos someternos, por muchas amenazas, juicios y
maldiciones que lancen desde los púlpitos. A libertad nos llamó el Señor.
Tercera. Cuando vivimos en la revelación expresada en las
Escrituras de que nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, eso nos
llevará a considerar nuestros cuerpos con verdadera dignidad; una forma de
vestir decorosa; cómo usamos nuestros ojos y oídos y hacia donde nos conducen
nuestros pies; nos alejaremos de la fornicación, el adulterio, la
homosexualidad, la pornografía y cualquier pecado que tiene el cuerpo como su
ejecutor, porque sabremos que la morada de Dios lo ha santificado, somos un
espíritu con Jesús, y nuestros miembros le pertenecen, han sido comprados por
su sangre, somos propiedad de Dios, por tanto, glorificaremos a Dios en nuestro
cuerpo y nuestro espíritu, los cuales son de Dios.
Cuarta. Somos un cuerpo, el cuerpo de Cristo, donde hay
diferentes funciones complementarias y ningún miembro se levanta por encima de
los demás miembros. Estamos sometidos los unos a los otros en amor. Ninguna
función ministerial, por importante que sea, debe reclamar el sometimiento
incondicional de los demás miembros elevándose por encima de ellos, sino que
debe pedir la sujeción a Cristo, nuestra cabeza.
Cuando algunos de los ministerios de liderazgo reclaman el
sometimiento incondicional a su persona, por causa de su función, están
poniendo las bases para la manipulación de la voluntad y un control hechicero
sobre el resto del cuerpo. Esto no se puede sostener de forma escritural.
Nuestra incondicionalidad es para Cristo; nuestro respeto,
amor y estima es para los amados que hacen un buen trabajo como discípulos, y
la sujeción a ellos no es distinta de la sujeción que debemos tener a otros
miembros del mismo cuerpo. Aunque hay funciones mas relevantes que otras, no
hay jerarquía, ni enseñorearse de la grey, sino ejemplos a seguir y modelos a
imitar. Veremos esto más ampliamente en otro capítulo.
Quinta. El texto de 1 Timoteo 3:15 merece una explicación
etimológica para comprender bien su significado y no errar en el concepto casa.
Al respecto citaré algunos párrafos del escrito de George Davis y Michael Clark
titulado “La gran conspiración eclesiástica”.
“Aunque la palabra griega oikos con frecuencia es traducida
como casa o como hogar, normalmente se refiere a los ocupantes de una casa, es
decir, el parentesco o la familia. Oikos habla de familia, no de edificio.
Habla de parentesco más que de casa material. Si miras a su uso a lo largo del
resto del Nuevo Testamento, no puedes evitar llegar a esta conclusión (…) La traducción
literal de oikos es parentesco, familia, los que viven en la misma casa (…)
Oikos siempre se asocia con la familia, no a un templo o a un edificio
material. No se refiere al lugar o edificio donde se reúne el Oikos o la
familia. Se refiere a la familia misma, al parentesco (…) Si 1ª Tim. 3:15
hubiera sido traducido correctamente, diría:
“Pero si tardo, que sepas como conducirte en la familia de
Dios, su morada, que es la congregación del Dios viviente, el pilar y el
fundamento de la verdad” (Nuestra propia traducción)
Bien, después de haber visto algunas consideraciones a los
textos mencionados, fijémonos ahora en el término iglesia, su etimología, el
significado original y el que ha venido a tener de manera popular.
Analicemos el término iglesia
La palabra iglesia es la traducción del griego ekklesia, que
a su vez viene del hebreo Kahal. Ekklesia significa: “reunión del pueblo”, “una
reunión de gente”; mas ampliamente es “una reunión de ciudadanos llamados desde
sus hogares a un lugar público”.
Por su parte Kahal, la palabra que se usa en el hebreo y que
se tradujo en griego por ekklesia, significa “congregación”, “reunión” o
“asamblea”. Tenemos, por tanto, que la etimología de iglesia viene de la
traducción al griego de la palabra hebrea Kahal.
Con esto en mente debemos concluir que la congregación de
Dios (iglesia) ya existía en el Antiguo Testamento, por tanto, no es un
organismo que se inicia en el primer siglo, sino la ampliación (injertados) del
pueblo de Dios a todas las naciones por la fe en el Mesías, para venir a ser
conciudadanos de los santos, miembros de la familia de Dios (que ya existía),
edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal
piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quién todo el edificio, bien coordinado,
va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quién vosotros también
(gentiles) sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu
(Efesios, 2:17-22).
Para el apóstol Pablo no había separación en su servicio a
Dios entre la fe que había recibido de sus mayores y la fe que ahora anunciaba,
el cambio estaba en la revelación de la Persona del Mesías, que ya había
venido, y por su obra redentora era justificado sin las obras de la ley.
Tampoco encontró diferencia entre la fe de tres generaciones en la familia de
Timoteo. La fe de su abuela Loida, su madre Eunice y que ahora habitaba en el
mismo Timoteo era la fe en el mismo Dios de Israel.
Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con
limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y
día; 4deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo;
trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en
tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también (2
Timoteo, 1:3-5)
Para el diácono Esteban la congregación de Dios
(Kahal/ekklesia) ya existía en el desierto, por tanto, en el primer siglo de
nuestra era no nació una nueva entidad, un nuevo pueblo, sino que se estaban
cumpliendo las profecías, y el Nuevo Pacto que Dios había hecho con la casa de
Israel se había inaugurado con la llegada del Mesías prometido.
”Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta
os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él
oiréis. Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con
el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió
palabras de vida que darnos…” (Hechos, 7:37-38)
El salmista David alaba a Dios en medio de la congregación
(Kahal/ekklesia) que ya existía en Jerusalén mil años antes de la llegada del
Mesías.
Anunciaré tu nombre a mis hermanos; En medio de la
congregación te alabaré. Los que teméis a Jehová, alabadle; Glorificadle,
descendencia toda de Jacob, Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.
Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, Ni de él escondió
su rostro; Sino que cuando clamó a él, le oyó. De ti será mi alabanza en la
gran congregación; Mis votos pagaré delante de los que le temen. (Salmo, 22)
Si la congregación (iglesia) de Dios ya existía en el
desierto y en días del rey David ¿por qué se ha traducido casi siempre en el
Nuevo Testamento la palabra Kahal/ekklesia por iglesia y no por congregación?
¿Por qué ha venido a significar el término iglesia un lugar físico, una
institución jerárquica, y no se ha mantenido como la congregación de los
llamados fuera? Sin duda hay diversas respuestas, una de ellas de carácter
histórico, cuando en el siglo IV, y tras la supuesta conversión del emperador
Constantino, la iglesia vino a ser una institución de poder y dominio,
justificando una interpretación de las Escrituras en clave de jerarquía
dominante, y la formación de un sistema religioso bien estructurado, controlado
y manipulado por el clero que ahora se había convertido en los sucesores de los
emperadores.
La vida de Dios frente a los sistemas religiosos
Esto me conduce a la meditación siguiente: El cristianismo
es básicamente vida, la clase de vida de Dios (Zoé) repartida a todos los
miembros del cuerpo de Cristo. Jesús es el Autor y Dador de la vida y la
distribuye por Su Espíritu. El nos dio vida cuando estábamos muertos en
nuestros delitos y pecados (Ef.2:2:1-5) (1Jn.5:11-13). Cuando esta vida se
paraliza, se obstruye, se roba o muere, es suplantada y falsificada por un
sistema religioso. Ese sistema religioso se basa principalmente en tres pilares
fundamentales: El legalismo, el clericalismo y el sectarismo.
El legalismo pretende imponer un estilo de vida en santidad
por la fuerza de voluntad, o los esfuerzos humanos, apelando una y otra vez a
palabras condenatorias que mantienen una conciencia de culpabilidad y que nunca
consiguen la paz del alma y el reposo del espíritu (Heb.9:9-14).
El clericalismo pretende dominar la grey mediante un
liderazgo paralizador, es el dominio de una casta superior. Se convierte en un
intermediario para que la persona reciba los sacramentos vivificantes o la
oración para ser bendecido.
El sectarismo pretende inculcarnos el exclusivismo y el monopolio
de la verdad. Solo hay salvación a través de la estructura eclesiástica, y
fuera de ella condenación y muerte. Con esto no quiero decir que se puede ser
salvo a través de cualquier religión, sino que el sectarismo que menciono
pretende transmitir el mensaje de que fuera de la cobertura de un líder o su
sistema religioso estarás expuesto a la ruina de tu vida por haber abandonado
el lugar de protección y seguridad.
La respuesta de Dios a esta suplantación y falsificación de
la vida espiritual es la vivificación, es decir, volver a dar vida a quién una
vez la tuvo y que ahora se ha apagado. Ese regreso a la vida viene por el
clamor de un pueblo que se ha hastiado de la manipulación religiosa y busca la
realidad y esencia de Dios mismo. Sin mediadores ni esquemas religiosos. El
regreso a la vida viene a través de la muerte, el retorno a la cruz de Cristo
para hallar la resurrección con él. Es la muerte a los propios deseos y
ambiciones para rendirse a la voluntad de Dios de resucitar lo que se ha vivificado.
Jesús tiene las palabras de vida, es la voz del Hijo de Dios la que nos sacará
de los sepulcros blanqueados y el sucedáneo religioso. Jesús mismo es nuestra
vida. Cristo en nosotros la esperanza de gloria.
Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males, Volverás
a darme vida, (vivificar) Y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra.
Aumentarás mi grandeza, Y volverás a consolarme. (Salmo, 71:20-21)
Resumiendo
¿A dónde queremos llegar con todo lo expuesto? En primer
lugar a decir que es un hecho nuestro alejamiento de los propósitos originales
de Dios para su congregación. Que gran parte de lo que hoy llamamos iglesia no
es sino un formato eclesiástico religioso, por mucho que se nos llene la boca
de proclamas bíblicas, porque en lo referente al concepto iglesia partimos de
posiciones equivocadas y eso nos conduce a conclusiones erróneas. Estamos tan
acostumbrados a estas formas de funcionamiento, tan atrapados en esta
estructura que nos parece imposible sobrevivir como creyentes fuera de ellas.
Realmente no sabemos como puede ser de otro modo, ¡tan lejos estamos de la
realidad de ser guiados por el Espíritu de Dios!.
Vivimos más por nuestro esfuerzo y habilidades que por la
dirección del Espíritu Santo. Ponemos el énfasis en los medios a utilizar más
que en las personas. La obra de Dios son las personas, los redimidos, no el
programa, el presupuesto, etc. Necesitamos pararnos y meditar en nuestros
caminos y preguntar por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y andar
por él, y hallaremos descanso para nuestras almas (Jeremías, 6:16).
El mensaje es: salir de Babilonia, osea, un sistema
religioso, y entrar en Jerusalén, la vida en el Espíritu. El autor de los
hebreos nos dice:
Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y
que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido
de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que
no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una
bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era
lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os
habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial,
a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los
primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los
espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto,
y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel. (Hebreos, 12:18-24)
Aquí tenemos una dimensión de la realidad del cuerpo de
redimidos que supera ampliamente la rutina religiosa alrededor de un centro de
reunión. Cuando la imagen que tenemos en nuestro interior de nuestro
acercamiento a la iglesia de Dios es un edificio de ladrillos “santificado”
para Dios nos hemos quedado en el monte que se puede palpar y tocar, donde los
sentidos se estremecen y quedan aterrados por las manifestaciones que giran
alrededor del monte, en muchas iglesias locales hay manifestaciones de diversos
tipos que en sí mismas no son una garantía de habernos acercado al verdadero
Trono de la gracia, por mucha terminología bíblica acerca de buscar la
presencia de Dios, y aunque haya cierta gloria por la reunión de los santos, es
un ministerio de condenación que tuvo su gloria pasajera, porque su base y
centro es el viejo régimen de la letra, grabado en piedras.
El apóstol Pablo nos dice que: “si el ministerio de muerte
grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no
pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su
rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será mas bien con gloria el
ministerio del espíritu? Porque si el ministerio de condenación fue con gloria,
mucho mas abundará en gloria el ministerio de justificación… porque si lo que
perece tuvo gloria, mucho mas glorioso será lo que permanece” (2 Co.3:7-11)
Nota que el ministerio de muerte grabado en piedras, el
rostro de Moisés, el ministerio de condenación y perecedero tuvo gloria, una
gloria pasajera pero manifiesta, esto es precisamente lo que nos confunde y
engaña en muchos de nuestros cultos, una gloria pasajera que se vende como
avivamiento, unción, la presencia de Dios, etc. pero que no alcanza a la
transformación de los hijos porque su base emerge de un sistema religioso
caduco, perecedero y que deja a muchos en decepción por una expectativa
sobredimensionada que conduce finalmente a la dispersión de la grey de Dios.
Sin embargo, existe una realidad mayor, una dimensión de
gloria mayor que la del monte que se puede palpar, pero en muchos casos
nosotros nos conformamos con esa gloria momentánea y perecedera, porque el
entendimiento está embotado y un velo cubre la realidad mas elevada del Nuevo
Pacto: La entrada al Trono de la gracia, el acercamiento a la ciudad celestial,
a la congregación de los primogénitos inscritos en los cielos, a Jesús el
mediador de un nuevo pacto, y a la sangre rociada… Para este acercamiento es
necesaria la revelación y acción del Espíritu en nuestras vidas; para el
acercamiento al monte que se puede palpar no es necesaria, son los sentidos los
que actúan y quedan prendados ante el alarde y poderío de las manifestaciones
de los llamados “ungidos” y mediadores. No estoy negando las manifestaciones,
estoy diciendo que hay otra realidad mayor que depende de la edificación del
espíritu nuevo para movernos en el Espíritu de Dios. Esta dimensión no se puede
fabricar, no es un sucedáneo, es la realidad mas elevada del Reino de Dios
entre nosotros.
La mayoría de creyentes que asisten a las iglesias locales
se conforman con la “realidad” de acercarse al monte físico, al lugar de culto
y hacen de ese lugar el centro de su vida espiritual; tienen sus experiencias,
sus cánticos, predicaciones, amistad, reuniones sociales, compañerismo,
actividades entretenidas, etc., por tanto, salen del lugar contentos y
convencidos de haber estado en la presencia de Dios y haber cumplido con los
requisitos para obtener el favor de la divinidad y vivir protegidos del mal.
Estas prácticas religiosas son muy comunes entre los
creyentes. Tienen su parte de compensación y muchos se conforman con seguir
esta rutina hasta el día del juicio final. Son conformistas, se han plantado,
tienen lo que buscan. El conflicto lo tienen los que buscamos profundizar, no
conformarnos con este sistema religioso porque algo en lo hondo de nuestro ser
nos dice que la vida cristiana, el propósito de Dios, es mucho mas que ese
rodear el monte y entretener la vida dando vueltas por el desierto sin entrar a
la tierra prometida.
La tierra prometida es el Trono de la gracia, el lugar
santísimo, la comunión íntima con el Padre por el espíritu de adopción. Sí,
necesitamos congregarnos, necesitamos la comunión con el cuerpo de Cristo, pero
no para formar una torre que nos lleve al cielo, sino para adorar a Dios en
espíritu y en verdad.
La iglesia de Dios (congregación) no es un edificio de
ladrillos, sino la familia de Dios, una familia compuesta de los redimidos por
la sangre del Cordero de todo pueblo, lengua y nación; llamados a salir de todo
sistema mundano y vivir en los parámetros del Reino de Dios, por los principios
del Reino de Dios, para servir a Dios (no a un sistema formado por la jerarquía
eclesiástica) y esperar de los cielos al Salvador.
La iglesia de Dios es una comunión (koinonia) de creyentes
construida con piedras vivas en el edificio de Dios. Es un organismo vivo
guiado por el Espíritu Santo. El libro de los Hechos muestra esto con toda
claridad. El Espíritu de Dios guiaba a la congregación de Dios paso a paso. Es
la manifestación de la multiforme gracia de Dios repartida a cada miembro en
particular y expresada en la libertad de los hijos de Dios, con la diversidad
de dones y funciones que operan en este mundo como luz y sal.
Hoy tenemos una gran parte del pueblo disperso y desamparado
como ovejas sin pastor (Mateo, 9:36-38). Así vio Jesús a las de su generación y
sin embargo, esas mismas personas se reunían todos los sábados en la sinagoga,
tenían un liderazgo que les enseñaba las Escrituras, pero el Maestro las vio
dispersas y desamparadas ¿por qué? porque no había obreros, jerarquía sí,
sistema religioso sí, pero obreros no. En muchas iglesias locales de nuestro
tiempo ocurre lo mismo hoy. Las multitudes se congregan entorno a un centro de
reunión pero en su realidad interna están dispersas y desamparadas; los
intereses del liderazgo no pasan por el bienestar y la edificación del cuerpo
de Cristo, sino mas bien por el bienestar propio, la realización personal,
conseguir puestos de relevancia e influencia, construir una torre que llegue al
cielo y sea la admiración de propios y extraños.
Por supuesto que hay centros de reunión donde se realiza una
verdadera obra de edificación de los creyentes y que hacen avanzar el reino de
Dios, por supuesto que hay dones ministeriales que son verdaderos tesoros en el
Cuerpo de Cristo y a los que reconocemos, amamos y honramos, aunque muchos de
ellos sean desconocidos (tacmonitas 2 Samuel, 23:8) y no “estrellas” de la
televisión.
Pensemos en muchos de los profetas que anduvieron errando
por los desiertos, los montes, las cuevas y las cavernas de la tierra, ajenos
al sistema religioso de su época pero que alcanzaron buen testimonio mediante
la fe y el servicio que realizaron a favor del pueblo de Dios. Pienso en Elías,
Eliseo, Micaías, Jeremías, David en los días cuando huía de Saúl, en Juan el
Bautista y el mismo Maestro y Mesías. De los cuales el mundo no era digno pero
eran ellos los que hacían avanzar el Reino de Dios en la tierra.
Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto
prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a
filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de
cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno;
errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de
la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no
recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para
que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros. (Hebreos, 11:36-40)
Estos y muchos otros son la gran nube de testigos que
tenemos delante de nosotros para correr la carrera. Esa es la parte de la
congregación de Dios que está inscrita en los cielos, los espíritus de los
justos hechos perfectos, modelos de fe para nuestra vida. La iglesia del Dios
vivo está compuesta por los redimidos que viven en los cielos y los que viven
en la tierra. Pongamos la mirada en las cosas de arriba, nuestros ojos fijos en
Jesús, el autor de la fe y corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante, despojándonos de todo peso y del pecado que nos envuelve tan
fácilmente.
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro
tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos
asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos
los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto
delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de
pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar
(Hebreos, 12:1-3)
Sirvamos a Dios con alegría sin someternos a la esclavitud y
la tiranía de sistemas opresivos que pretenden dominar el cuerpo de Cristo y
enseñorearse de él. Amemos a los santos de Dios, congreguémonos para adorar a
Dios en espíritu y verdad, y vivamos la totalidad de nuestras vidas con la
consciencia de que somos un espíritu con Jesús, una piedra viva en el edificio
de Dios y honremos Su Nombre en todo lo que hacemos de palabra y de obra.
Vuestro en Cristo,
Virgilio Zaballos, pastor.
Terassa, Barcelona, España
vzaballos@hotmail.com
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