sábado, 14 de julio de 2012

Conceptos errados: El evangelio




El punto de vista sobre este tema tiene su base en los principios del Reino de Dios, sobre el fundamento de las Sagradas Escrituras, tal y como lo entiende el autor, haciéndose responsable único de aquellos aspectos en los cuales haya otras interpretaciones; y va dirigido en primer lugar a todos aquellos creyentes, nacidos de nuevo, y que forman parte del Cuerpo de Cristo.

El evangelio es un término tan gastado en los países de tradición judeocristiana que ha venido a tener un sentido superficial y simplista. En el nuestro, de trasfondo católico romano, cuando hablamos de evangelio pensamos en el contenido de los cuatro libros que inician el Nuevo Testamento, unos cuantos pensamientos conocidos de las palabras de Jesús y por supuesto se nos representa una imagen religiosa de un cura oficiando la misa.

El que estemos familiarizados con la terminología no quiere decir que realmente sepamos lo que es el evangelio, aunque damos por hecho que ese tema no da más de sí, lo tenemos archivado como algo sabido. Incluso nos aburre su enunciado y nos retrotrae a recuerdos de nuestra infancia cuando tomamos la primera comunión. Es un recuerdo de la edad de la inocencia, es para niños, también para las mujeres beatas y pueblerinas; pero ahora que hemos crecido y somos tan sofisticados, sabemos tantas cosas y tenemos tantos entretenimientos mucho mas sugestivos, que oír sobre el evangelio nos irrita y lo desechamos como algo pueril y caduco.

Si pensamos en los círculos evangélicos y en lo que entienden muchos de nuestros hermanos por el evangelio nos llevaríamos más de una sorpresa. Muchas predicaciones son tan simplistas que reducen su proclamación a una especie de medicamento para curar algunas enfermedades físicas o emocionales. El evangelio se convierte en una pastilla mágica para sacar a la persona de la tristeza, la depresión, el vacío, el hastío, la soledad, las drogas, el alcohol, etc. y colocarla en un lugar donde va a encontrar la respuesta a todos sus males, formando parte de un nuevo club de amigos, que le van a comprender y apoyar en todo. Pronto la persona comienza una nueva rutina en la que decae el interés inicial por ella, ya no es el centro de la atención, se le comienzan a imponer cargas religiosas para “mantener el crecimiento espiritual” y se inician las dudas sobre su decisión.

Claro que el evangelio de Dios nos libra de la tristeza, la depresión, la soledad y los vicios, pero como la predicación ha puesto el énfasis en los beneficios y no en el Autor de la salvación de ellos, la persona acepta un evangelio basado en el interés personal, en conseguir réditos y cuando llega
el tiempo de la prueba, la palabra sembrada no tiene fuerza para resistirla y es ahogada por los afanes de esta vida y el engaño de las riquezas. No estaría mal replantearnos como estamos predicando el evangelio a nuestra generación, las concesiones que estamos haciendo para hacerlo asequible a los caprichos, mimos y flojera de una generación asentada en el bienestar, el ocio, el ego y los placeres.

Que evangelio predicamos

Hace algunos años subía junto con otro hermano a un bloque de pisos para predicar el evangelio casa por casa, cuando vemos bajar a una pareja de mujeres con revistas en las manos que ya venían de vuelta en el mismo edificio, eran llamados “testigos de Jehová”. En mi celo por el evangelio me apresuré a increparlas diciéndoles: ¿vosotras que evangelio estáis predicando? Se asustaron un poco por lo violento de mi apelación y nos metimos en una discusión sobre el evangelio.

Es relativamente fácil hablar acerca de Dios y religión, en términos generales, pero cuando se trata de concretar el tipo de mensaje con el evangelio de Jesús como eje de nuestra predicación, entonces nos encontramos con el dilema de saber qué evangelio estamos predicando, cuál es la esencia, el epicentro del mensaje a proclamar. El apóstol Pablo se quedó perplejo acerca de los gálatas al ver lo fácil que les había sido recibir otro evangelio. También en la segunda carta de corintios refleja sus temores sobre la astucia de la serpiente para torcer los sentidos, extraviarlos de la sincera fidelidad a Cristo y llevarlos a recibir otro Jesús, otro espíritu u otro evangelio.

“Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciaren otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gálatas, 1:6-9).

“Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis…” (2 Corintios, 11:3,4)

Ante estas declaraciones categóricas del apóstol cabe preguntarse ¿Cómo sabemos cuál es el verdadero evangelio de Dios? Las cartas a los gálatas y a los romanos dan buena prueba de cual es el mensaje de Dios que debemos aceptar. En estas cartas el apóstol de los gentiles expone magistralmente el contenido del evangelio basándose en la revelación que ha recibido del mismo Jesucristo y en la confirmación de las Escrituras. Porque el evangelio no es un mensaje nuevo, sino la culminación de la revelación de Dios que comenzó en Génesis y alcanza la plenitud del tiempo en la Persona del Mesías para redimir al hombre a través de su obra expiatoria.

Básicamente nos encontramos con dos tipos de evangelios diferentes, con terminologías parecidas, pero con un planteamiento de base completamente divergente: el evangelio de obras y el evangelio de la gracia. En el primero hay una gran diversidad de mensajes, las obras a realizar son diferentes en función del sistema religioso que se predique en cada caso; por su parte en el segundo hay un solo mensaje valido: “la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie” (Tito, 2).

El evangelio de la gracia comienza en Dios, se origina en Su voluntad, no es de la tierra, es del cielo, se ha hecho realidad en la Persona de Jesucristo para redimir un pueblo celoso de buenas obras, esas obras son las que Dios produce en nosotros y que ha preparado de antemano para que andemos en ellas.

La frase tan conocida de que “no somos salvos por las obras, sino que somos salvos para hacer buenas obras” resume el contraste de estos dos tipos esenciales de evangelios.

Generalmente pensamos en los católicos cuando hablamos del evangelio de obras (aunque como he dicho todos los sistemas religiosos tienen su base en hacer obras para conseguir el favor divino), sin embargo llevo tiempo viendo la confusión y mezcla que tenemos en los ámbitos evangélicos, donde se dice que somos salvos por gracia pero el énfasis está puesto sobre las obras que debemos realizar y el esfuerzo personal para ser bendecidos por Dios y obtener el favor de los líderes. Realmente, en muchos casos, estamos predicando un evangelio de obras, con la apariencia de anunciar la gracia de Dios. Es una mezcla muy sutil y de difícil separación pero que no se diferencia de cualquier otro sistema religioso.

Interpretando sin forzar las cartas de Pablo vemos que ese evangelio de obras nos coloca bajo maldición, defrauda a muchos, levanta el legalismo, frustra a la mayoría y mantiene al pueblo en culpabilidad y derrota. No hay paz cuando tratamos de llegar a un nivel de aceptación lo suficientemente recomendable para que Dios nos tenga en cuenta, nos bendiga y no esté enfadado con nosotros. Muchos amados hermanos están sufriendo el azote de una predicación no centrada en la obra de Su gracia.

“Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gálatas, 3).

El evangelio de obras es de fácil asimilación por la mente religiosa, no necesita revelación especial, la mente natural está diseñada para comprender que si hago un trabajo debo recibir mi recompensa; sin embargo necesitamos la revelación de Dios para comprender el evangelio de la gracia que nos coloca en una posición donde somos declarados justos, reconciliados con Dios, perdonados, santificados y todo ello sin méritos propios. La gracia es una esfera de aceptación que nos conduce a un rendimiento incondicional a la voluntad de Dios. La gracia recibida comprende que no puede haber exigencia alguna por nuestra parte, solo gratitud y alabanza. La gracia acepta a los demás bajo las mismas condiciones, sin méritos personales. Esta realidad sobrenatural podemos comprenderla intelectualmente en parte, pero su profundidad supera los límites de la mente humana, es del cielo, son los pensamientos y caminos mas elevados de Dios (Isaías, 55: 8,9).

Jesús es la gracia que perdona a la mujer pecadora cuando la ley de los fariseos reclamaba el juicio legal por sus actos. Podemos exigir muchas cosas legalmente y bíblicamente desde los púlpitos, pero debemos recordar que la misericordia triunfa sobre el juicio. Está escrito: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Oseas, 6:6), y esto bajo los patrones de la ley de Moisés. Tener razón “bíblicamente” no exime de actuar según el Espíritu de Cristo. La letra mata, pero el espíritu vivifica.

Con este planteamiento no estoy abogando por la permisividad, ni dando licencia para el pecado y las debilidades de la carne. Lo que digo es que debemos recordar nuestra propia condición cuando juzgamos a los demás y no tener dos varas de medir, una para nosotros de justificación y otra para los demás de condenación.

Imponer cargas es un ejercicio atractivo cuando son otros los que deben llevarlas porque nos dan una apariencia de rectitud y firmeza, y en los casos cuando el que las reclama sobre otros las está cumpliendo también tiene el componente esencial de ser él quién marca las directrices, y por tanto, tiene la satisfacción de decir a otros lo que tienen que hacer. Nuestro Maestro fue implacable hacia esas prácticas: “Y él dijo: ¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley! porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis” (Lucas, 11:46).

Cuando un líder religioso ha perdido el contacto con la realidad cotidiana de los miembros de su congregación, ve las cosas desde su perspectiva únicamente, su estilo de vida, su forma de vida, su horario y prioridades y no comprende la lucha diaria de sus gobernados, los ve solo bajo el prisma de su mundo eclesiástico, que en ocasiones contiene una gran dosis de irrealidad cotidiana, y trata por todos los medios de imponer su traje a los hermanos que ministra. Además habrá en su mensaje una carga de imposición legalista que conlleva la culpabilidad sobre las conciencias por no estar a la altura de su vara de medir.

Luego cuando el pastor se da cuenta de la ansiedad y aflicción que ha producido en los hermanos para ponerse a la altura de sus demandas, les trae el mensaje de venir a Jesús todos los que estáis trabajados y cargados… Tenemos una gran cantidad de cargas impuestas en las iglesias en forma de actividades que mantienen a los creyentes en un estado continuo de estrés y agitación. Formar parte de esas actividades, acudir a todos los cultos como una meta en si mismo, mostrar disposición y apoyo en todos los proyectos que se llevan a cabo viene a ser un signo inequívoco de estar entregado, ser un cristiano consagrado y por el contrario el que no llega a ese nivel es un hermano de segunda categoría, es tibio, no está pagando el precio, es un simple simpatizante y no un verdadero discípulo de Jesús. Ahora, yo pregunto ¿No es ese un evangelio de obras? Predicamos la gracia pero practicamos la ley de “haz esto y vivirás por ello”. Predicamos la fe para ser salvo pero si no estás comprometido con el programa que se lleva a cabo en tu iglesia local en todos sus aspectos tu falta de entrega te conducirá a quedarte aquí cuando Cristo regrese por su iglesia. Si la salvación depende de mi apoyo a las actividades eclesiásticas ¿para qué murió Cristo en mi lugar?

Con esto que quiero decir ¿Qué debemos ser unos pasotas, indiferentes y pasivos a las necesidades de la congregación a la que pertenecemos? No. ¿Estoy entonces abogando por el quietismo, anulando nuestra voluntad sin tomar ninguna iniciativa hasta que un rayo, una voz, un trueno o un ángel querubín se nos aparezca? Tampoco. Lo que digo es que hay que servir a Dios con alegría, no por imposición legalista. Debemos vivir en libertad y no bajo la esclavitud de recorrer el mundo entero para hacer un prosélito y luego convertirle en un clon o un autómata de nuestro sistema religioso.

La ansiedad que a veces transmitimos al predicar el evangelio es captada por nuestro oyente como un síntoma de sectarismo que le lleva a pensar que nos hará un favor si viene a uno de nuestros cultos. En lugar de conducir a las personas al Autor de la fe le predicamos nuestra iglesia como el lugar de salvación y respuesta de todas sus aflicciones. Sin darnos cuenta, a veces en lugar de predicar a Cristo anunciamos nuestra congregación, enseñamos a los futuros convertidos, ya en nuestro primer mensaje, que para ser salvo su vida tiene que estar íntimamente ligada al lugar de culto, debe asistir a “la iglesia” para ser un verdadero cristiano. La
idea que recibe el neófito es de un lugar donde estar y ser parte de los horarios y actividades que allí se realizan, junto con el compromiso de apoyar económicamente con los gastos que se derivan de ello.

Estos planteamientos son de fácil comprensión y muchos los aceptan, otros huyen ante la idea de quedar atrapados en una rutina de la que luego es difícil salir. Amados hermanos, hemos predicado un evangelio de obras que expone a mucha gente a quedar bajo maldición, la maldición de no poder cumplir con todos los requisitos impuestos y vivir continuamente en el suplicio de una conciencia cargada de culpabilidad y obras muertas. El apóstol Pablo dedicó su vida a combatir esas deformaciones de la verdad, en la carta a los gálatas lo expone ampliamente.

El evangelio liberta al ser humano de la esclavitud religiosa para amar a Dios con todo su corazón y servirle con gratitud. El evangelio es Cristo en mi la esperanza de gloria. El evangelio trae vida al espíritu del hombre, la clase de vida de Dios, liga todo su ser a la Persona de Jesucristo, es un espíritu con él. De esa unión se derivarán muchas obras, obras de fe, obras por la gracia recibida, obras que se manifiestan desde la unión indisoluble con la vid verdadera. Pero seamos sinceros, en gran medida hemos cambiado esa unión con Cristo por la unión con “la iglesia”, nos parece que
es lo mismo, es mas, que es lo correcto, pero nos hemos alejado del centro para levantar otra realidad. Podemos servir a la iglesia sin servir a Cristo. ¿Pero como? Sí, podemos servir a un sistema religioso pensando que servimos a Dios y damos lo mejor de nuestro esfuerzo y dedicación a una causa equivocada. Saulo de Tarso había pensado que servía a Dios persiguiendo a los cristianos y estaba dispuesto a cualquier esfuerzo llevado por su celo equivocado. Los llamados “testigos de Jehová” están dispuestos a sufrir el desprecio de sus vecinos y no cesan de ir casa por casa para anunciar un evangelio falso, creyendo recibir la recompensa de vivir en un milenio terrenal. Muchos musulmanes llevan hasta el fanatismo mas extremo su servicio a la ley sharia del Corán creyendo que con sus actos terroristas van a recibir un paraíso lleno de vírgenes.

Muchos hermanos evangélicos desgastan sus vidas entregados a la causa de un líder plagado de si mismo creyendo ver en él al vicario de Cristo en la tierra. Aceptan su liderazgo como parte esencial de su fe y se convierten, en muchos casos, en esclavos de hombres.

Pablo dijo: “Lo hice por ignorancia en incredulidad” y fue liberado por Jesús mismo de su fanatismo equivocado. Pasó de ser perseguidor a perseguido. Su vida quedaría ligada para siempre al Autor y consumador de su fe y la entregaría a favor del evangelio de la gracia de Dios. El evangelio que le había liberado y que Cristo le había revelado. El evangelio que le había sido confiado para transmitirlo a su generación y a todos las generaciones a través de sus escritos; aunque no era suyo, el evangelio es de Dios y de Dios lo había recibido. No actuó en solitario, lo confirmó con los que eran columnas en la iglesia de Jerusalén. Fue el mismo evangelio que predicó el apóstol Pedro y Juan y todos los demás apóstoles de Jesús.

Que significado tiene “pagar el precio”

Hay expresiones que se repiten muy a menudo en los púlpitos y que vienen a ser el colofón de una tesis, es la última palabra para terminar de convencer a los reticentes en cuestión de entrega y consagración. Una de las mas desgastadas es: “hay que pagar el precio”.

Generalmente esta expresión está relacionada con el sufrimiento y abnegación que conlleva el servicio cristiano. Sin embargo, el significado que trasciende y se graba en las mentes es que sin pagar un precio no se obtiene la recompensa deseada. Por lo tanto la persona se interroga si realmente está pagando el precio suficiente para “comprar” el favor de Dios o tiene que intensificar su activismo para lograrlo, es decir, si las obras que hace son suficientes. De esta forma se establece un pensamiento de obras y recompensa, de entrega y bendición, de dar algo para recibir mas, es decir, entramos en una transacción comercial, mercantilista, muy de moda en la sociedad actual. Sin pretenderlo, seguramente, hemos dado entrada al evangelio de obras que es más fácil de asimilar y por tanto se instala en nuestra forma de pensar desplazando la palabra de su gracia.

Si el precio está pagado al coste de la vida derramada del Mesías, ¿por qué nos empeñamos en hablar de “pagar el precio”? Si su obra en la cruz del Calvario fue hecha una vez y para siempre, habiendo obtenido eterna redención, ¿por qué mantenemos la mentalidad de que sin hacer algo por nuestra parte la obra no está consumada? ¿Por qué mantenemos una conciencia de culpabilidad si la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado? Es increíble lo familiarizados que estamos con un evangelio de obras, con una aceptación por obras. En realidad parece darnos más seguridad cuando sabemos que hemos hecho algo, que nos hemos esforzado, que todos pueden ver nuestra entrega y que no somos unos aprovechados.

Cuando recibimos un regalo de alguien nuestro primer pensamiento es ver como podemos devolver el favor, qué podemos regalar nosotros para no quedar por debajo de su generosidad. Nos cuesta aceptar un regalo sin mas, agradecidos, sin pensar que realmente no lo merecemos. A menudo nos parece más difícil recibir que dar, a no ser que manifestemos un egoísmo evidente. Es un acto de cortesía llevar un regalo a una casa donde hemos sido invitados a comer, incluso en las bodas somos invitados pero realmente pagamos mucho mas de lo que cuesta la comida.

Con esta mentalidad tan natural y humana es tan irracional comprender que nuestra deuda ha sido pagada, una deuda imposible de liquidar por nuestra cuenta, nuestro saldo es insuficiente, pero la deuda ha sido pagada a un alto coste y se nos ofrece el sobreseimiento de la causa, es decir, ha sido cancelada la deuda, el pago está hecho, no por méritos propios, sino por la abundancia de Su gracia y del don de la justicia. Debemos firmar el documento que nos acredita como liberados del peso de pecado, ley y muerte que había contra nosotros, que nos era contraria y que ahora ha sido clavada en la cruz del Calvario; nuestra firma es la fe depositada en el Autor y consumador de la obra única y acabada que nos reconcilia con Dios por toda la eternidad: Jesucristo.

Y todo ello está registrado en el Testamento del que somos beneficiarios por el amor de Dios hacia nosotros. Ese amor se ha expresado en una cruz ignominiosa, maldita, levantada en el monte de la calavera y con el Hijo del Hombre clavado en ella, para que todo aquel que en él crea no se pierda más tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito. La obra está hecha y acabada. El Testamento contiene la legalidad del acto y los beneficios de los herederos. Veamos algunos datos de este Testamento.

Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Corintios, 6:20).

Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres (1 Corintios, 7:23)

Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive… Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión (Hebreos, 9:15-22)

Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro (Romanos, 5:17-21)

Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Corintios, 5:18-21)

Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz (Colosenses, 2:13-15)

Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo
sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (Hebreos, 9:11-14)

El precio está pagado. Ahora bien, una vez que hemos sido hechos beneficiarios de la obra de Jesús nuestras vidas quedan ligadas a él para siempre. Se establece un vínculo sobrenatural, una unión indisoluble para vivir y para morir. Somos comprados para Dios y Su Reino, somos propiedad Suya. Y esta nueva realidad en la vida del creyente tiene muy diversas manifestaciones prácticas. Puede contener momentos de sufrimiento y gloria, de aflicción y victoria, de sequía y plenitud, pero en todo ello hay un propósito eterno de conformarnos, ser hechos, a la imagen de Su Hijo. Su gracia será suficiente en todo momento para sobrepasar los tiempos de prueba y tentación, porque no nos ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana, sino que fiel es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que juntamente con la prueba dará la salida para poder soportar.

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (Romanos, 8:28-30)

La mezcla entre Viejo y Nuevo Pacto

Las Escrituras nos muestran lo contrario que es a la voluntad de Dios las mezclas, ya en la ley de Moisés se dice que no harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie; tu campo no sembrarás con mezcla de semillas, y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos (Levítico, 1:19). También en una de las cartas de Pablo se nos dice que no debemos unirnos en yugo desigual con los incrédulos; “porque ¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y que comunión la luz con las tinieblas? ¿Y que concordia Cristo con Belial? ¿Y que acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?” (2 Co.6:14-16). No se trata de no mantener relaciones personales con los incrédulos, o fornicarios o avaros, o ladrones o idólatras de este mundo, pues en tal caso nos sería necesario salir del mundo. “Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aún
comáis” (1 Co.5:9-11). Se trata de pretender una comunión espiritual cuando se tiene distinto espíritu, se cree en otro Jesús y se anuncia otro evangelio. Esas uniones o mezclas son espurias y por tanto dañinas.

A menudo cometemos el error de mezclar elementos del Viejo régimen de la letra con el Nuevo gobierno del Espíritu. El apóstol Pablo nos vuelve a mostrar la diferencia en su exposición de 2 Corintios, 3 y 4. Es relativamente fácil caer en dicho error y la predicación y canciones de nuestros cultos están llenas de esas mezclas que nos confunden y evitan el crecimiento en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Cuando cantamos “ven conmigo a la casa de Dios… estando aquí en la casa de Dios…” estamos empleando unos términos basados en el viejo régimen de la ley que conforman una idea de que el lugar donde estamos realizando la adoración es la casa de Dios. Sin embargo el Nuevo Pacto dice que somos piedras vivas, casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro, 2:4,5).

Cuando ponemos como condición indispensable para ser bendecidos el que hagamos buenas obras: dar el diezmo, traer a otros a los cultos, asistir a todas las reuniones, levantar las manos, saltar y danzar, aplaudir y gritar desaforadamente, incluso silbar y patear; cuando todas estas formas de hacer son síntomas de estar “en avivamiento” hemos deformado la gracia para entrar en el evangelio de obras. Cristo nos redimió de la maldición de la ley para que nos alcanzara la bendición de Abraham, Su obra es suficiente para recibir el beneplácito de Dios y no el hecho de exteriorizar los componentes de la religiosidad. Hay algunos predicadores que llegan a decir que “los que no aplauden ahora no se van con el Señor, se quedan aquí para pasar la gran tribulación”, o “si no levantas las manos o saltas en este preciso momento la bendición de Dios no te alcanzará, te quedarás seco”. Semejantes despropósitos solo conducen al simplismo y la superficialidad.

No estoy en contra de las manifestaciones de júbilo, gozo y libertad cuando es el momento de ello, ni tampoco de las buenas obras que confirman la fe, pero me temo que en muchos casos estamos mezclando la ley religiosa con la gracia, el viejo régimen de la letra con el nuevo del Espíritu, y eso solo puede conducir a la confusión.

Debemos situarnos en Cristo. El Mesías ya vino. El Espíritu Santo ha sido dado a los creyentes. Somos ministros de un nuevo Pacto. Las obras de la ley, cualquier ley (sea la del judaísmo o la de nuestro sistema religioso denominacional), es llevarnos a Cristo, puede servir como ayo durante un tiempo, pero debemos avanzar a la madurez y ser guiados por el Espíritu de Dios y no depender de pedagogos.

La ley, cualquier ley, dice: “Haz estas cosas y vivirás por ellas”. Pone el énfasis en no hagas, no toques, no comas, no gustes, guardar días de fiesta, luna nueva o días de reposo, disciplina personal, duro trato del cuerpo, esfuerzo propio, fuerza de voluntad, cara de humilde, apariencia de piedad, mandamientos de hombres con una larga lista de prohibiciones o aprobaciones. Pablo dice que no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne (Colosenses, 2:16-23). En su mayor parte suelen ser obras de la carne para domesticar la naturaleza caída que llevamos desde Adán. “Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el mas amplio y mas perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención” (Hebreos, 9:11-12).

Y continua el autor de los Hebreos diciendo: “Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto mas la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo
sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos, 9:13-14).

La gloria del Nuevo Pacto en la sangre de Jesús es mayor que la gloria pasajera que tuvo el viejo régimen de la letra. La gloria de la vida en el Espíritu habitando en nosotros y guiándonos a toda verdad, es mayor que todos los requisitos religiosos que moldean las formas de vivir del hombre pero no pueden cambiar la naturaleza humana y por tanto, más pronto o más tarde se llega a la frustración.

El nos dio vida cuando estábamos muertos en delitos y pecados. Hemos muerto con Cristo, por tanto debemos buscar las cosas de arriba no las de la tierra. El evangelio es poder de Dios para salvar y liberar al ser humano, judíos o gentiles, religiosos o agnósticos. El evangelio de la gracia es: “Habitaré y andaré entre ellos y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón… perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (2 Corintios, 6:16) (Jeremías, 31:33,34). “Al decir: Nuevo Pacto, ha dado por viejo el primero, y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer” (Hebreos, 8:7-13).

El Nuevo Pacto tiene mejores promesas, contiene los poderes del siglo venidero, ha creado un nuevo hombre según Dios en la justicia y santidad de la verdad, es otra dimensión de gloria. Es la gracia y la verdad que vinieron por medio de Jesucristo. Es el poder de la resurrección de Cristo que opera en nosotros mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros. El evangelio de Dios tiene todas estas riquezas inescrutables de la plenitud que hay en Cristo. Por eso dice el apóstol que en él estamos completos, y si estamos completos en Cristo no debemos regresar al viejo régimen de la letra para mendigar el favor de Dios mediante nuestras “buenas obras”, sino bástate mi gracia, por que mi poder se perfecciona en la debilidad, así que cuando somos débiles entonces somos fuertes porque opera el poder de Dios en nosotros y no la capacidad de nuestra realización personal y nuestra proyección religiosa.

Medita estos textos: Hebreos, 8:6 y 6:4-6 Efesios, 4:24 2 Corintios, 3:18 Juan, 1:17 Efesios, 3:20 Filipenses, 3:10 Efesios, 1:7,18 y 2:7 y 3:8, 19 y 4:13 Colosenses, 1:19 y 2:8-10 2 Corintios, 12:9,10 y 13:3,4.

La sangre del Nuevo Pacto habla mejor

Amados hermanos, si el viejo régimen de la letra y el derramamiento de la sangre de animales podían actuar temporalmente sobre la conciencia de pecado, ¿cuánto más creéis que podrá hacer la sangre derramada en la cruz del Calvario por el Hijo de Dios?

La sangre de Jesús es la sangre del Nuevo Pacto. Cuando levantó la copa de vino ante sus discípulos dijo: “Esta es la sangre que por vosotros se derrama”. La vida está en la sangre, por tanto, Jesús derramó su vida en beneficio de todos nosotros. Esa sangre habla de redención, de perdón, de justicia aplicada; habla de separación, la separación de nuestras vidas para Dios y su Mesías. La sangre de Jesús nos ha comprado, por tanto, habla de propiedad, somos propiedad de Dios, hijos de Dios, para gloria y honra de Su Nombre.

Nuestras vidas han sido rociadas con la sangre de Jesús. Como fue señalado el dintel de las puertas de los hebreos en Egipto el día de su liberación con la sangre del cordero para que el ángel de la muerte no los tocara, así nuestras vidas han sido señaladas por la sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, para que no tenga mas poder sobre nosotros la ley del pecado y de la muerte, sino que andemos en novedad de vida. La sangre nos habla de libertad, la libertad gloriosa de los hijos de Dios. La libertad de no someternos otra vez a la esclavitud de mandamientos de hombres, para que la verdad del evangelio permanezca con nosotros. Y este combate es necesario librarlo porque las fuerzas hostiles a la gracia están siempre dispuestas para robar la fe que ha sido dada una vez a los santos. Pablo dijo: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis, de la gracia habéis caído” (Gá.5:4).

El autor de los Hebreos nos dice que “nos hemos acercado a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel” (Heb. 12:14).

La sangre de Abel que fue derrama en la tierra por el homicida Caín levantó una voz que llegó hasta el cielo. Dios llamó a Caín y le hizo responsable de la sangre que estaba clamando desde la tierra ante Su Trono. Esa voz movió el cielo, conmovió el corazón de Dios y puso una marca de maldición sobre la vida de Caín.

La sangre de Jesús habla mejor, nos habla de bendición. Jesús es el justo que muere por los injustos para llevarnos a Dios. El golpe homicida de los poderes de las tinieblas asestado sobre el cuerpo del Hijo del Hombre hizo verter la sangre del Justo, para que todo aquel que en el crea no se pierda, sino que tenga vida eterna.

Uno de los pilares sobre los que se asienta el evangelio de la gracia de Dios es la sangre derramada en la cruz del calvario. Esa sangre del pacto eterno (Heb.13:20) nos ha acercado a Dios (Ef.2:13), y nos permite entrar confiadamente hasta el trono de la gracia por un camino nuevo y vivo que él nos abrió (Heb.10:19-22); sin mediadores humanos, sin ídolos, sin ayos o pedagogos, tenemos libertad para entrar porque el camino está abierto, el único mediador válido es Jesús (1 Ti, 2:5). Este hecho consumado nos da legalidad y confianza para venir ante el Trono y derramar nuestras vidas ante Dios. Nos permite interceder por nuestra nación, nuestra familia,
nuestros semejantes.

Además la sangre de Jesús nos ha redimido de nuestra vana manera de vivir que hemos heredado de nuestros padres, con sus pecados, estructuras de vida y enfermedades. La sangre de Jesús rompe todo lazo que nos ata a enfermedades y vicios hereditarios. Cuando vamos al médico se nos pregunta por las enfermedades familiares para establecer la línea genética y mantenernos dentro de los mismos parámetros. Comprendo que se hace con la idea de prevenir y estar alertas sobre las enfermedades de los padres que puedan afectar a nuestras vidas, sin embargo, hay una realidad mayor que el informe natural y es que la sangre de Jesús ha establecido otra dimensión mas elevada que nos redime de la maldición de pecados y enfermedades heredados de nuestros padres.

Las Escrituras muestran que en la Ley sí hay esa herencia. “Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia, que perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable; que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta los terceros y hasta los cuartos” (Nm. 14:18) (Ex.20:5) (Dt.5:9,10) (1 Rey.21:29). Sin embargo, en el Nuevo Pacto, cada uno, individualmente, dará cuenta de sí y recibirá las consecuencias de su propio pecado. “En aquellos días (el tiempo del Nuevo Pacto) no dirán mas: Los padres comieron uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen dentera; sino que cada cual por su propia iniquidad morirá, los dientes de todo hombre que coma uvas agrias tendrán dentera” (Jer.31:29,30)

Este pasaje aparece en relación al tema del Nuevo Pacto. Sigue leyendo y encontrarás en el versículo 33 y 34 que... “Pondré mi ley dentro de ellos...Pues perdonará su maldad, y no recordará mas su pecado”. Por tanto, el primer paso para romper lazos de sangre es situarnos e identificamos con el Nuevo Pacto en Cristo. Si vives solamente una religión que enseña la ley, cualquier ley, para justificarte caerás preso de los lazos de sangre. Necesitamos saber, por revelación, lo que significa la redención de Cristo.

“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, 19sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, 21y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios” (1 Pedro, 1:18-21).

Necesitamos la revelación del Espíritu de Dios para comprender la dimensión gloriosa que tiene la sangre del Nuevo Pacto. Hemos sido elegidos para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo (1 P.1:2). La reconciliación de todas las cosas y el establecimiento de la paz es mediante la sangre de su cruz (Col.1:20). El que nosotros no sepamos bien como se efectúan estos hechos no significa que no estén incluidos en el potencial de vida que emana de la sangre derramada y que haya sido presentada ante el trono de Dios como garantía de nuestra redención
(Col.1:14). Esa sangre bendita y eterna nos da la victoria sobre el dragón, la serpiente antigua, el acusador y engañador, que ha sido homicida desde el principio.

Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte (Apc.12:9-12).

Por ello debemos unirnos siempre a la adoración celestial donde se proclama la dignidad del Cordero que fue inmolado, y con su sangre nos ha redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos ha hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, por tanto: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Ap. 5:5-14).

El evangelio y las doctrinas de los últimos tiempos

Quiero hacer una alusión breve a este asunto porque me parece relevante. Cíclicamente parece ponerse de moda hacer un énfasis desmesurado en predicar sobre los últimos tiempos. Se abusa de los conceptos bíblicos para generar temor en los creyentes y llevarles, por este medio, al sometimiento, la consagración o al arrepentimiento.

La predicación que tiene el temor y la duda como base para inducir a los oyentes a tomar una decisión por Cristo engendra un evangelio basado en el miedo y la inseguridad que acompañará al nuevo convertido durante su desarrollo espiritual. Me refiero a proclamas tales como: “Si el Señor viene hoy mismo ¿te irás con él?”, y usar la duda sobre si tendrás aceite o no cuando venga el Señor con la intención de mover a los creyentes a la consagración, que en muchos casos significa ser un fiel consumidor de cultos y mantener el status religioso correspondiente. Se mete miedo con la idea de quedarse con el anticristo a pasar la gran tribulación sino te mantienes en la cerca de la iglesia local como base de la salvación. Es una predicación de la duda y la incertidumbre que no tiene nada que ver con el fundamento de nuestra salvación realizada en la cruz del Calvario.

Todo ello tiene su servidumbre de sistemas eclesiásticos, es decir, lo que se lee entre líneas es que si no participas del sistema religioso al que perteneces te juegas la salvación y te quedarás a pasar la gran tribulación.

Este enfoque doctrinal de los últimos tiempos basado en la teología dispensacionalista (una teología relativamente moderna que procede de dos jesuitas y que se popularizó a través de John Darby, el seminario Moody, los libros de Hal Linsey y la Biblia de Scofield) es una de tantas interpretaciones posibles de los últimos tiempos, personalmente creo que esta doctrina tiene lagunas insalvables bíblicamente hablando. Ahora bien, algunos pretenden que si no tienes esta doctrina del tiempo del fin, o cualquier otra, no vas a ser salvo (porque no serás arrebatado en la venida “invisible” de Jesús y deberás salvarte en el tiempo de la gran tribulación de siete años, donde el Espíritu Santo no estará y solo podrás salvarte a través del martirio por no dejarte poner la marca del anticristo que estará gobernando en ese tiempo) es un disparate de tal calibre que hace depender la salvación de una doctrina escatológica, lo cual es una deformación de la verdad que lleva al error. Ese es otro evangelio.

Si nuestra salvación depende de tener la doctrina correcta acerca de los tiempos del fin (cosa imposible porque las Escrituras no dan apoyo definitivo a ninguna de ellas, y tampoco especifica con claridad como serán los tiempos finales, aunque sí tenemos muchos indicios y pruebas de esos tiempos, pero no el orden puntual de todos los acontecimientos de manera inequívoca; Dios no ha querido dejarlo claro, lo que sí está claro es que debemos estar velando y orando, siempre preparados, fervientes en espíritu sirviendo al Señor), entonces hemos inventado otro evangelio basado en otra expiación y no en la obra perfecta y acabada de nuestro Amado Señor Jesucristo.

Por tanto, el evangelio de la gracia de Dios no depende de que tengamos la doctrina exacta sobre escatología, aunque podamos tener convicciones al respecto, pero nunca definitivas porque sencillamente las Escrituras dejan abiertas las opciones múltiples que hay y no es una doctrina cerrada. La salvación depende de Jesús, de su obra en la cruz del Calvario, de su sangre derramada, de su resurrección de entre los muertos y su exaltación a la diestra del Padre para que nosotros podamos ser justificados y aceptados como hijos de Dios, trasladados de las tinieblas al Reino de Su amado Hijo.

El evangelio y la obra social

Este ha sido y es otro de los tropiezos con los que nos encontramos a menudo a la hora de anunciar las buenas nuevas de salvación. Tenemos dos extremos al respecto, uno que pone el énfasis solamente en la predicación del mensaje y otro que pone el punto sobre la importancia de suplir las necesidades sociales de las personas a quienes se les anuncia el Reino.

Creo que no debería haber conflicto sino complementación. La fe y las obras van juntas, anunciar el mensaje y el compromiso social con los pobres son dos caras de la misma moneda. Algunas personas son llamadas especialmente a hacer una obra social, han recibido dones de misericordia
que no todos tienen en esa dimensión, (un ejemplo clásico de lo que quiero decir es la hermana Teresa de Calcuta y su obra en la India; también hay muchos hermanos que trabajan amplia y eficazmente entre los drogadictos, la delincuencia y los desamparados del tercer mundo, gracias a Dios por ellos y su maravillosa labor), y otros tienen dones de evangelista, dones de poder para anunciar el evangelio con señales y prodigios. No hay conflicto, hay complementación. Según la revelación que el apóstol Pablo nos da sobre el Cuerpo de Cristo hay diversidad de dones, ministerios y operaciones, pero el que hace todas las cosas es el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como El quiere.

Por tanto, el evangelio contiene la respuesta a todas las áreas de la vida humana: Espiritual, física, social, emocional. El cuerpo de Cristo en la tierra tiene diversas manifestaciones y dones en forma de personas portadoras del mensaje en sus múltiples facetas para ser luz y sal en la tierra. Gracias a Dios por cada hermano entregado al cumplimiento de Su voluntad a favor de toda criatura y de todas las naciones.

El evangelio de Dios es un misterio eterno revelado

Después de todo lo dicho me gustaría acabar este capítulo haciendo un recorrido lo más condensando posible de cual es el evangelio de Dios que debemos predicar, el evangelio que aparece en las Escrituras y que ha sido revelado por los apóstoles y profetas.

En primer lugar debemos saber que el evangelio es un misterio revelado, ese misterio se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ahora ha sido manifestado por las Escrituras de los profetas. En esas Escrituras se recogen los sufrimientos del Mesías y las glorias que vendrían después para beneficio de todos los llamados del Señor. Los profetas hablaron de una gracia destinada, dirigida por Dios para que fuera alcanzada por todos aquellos que oyen el mensaje y lo reciben, anunciada por los apóstoles que predicaron el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo.

Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén (Ro.16:25-27).

Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles (1 Pedro, 1:10-12)

Resumiendo estos dos pasajes vemos lo siguiente: Que el evangelio es un mensaje eterno, que había estado preparado desde antes de la fundación del mundo, por tanto es un propósito diseñado por Dios, un plan de redención. Ese plan se fue revelando paulatinamente a través de los profetas y tuvo su culminación en la Persona de Jesucristo. Que ha sido revelado, manifestado, a través de la predicación de los apóstoles por el Espíritu Santo y que ha sido recogido en sus escritos para todas las generaciones posteriores.

Pablo es consciente de este misterio revelado y de la necesidad de transmitirlo correctamente, sin adulteraciones, cuando pide la oración de los hermanos de Efeso a favor de su apostolado.

… orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar (Efesios, 6:18-20).

La revelación del evangelio se transmite a través del Espíritu Santo en aquellos que obedecen a la fe, no se puede comprender por la mente natural, es un mensaje escondido desde la fundación del mundo y transmitido en muchas ocasiones a través de parábolas para poder relacionarlo con realidades cotidianas y poder comprenderlo mejor. Este fue uno de los métodos mas usados por el Maestro, que a su vez mantenía lejos de la revelación a aquellos cuyo corazón no era recto.

Todo esto habló Jesús por parábolas a la gente, y sin parábolas no les hablaba; para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo (Mateo, 13:34-35). Compararlo con Salmo, 78:2.

La palabra de la cruz es locura para los que se pierden, pero para los que se salvan es poder de Dios. La mente natural no puede alcanzar el misterio escondido desde tiempos eternos, se ha de discernir por el Espíritu, “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios, 2).

Y en su carta a los colosenses una vez mas el apóstol Pablo deja constancia de esta verdad, que el mensaje que estaba anunciando le fue dado por Dios para que fuese proclamado y de esa forma el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades fuese revelado. Ese misterio se sintetizaba en poner de manifiesto las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria.

Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia; de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí. (Colosenses, 1:24- 29).

Diversas formas de denominarlo En dos mil años de cristianismo ha habido muchos mensajes adulterados que han llevado la etiqueta de “evangelio de Jesús”. Se han predicado muchos evangelios, sin embargo la Biblia muestra que solo hay un evangelio (Gá. 1:6-9), aunque en las mismas Escrituras se le denomina de diferentes maneras. Hay diversas expresiones pero un solo evangelio. Se le llama:
El evangelio de Dios en Romanos, 1:1;
El evangelio de Su Hijo en Romanos, 1:9;
El evangelio de la gracia en Hechos, 20:24;
El evangelio de poder en Romanos 1:16;
El evangelio de la cruz en 1 Corintios, 1:18;
El evangelio de la paz en Hechos, 10:36
Y el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo en Efesios, 3:8.

El evangelio en la epístola a los Romanos

Hemos ido viendo a lo largo de este tema que el apóstol de los gentiles nos ha dejado dos epístolas especialmente (Romanos y Gálatas) en las que habla del evangelio que le ha sido encomendado, y particularmente en la carta a los Romanos tenemos la exposición mas profunda y erudita de las buenas nuevas de salvación. Por ello vamos a ver un resumen de esta importantísima carta a los Romanos.

Pablo ha sido apartado para el evangelio que había sido antes prometido por los profetas en las Santas Escrituras (Ro.1:1,2). Una vez mas queda claro que el evangelio no es de Pablo, sino que ya había sido prometido por Dios a través de los profetas. Pablo fue llamado por Dios y apartado para llevar a cabo el anuncio del evangelio. Su origen es Dios. El apóstol se hizo uno con el evangelio de tal forma que lo llamaba “mi evangelio” (Ro.2:16), y comprendió que fue aprobado por Dios para que se le confiase el evangelio (1 Ts.2:4).

Pablo no se avergüenza del evangelio porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree; al judío primeramente y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá (Ro.1:16-17). Y a partir de este testimonio va a exponer con toda claridad esa verdad revelada ya por los profetas, a saber, que la justicia de Dios es por la fe y no por las obras de la ley.

Para llevarnos al milagro de la gracia y la justicia por la fe, primeramente inicia su exposición con la ira de Dios que se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad (Ro.1:18). Luego nos habla del justo juicio de Dios por la dureza y el corazón del hombre caído no arrepentido, atesorando para si mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios (Ro.2:5). Además aborda el espinoso asunto de la ley para decirnos que por las obras de la ley ningún ser humanos será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado (Ro.3:20), y por cuanto todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios (Ro.3:23) no hay forma de escapar de la ira y del justo juicio de Dios por ningún medio humano.

“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él” (Ro.3:21). Esta justicia de Dios es aplicada al que cree mediante la base de la redención, propiciación y expiación de Jesucristo. La clave está, por tanto, en la obra consumada de Jesús en la cruz del Calvario. De ahí que el apóstol Pablo, de forma muy resumida para captar el mensaje central, diga en primera de Corintios lo que es el epicentro del evangelio: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Corintios, 15).

Así, pues, la vigencia de la obra de Jesús nos libra de la ira venidera, del justo juicio de Dios por nuestros pecados y de la culpabilidad de la ley por cuanto no hemos podido cumplirla. Estas son las buenas nuevas del evangelio. La grandeza de la gracia de Dios se manifiesta en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros (Ro.5:8). El apóstol lo expresa magistralmente con estas palabras:

siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús (Romanos, 3).

En estos primeros capítulos de romanos aparecen varios términos judiciales que merecen la pena explicar brevemente, son: Justificación, redención, propiciación y expiación.

Justificación: Ser declarado justo.
Adecuación con la justicia o conformidad con lo justo.
Redención: Liberación de carga, gravamen, obligación o condena.
Librados de la esclavitud del pecado.
Propiciación: Aplacar la ira de Dios mediante la obra de Jesús.
Satisfacer la justicia de Dios mediante un sacrificio.
Expiación: Borrar las culpas mediante algún sacrificio.

En los capítulos siguientes (4 y 5), Pablo pone base Escritural para apoyar la veracidad del evangelio que predica. Habla del ejemplo de Abraham, y la justicia que él recibió por la fe en la promesa de Dios (Ro.4:1-5). Luego en el capítulo 6 habla de la nueva vida que surge como resultado de la justificación, una nueva naturaleza que emana de la unión con Jesús en la cruz, la sepultura y la resurrección. Esa unidad produce una novedad de vida, todos nuestros miembros que antes servían a la injusticia, ahora son puestos al servicio de una vida en santificación. No es un esfuerzo de nuestra propia voluntad para ser buenos, sino el resultado de la nueva naturaleza operando en nosotros.

Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna (Romanos, 6:22).

En el capítulo 7 encontramos la lucha interior que aparece en el creyente, el conflicto entre el viejo hombre y el nuevo, el querer hacer el bien pero hallar una ley interior que se revela contra la nueva realidad de ser hechos hijos de Dios. Y en el capítulo 8 aparece la vida victoriosa andando en el Espíritu, “porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”.

El anuncio del evangelio

Este es el evangelio que debemos anunciar, bien basado en las Escrituras de los profetas y los apóstoles, así como centrado en la Persona y Obra de Jesús. Todo ello responde a un plan predeterminado por Dios, porque la salvación pertenece a nuestro Dios (Apc.7:10), y que ha sido manifestado en el cumplimiento de los tiempos para redimir a todos los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.

El apóstol Pablo nos da la secuencia que sigue el proceso del anuncio del evangelio hasta su aceptación, y nos dice que son hermosos los pies de los que anuncian las buenas nuevas. En Romanos 10 encontramos esa secuencia que podemos resumir en: Ser enviados a predicar, oír el mensaje y creerlo, invocar el Nombre de Jesús y ser salvos.

¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios… Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación (Ro. 10).

El origen del evangelio es Dios, es El quién envía con la palabra del cielo para ser anunciada, creída e invocada. La palabra es Jesús mismo, por tanto se trata de invocar el Nombre de Jesús para ser salvo. El evangelio es una persona, creer en una persona e invocar su Nombre. Creer en Jesús no es un artificio mental sino una certeza interior, del corazón, donde se ha producido la revelación por el Espíritu de quién es él y la obra que ha realizado, por ello con el corazón se cree para justicia y con la boca se confiesa para salvación.

Todo el tiempo es una obra de Dios, aunque haya colaboradores que anuncian la palabra enviada del cielo, es la acción de la palabra viviente en el corazón de la persona que la lleva a reconocer, más allá de su mente natural, el hecho de que Jesús ha muerto por sus pecados y resucitado para
su justificación.

En los capítulos anteriores de la epístola a los Romanos hemos visto que el apóstol de los gentiles ha hecho una exposición amplia del evangelio que es poder de Dios para salvación. Ese evangelio desemboca en una invocación, la invocación de un Nombre, el Nombre que es sobre todo Nombre, el Nombre de Jesús. Y en ningún otro hay salvación, por que no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en quién podamos ser salvos (Hechos, 4:12).

Esta aparente simplificación contiene todo el consejo de Dios. Jesús es la plenitud de Dios y la vida cristiana es el descubrimiento continuado de todas las riquezas de pleno entendimiento que hay en Cristo, en quién están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Descubrir la inmensidad de Cristo, que ahora habita por la fe en nuestros corazones, es ocuparse de la salvación, es crecer en la gracia y el conocimiento de todo lo bueno que hay en él. Por ello la invocación del Nombre de Jesús para ser salvos es el inicio de una nueva vida que debe ser descubierta y vivida con posterioridad.

Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre (Hechos.22:14-16)

Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Romanos, 10:12,13).

Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, 2a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro (1 Corintios, 1:1,2).

Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor (2 Timoteo, 2:19-22).

Recuerdo muy bien como se activó mi vida cristiana el día cuando invoqué el glorioso Nombre de Jesús. Fue en un culto de oración, pasé todo el tiempo que duró la reunión invocando su Nombre, dándole gracias. Antes ya había leído las Escrituras, orado a Dios de diversas formas, me relacionaba con los hermanos, amaba al Señor, vivía cierto misticismo personal, hablaba a otros de Dios en sentido general, pero cuando invoqué Su Nombre desde lo hondo de mi corazón, dándole gracias, ese día noté en mi interior que algo nuevo había surgido, quise hablar a todo el mundo de Jesús, ese maravilloso Nombre que me había salvado.

Invocar el Nombre de Jesús no es una fórmula mágica, a menudo usamos Su Nombre en vano, de forma mecánica y como vana repetición, pero cuando en nuestro corazón hay certeza y hemos comprendido la inmensidad de su gracia resumida en Su Nombre, entonces “le amamos sin haberle visto y en quién creyendo, aunque ahora no le veamos, nos alegramos con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de nuestra fe que es la salvación de nuestras almas” (1 Pedro, 1:8-9).

A menudo el reconocimiento de nuestros pecados viene después de haber invocado su Nombre para salvación; la consciencia de nuestra separación de Dios, de la ira venidera y del justo juicio de Dios se hace palpable cuando hemos oído lo que Jesús ha hecho en la cruz y por qué. Fue lo que les ocurrió a las tres mil personas que se convirtieron en la primera predicación del apóstol Pedro. Después de relacionar el día de Pentecostés con lo dicho por el profeta Joel, acabó su primera parte del discurso citando las palabras del profeta: “Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo”.

Luego se compungieron de corazón y dijeron: “¿Qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.

Pablo le dijo a Timoteo que se aparte de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Él mismo lo había experimentado cuando se le dijo: “Lava tus pecados invocando su nombre”.

La fe en Jesús se hace eficaz por el conocimiento de todo el bien que está en vosotros por Cristo Jesús (Filemón, 6). La vida cristiana viene a ser un descubrimiento progresivo de la plenitud que hay en Cristo y de la cual hemos sido hechos partícipes. Cuando cantamos “queremos mas de Ti”
deberíamos decir “queremos descubrir lo que ya tenemos en Ti”. Ese descubrimiento viene por revelación del Espíritu, no es en primer lugar una experiencia externa con manifestaciones de cualquier tipo, sino más bien un correr el velo de nuestra mente y espíritu para tener un mejor conocimiento de él. Esta es la oración de Pablo por los efesios (Efesios, 1:15-20). Descubrir la inmensidad de Cristo, la plenitud de Cristo, era la meta mas elevada del apóstol Pablo.

Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, 9y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; 10a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos (Filipenses, 3:7-11).

Lo que incluye la salvación El autor de la carta a los hebreos nos dice que la salvación que nuestro
sumo sacerdote ha conseguido es una salvación muy grande y completa (hebreos, 2:3 y 7:25 en la versión de las Américas dice: “salvar completamente”). El anuncio del evangelio es la proclamación de esa salvación que contiene el eterno propósito de Dios y Su voluntad para toda criatura y para todas las naciones. El evangelio es un mensaje universal, para todos los pueblos, lenguas y naciones.

Cuando Jesús se levantó en la sinagoga para leer el libro de Isaías y declarar la obra que el Espíritu Santo le daba para hacer dijo que su misión era dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y predicar el año agradable (el año del jubileo, el tiempo de gracia) del Señor (Lucas, 4:16-19). Todo esto está incluido en el evangelio de Jesús. Eso mismo fue lo que él hizo durante tres años y medio y encargó a los suyos para que continuaran haciéndolo.

Jesús fue ungido para hacer bienes y sanar a todos los oprimidos por el diablo. Vino a deshacer sus obras. El diablo vino a robar, matar y destruir, pero Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. Alabado sea Su Nombre.

Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hechos, 10:37,38).

El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (1 Juan, 3:8).

El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. (Juan, 10:10).

Además de lo mencionado la salvación incluye:

Paz con Dios. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios”.
Sanidad. “Y por cuya herida fuisteis sanados”.
Liberación. Una libertad nueva en el cuerpo, alma y espíritu. Libres de amargura, depresión, rencor, mal carácter, manías obsesivas, demonios.
Economía liberada. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Dios ha prometido atender nuestras necesidades materiales para que abundemos para toda buena obra; sin esclavizarnos por la avaricia, ni estemos en ansiosa inquietud por comida y bebida.
Mente sana. Desbloqueo de pensamientos perturbadores. Limpieza e higiene mental. Libertad de pensar bien. Salud mental.
El Espíritu Santo. La plenitud o el bautismo del Espíritu que nos capacita para servirle con poder. Es la clave para una vida cristiana victoriosa.
Ser guardado del mal. Una vida protegida por la sangre de Jesucristo que impide que seamos zarandeados por las circunstancias y la manipulación del diablo.

Todo ello se resume en las palabras del apóstol Juan cuando dijo: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios (1 Juan, 5:11-13).

Es el mismo mensaje que Pablo nos ha dejado en la carta a los efesios. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados… Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo… Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”” (Efesios, 2:1-10).

El evangelio es vida, “la salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero” (Apc. 7:10). Es una nueva creación y esa vida se transmite a través de la Persona de Jesús, porque “en el estaba la vida y la vida era la luz de los hombres” (Juan, 1:4). La gloria es de Dios, el origen de todas las cosas es Dios, por tanto a El sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Resumiendo

El evangelio de la gracia de Dios ha sido perseguido a lo largo de la historia, se ha falseado, adulterado, deformado y mezclado con todo tipo de pensamientos religiosos que se han levantado como argumentos altivos contra el conocimiento de Dios. Ya en el primer siglo, en la época de losapóstoles, se levantaron hombres impíos para adulterar la palabra de Dios y que el mensaje fuera corrompido, sin embargo el Espíritu de Dios encontró a hombres y mujeres dispuestos a pelear la buena batalla de la fe y combatir unánimes por la fe del evangelio.
También en nuestros días se han levantado muchos enemigos de la verdad para oscurecerla mezclándola con supuestas nuevas revelaciones que contradicen la sana doctrina. Es muy fácil mezclar el evangelio de la gracia de Dios con el evangelio de obras y perder así la fortaleza que contiene la verdad que nos hace libres. El evangelio es Jesús mismo. Toda predicación que no tiene al Hijo de Dios como eje central de su mensaje se aleja de la voluntad revelada de Dios. Dios habló en el pasado por los profetas, pero en este tiempo nos ha hablado por el Hijo (hebreos, 1:1,2).

Para Pablo el mensaje era “nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Corintios, 1:23,24).

Así que se nos exhorta a que “nos comportemos como es digno del evangelio de Cristo y estemos firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio” (Filipenses, 1:27). Y que “contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente… hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas, 3,4).

Lo mas reciente en este sentido lo tenemos en una nueva secta llamada “creciendo en gracia” cuyo líder se autoproclama Jesucristo Hombre; todo un despropósito que viene a confirmar lo avanzado de los últimos tiempos cuando muchos vendrían diciendo “yo soy el Cristo” (Mateo, 24:5); son hombres amadores de si mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos… (2 Timoteo, 3:1,2).

Los vasos de honra que Dios escoge son llamados “para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mi, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos, 26:18).

Por mi parte quiero dejaros con las palabras que el apóstol dio a los ancianos de la iglesia antes de partir a Jerusalén. “Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados” (Hch, 20:32).

Vuestro en Cristo

Virgilio Zaballos

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