“Viendo el pueblo que Moisés tardaba
en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron:
Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este
Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le
haya acontecido” Éxodo 32:1
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Este pasaje de las
escrituras entrega variados e importantes elementos que amerita
analizarlos cotejando sumisamente, la actitud del pueblo de Israel con
la de nuestra iglesia actual. A partir de ese análisis, descubrimos una
extraordinaria similitud, no tanto en los hechos históricos, sino que
en la esencia y motivación de los mismos.
Es evidente que en la actualidad a nadie se le ocurriría fundir oro para
levantar un ídolo como aquel becerro adorado por los israelitas, pero
sí existen muchos “becerros” que en la hoy se han transformados en
ídolos que usurpan el lugar que solo le pertenece al Señor. En nuestro
tiempo, ya no son ídolos de fundición, sino que de carne y hueso cuyos
incondicionales feligreses han erigido para que vayan delante.
En el pasaje bíblico citado, encontramos en primer lugar a un pueblo que
comienza a desesperarse y desconcertarse frente a la ausencia del
hombre que los acaudillaba. Era Moisés, quien había subido a la cima
del Sinaí para recibir las ordenanzas de Dios, con cuyo dedo fueron
esculpidas dos tablas de piedra como testimonio. En esa extraordinaria
experiencia, Moisés tardó su descenso, cuyas consecuencias fueron la
apostasía de un pueblo que necesitaba imágenes tangibles para sustentar
sus decrépitos espíritus y deteriorada relación directa con Dios.
El pueblo sin el hombre, no era capaz de mantener su propia relación con
Dios, pidiendo su dirección y protección. Por el contrario, Moisés no
estaba y ellos necesitaban un reemplazo que les diera sentido a su
ejercicio cultual y razón de ser. El espíritu meramente religioso del
pueblo se revela con mucha claridad en el momento en que acuden ante el
sumo sacerdote Aarón para que éste les pudiese hacer dioses para
guiarles.
Y eso no es todo, además reconocen en Moisés, y no en Dios, la proeza
de haber sido sacados de la tierra de Egipto. En otras palabras, se
descubre a un pueblo que no solo, no tenía una relación estrecha con el
Señor, sino que su sentido de culto era en base a un ídolo de carne y
hueso llamado Moisés y que cuando éste les faltó, necesitaron
imperiosamente un reemplazo que les guiara.
Como bien sabemos, Aaron sintiendo la presión ante la solicitud del
pueblo, no escatimó absolutamente nada dando al pueblo lo que pedía y no
lo que necesitaba, y tomando los zarcillos de oro de las mujeres y
fundiéndolos, les erigió un becerro como objeto de culto. Las
consecuencias de tal apostasía fueron terribles, en donde la muerte
nuevamente mostró ser la paga del pecado.
En la actualidad estamos cruzando por una apostasía sin precedentes. En
donde a lo bueno se le llama malo y a lo malo bueno, a lo amargo dulce y
a lo dulce amargo, y no solo en el plano secular, sino que tristemente
debemos reconocer que es la tónica dentro de la llamada cristiandad.
Es en este tiempo de apostasía donde la gente no solo busca ser guiada
por un hombre, sino que además le atribuyen a ese hombre virtudes supra
humanas, al igual que el pueblo de Israel que reconocía en Moisés la
virtud de haberlos sacado de Egipto y nunca confesaron que fue Dios
quien lo hizo, declaración que el mismísimo Moisés lo profesa en su
oración intercesora:
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“Entonces Moisés oró en presencia de
Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra
tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con
mano fuerte?” Éxodo 32: 11
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Lamentablemente los
hombres, en lugar de poner sus ojos en Dios, constantemente la mirada es
dirigida a un ídolo tangible, que se vea, que se pueda tocar y sentir,
sea éste de madera, yeso, oro o de carne y hueso.
La biblia, de manera diametralmente opuesta a esta errónea actitud
humana, nos enseña que nuestra mirada no ha de estar puesta en los
hombres cual ídolos de antaño, sino que solo en El Señor:
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“…puestos los ojos en Jesús, el autor
y consumador de la fe” Hebreos 12: 2
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La biblia, no solo nos
advierte de que nuestros ojos han de estar puestos en el Señor, sino
que cataloga de maldito a todo aquel que pone su confianza y devoción en
el hombre. La biblia dice:
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“Así ha dicho Jehová: Maldito el
varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón
se aparta de Jehová” Jeremías 17:5
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Este texto nos dice que
existe la posibilidad de que alguien pueda reemplazar la confianza
directa en Dios y ponerla en un hombre, y esto es justamente lo que
ocurre hoy en día, llegando al extremo de que las feligresías ciegas, no
logran ver la nitidez de la palabra de Dios y mantienen una actitud
confiada e incondicional a su líder, considerándolo como un intercesor
y un guía que debe ir delante. Nadie se atrevería a levantar
cuestionamiento a lo que “su pastor” diga aún cuando adulteran o tuercen
el texto sagrado, de hecho llegan a decir: “si mi pastor se va a al
infierno, yo me voy con él”. Esta fidelidad a su líder, no tiene nada
que ver con la obediencia y respeto que la biblia enseña que se ha de
tener a quienes presiden a la iglesia, sean estos pastores u obispos. Es
mas, la biblia dice, que si un guía ciego, guía a otro ciego, ambos
caerán al hoyo (Mateo 15:14)
¿De donde ha provenido esta idolatría al líder cual becerro de oro de
antaño? Mucho se ha criticado a la iglesia de Roma porque en sus dogmas
existe la declaración de la infalibilidad papal, no obstante, aún cuando
en la iglesia evangélica no exista dogmas ni estatutos determinantes
frente a este punto, las membresías guardan tal fidelidad a “su pastor”
que no les pasa por la mente que su líder pudiera errar al blanco o
enseñar algo equívoco. La biblia es tan clara y precisa en aclararnos la
correcta actitud que debemos tener frente a este punto, en especial al
momento de analizar cada enseñanza que los líderes presenten a la
iglesia, veamos:
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“Y éstos eran más nobles que los que
estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud,
escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así”
Hechos 17:11
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La biblia califica de
“nobles” a los hermanos de Berea debido a que recibían la palabra con
solicitud y escudriñaban las escrituras para ver si lo que Pablo
enseñaba estaba conforme al texto sagrado. No obstante, en la actualidad
estas actitudes que la biblia las cataloga como “nobles”, por muchos
son consideradas como “cuestionamientos al ungido de Dios”, “blasfemias
contra el Espíritu Santo”, “dudar de la enseñanza del pastor”, etc. etc.
Esto es una niñería que no resiste análisis.
La iglesia tiene el deber de cotejar con la escritura, cada enseñanza y
cada comportamiento de los líderes de su congregación. El asumir una
actitud ciega frente al error del pastor u obispo, declara que el tal,
se ha convertido en un becerro de oro intocable y abominable ante Dios.
Hoy se observa como se levantan becerros de oro; hombres que usurpan el
lugar que solo le pertenece al Señor y que las mismas membresías han
solicitado su fundición como objeto de culto, sin embargo, ante la
ausencia del hombre, se desmorona todo. Lo que observamos en la
actualidad es la antigua escuela cultual que intenta fabricar dioses. No
es raro escuchar a personas llamadas evangélicas que dicen: “se me cayó
el pastor del altar en que lo tenía” Hermano: ¿Quién te ha autorizado a
poner a los hombrecitos en altares y contemplarlos cual ídolo?
Amados hermanos, es tiempo de volver a la sencillez de las escrituras,
dejando de lado aquella antigua escuela de idolatría y de devoción por
los hombres, recordando que solo uno es nuestro maestro, el Cristo, y
todos nosotros somos hermanos (Mateo 23:8)
Son los mismos feligreses quienes hacen “dioses” de los hombres y los
elevan a los altares, atribuyéndoles proezas y bendiciones, olvidando
que solo es El Señor el que dispensa su gracia y su misericordia.
Es muy frecuente escuchar declaraciones que revela lo entronizados que
las feligresías tienen a sus pastores, quienes casi son concebidos como
seres impolutos o infalibles. Frente a esto, es poco lo que se podría
criticar a la iglesia católica cuyos miembros adoran al papa, sus
cardenales, arzobispos, curas o monjas.
Creo que siendo justo, la iglesia evangélica hace tiempo que debería
hacer un “mea culpa” y reconocer que la idolatría y culto al hombre ya
no son los males exclusivamente de la iglesia de Roma, sino que de la
misma iglesia evangélica.
Ahora, el líder, no solo es un guía que aconseja o que escucha, sino
que es un ídolo que intercede y que permite la dispensación de los
favores de Dios. Es como que el hombre esta sobre los hermanos y sus
oraciones mas cercas del trono de la gracia de Dios. Es muy frecuente
escuchar hermanos que piensan que las oraciones del pastor son más
eficaces que las propias, olvidando que cada creyente es un sacerdote y
cuyo único mediador entre Dios y los hombres es nuestro Señor
Jesucristo.
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“y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” Apocalipsis 1:6
“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” 1 Timoteo 2: 5
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La biblia es clara y
precisa en declarar que cada creyente tiene el mismo acceso al Padre por
medio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y que no necesita de un
intercesor humano para que sus oraciones o peticiones sean escuchadas,
recibidas o concedidas.
A veces pecamos de mentirosos al decir que solo la iglesia de Roma es
idólatra, ya que un ídolo no solo es una estatua de yeso o de madera,
sino que también un ídolo puede ser alguien de carne y hueso como ocurre
en el pueblo evangélico actual.
También cometemos el error de imputar exclusivamente al catolicismo
respecto a la canonización de hombres, ya que también en la propia
iglesia evangélica se observa una verdadera pleitesía por hombres
elevados a los altares. Esta es la clásica actitud religiosa que hace
ídolos y que se inclina ante ellos. Como ejemplo, recordemos la
espontánea reacción de Cornelio cuando ve entrando a su casa al apóstol
Pedro:
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“Cuando Pedro entró, salió Cornelio a
recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Mas Pedro le levantó,
diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre” Hechos 10: 25-35
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Pedro cual legítimo
siervo de Cristo, rechazó de inmediato cualquier acto de pleitesía o
reverencia, situación tan diferente en nuestros días, cuando los hombres
gozan ser recibidos en medio de aplausos, ovación o flameo de
pañuelos, cual becerros de fundición.
La biblia condena la idolatría, entendiendo que se trata de cualquier
cosa que se interponga entre Dios y los hombres, ya que el único
mediador es solo el Señor Jesucristo.
Dios nos ayude a huir de aquellos altares donde muchos están levantando
becerros de oro, intocables e infalibles, que pretenden usurpar el lugar
de Cristo y robar la gloria que solo le pertenece al Señor. Que así
sea, amén. |
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