Conceptos errados: El ministerio
El punto de vista sobre este tema tiene su base en los
principios del Reino de Dios, sobre el fundamento de las Sagradas Escrituras,
tal y como lo entiende el autor, haciéndose responsable único de aquellos
aspectos en los cuales haya otras interpretaciones; y va dirigido en primer
lugar a todos aquellos creyentes, nacidos de nuevo, y que forman parte del
Cuerpo de Cristo.
Cuando hablamos de los ministerios en el ámbito religioso
rápidamente acude a nosotros la imagen de una persona de gran reputación y
distinción. El ministerio cristiano se ha convertido en un título, en una
posición de grandeza y dominio; un puesto de relevancia que se aleja claramente
del servicio que debe realizar.
La deformación de este concepto es de tal calibre que hemos
vuelto a levantar una jerarquía dominante que acapara gran parte de la vida de
la iglesia del Señor. Su protagonismo llega a unos niveles realmente
preocupantes. Se levantan sedes ministeriales a la mayor gloria del hombre,
centrados en el súper-ego de una persona que suele ser narcisista, ególatra,
admirado y reverenciado (de aquí viene el título reverendo) por las multitudes,
y que suele asomar su verdadera faz cuando se le contradice, no se le apoya
incondicionalmente y la sumisión a su liderazgo no es lo suficientemente
llamativa.
Este concepto de lo que es un ministerio se ha convertido en
una gran idolatría de nuestro tiempo. Hay púlpitos donde el predicador se pasea
como un verdadero pavo real, luce su plumaje, lo extiende, impresiona, reclama
la atención sobre si mismo y se convierte en el epicentro de la comedia que se
está proyectando. Cuando sale del escenario, una vez terminada su función, se
aleja, solo se junta con los de su misma categoría. Vive en una especie de urna
al estilo de Michael Jackson para que el oxigeno que respiran los demás
mortales no contamine su plumaje y lo deteriore. Algunos casos son realmente
esperpénticos.
¿Dónde está en toda esta parafernalia el espíritu de Jesús?
O dicho de otra forma, ¿Qué compañerismo tiene esta egolatría con aquel que se
despojó de su majestad y se hizo siervo para ser nuestro substituto en la cruz
del Calvario?
Muchos de los llamados ministerios se han convertido en
señores, o tal vez, señorítos; han olvidado su antigua condición de miseria y
quieren usar el lugar de predominio para ejercer de nuevos ricos. Este pecado
está llevando a multitudes de creyentes sencillos y sinceros a depender de este
tipo de liderazgo que solo los mantiene en un estado de niñez y dependencia, contrario
al propósito de Dios.
El apóstol Pablo sufrió dos veces dolores de parto para que
Cristo fuera formado en los gálatas (Gá, 4:19). Su meta era que alcanzaran
todas las riquezas de pleno entendimiento que están en Cristo, a fin de conocer
el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quién están escondidos todos los
tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col.2:1-3).
Ese es el verdadero propósito de los dones ministeriales
dados a la iglesia de Dios, la congregación y familia de Dios: Liberar y transmitir
los misterios del Reino de Dios para que ya no seamos niños fluctuantes,
llevados por todo viento de doctrina, sino que sigamos la verdad en amor. Para
que no vivamos una vida espiritual en dependencia de ayos/pedagogos, sino que
crezcamos hacia la cabeza, esto es Cristo.
Los profetas Jeremías y Ezequiel denunciaron el abuso de los
pastores de Israel, un abuso que tenía como máxima apacentarse a si mismos,
buscar el provecho propio y curar la herida del pueblo con ensoñaciones de su
propio corazón. “Profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a
mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé;
y ningún provecho hicieron a este pueblo…” (Jeremías, 23:32).
Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel;
profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los
pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores
a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada
degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. (Ezequiel, 34:2)
Además tratan con dureza a la grey de Dios, confunden la
autoridad con la violencia verbal, que viene a ser un instrumento para
enseñorearse y que paraliza en el temor a la congregación. De esta forma muchos
quedan heridos, errantes y dispersos, son presa de espíritus de amargura y
decepción; estos pastores tienen como prioridad la edificación de “su reino”,
no tienen interés en buscar o preguntar por la salud de las ovejas. Las
abandonan sin más cuando salen de su círculo de influencia. Dejan de existir,
aunque muchos de ellos hayan dado años de su vida en pro del liderazgo y
ministerio que ahora los ignora como difuntos.
No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no
vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni
buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con
violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las
fieras del campo, y se han dispersado. Anduvieron perdidas mis ovejas por todos
los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron
esparcidas mis ovejas, y no hubo quien lasbuscase, ni quien preguntase por
ellas. (Ezequiel, 34:4-6)
Las que quedan en el redil son alimentadas con sueños
grandilocuentes, fantasías y alardes de fe que suele ser pura presunción para
impresionar a los ciegos por falta de luz. La palabra de Dios es la lámpara que
alumbra, pero ésta se predica para apoyar y dar cobertura a los proyectos del
líder.
Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando
mentira en mi nombre, diciendo: Soñé, soñé. ¿Hasta cuándo estará esto en el
corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de
su corazón? ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus
sueños que cada uno cuenta a su compañero, al modo que sus padres se olvidaron
de mi nombre por Baal? El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y
aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver
la paja con el trigo? dice Jehová. ¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y
como martillo que quebranta la piedra? Por tanto, he aquí que yo estoy contra
los profetas, dice Jehová, que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano.
Dice Jehová: He aquí que yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas
y dicen: El ha dicho. He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan
sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y
con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a
este pueblo, dice Jehová (Jeremías, 23:25-32).
La predicación de la palabra de Dios con el Espíritu de Dios
trae luz y revelación sobre Cristo, sobre los misterios que están escondidos en
la plenitud del Mesías. Pone roca bajo nuestros pies. Es trigo que alimenta y
da vida. Edifica el hombre interior y le lleva al crecimiento en madurez para
llevar fruto que honre a Dios. Es la palabra implantada que salva nuestras
almas, que engendra la vida de Dios y libera la verdad que nos hace libres.
En el pasaje de Jeremías citado anteriormente la paja se
relaciona con los sueños y el trigo con la palabra verdadera de Dios. Hoy están
de moda los sueños, soñar a lo grande, imaginar grandes proyectos, construir edificios
ministeriales, y para ello se necesita un pueblo sumiso que los apoya, que da
su vida, su tiempo y dinero para realizar el gran sueño del líder. El que no lo
hace se opone a la voluntad de Dios, atrae sobre si la ira de Dios y los
juicios apocalípticos. La presión y coacción se ejerce desde muchos púlpitos
con la compraventa de las bendiciones de Dios. Todo está dirigido a ser
bendecido si colaboras con el ministerio, si lo apoyas con generosidad;
entonces puedes esperar lo mejor de Dios, la multiplicación de tu economía y el
bienestar de tu familia.
He conocido a una familia, muy querida por nosotros, que por
la enseñanza desequilibrada de la siembra y la cosecha llegaron a la conclusión
que si daban 100.000 pesetas para la obra de Dios conseguirían cien veces más,
por lo tanto, 10 millones de pesetas que necesitaban para construir la nueva
casa. El resultado no fue el esperado y la decepción el abandono de la fe.
La Biblia nos enseña el principio de sembrar generosamente
para recibir abundantemente, pero cuando forzamos estos principios con un
espíritu comercial y de consumo abandonamos el espíritu de la palabra para
adentrarnos en el espíritu de este mundo. A menudo es fácil confundirlos y
mezclarlos. El apóstol Pablo nos dice que no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos
ha concedido (1 Co.2:12). No podemos pretender manipular los principios del
Reino de Dios sin vivir y actuar por el mismo Espíritu.
Tenemos un énfasis desmedido en la necesidad de hacer cosas
para ser bendecidos por Dios. Si das el diezmo, Dios te bendecirá. Si asistes a
todos los cultos, Dios te bendecirá. Si guardas el día de reposo, Dios te
bendecirá. Si apoyas este ministerio, Dios te bendecirá. Si te sometes al
pastor, Dios te bendecirá. Si eres bueno y no das problemas en la iglesia, Dios
te bendecirá. Y yo me pregunto ¿No estamos completos en Cristo? ¿No nos ha
bendecido Dios con toda bendición espiritual en los lugares celestiales con
Cristo? ¿No nos ha redimido Jesús de la maldición de la ley, para que la
bendición de Abraham nos alcanzase y que recibiésemos la promesa del Espíritu?
Entonces ¿por qué la necesidad de este evangelio de obras
para alcanzar el beneplácito de Dios?
Las obras siguen a la fe, la fe obra por el amor, el amor
cubre multitud de faltas, pero el énfasis sigue siendo “haz esto y vivirás”. Se
quiere producir el buen testimonio en el creyente desde la imposición legalista
y no desde levantar a Cristo para que sea él mismo quién atraiga a todos a si
mismo (Juan, 12:32). La misión de un predicador, pastor o ministerio es
proclamar a Cristo, traer la revelación del misterio que hay en Jesús, sacar a
luz las inescrutables riquezas de Cristo, dar el pan de vida, alimentar la
grey, echar luz sobre el engaño, la mentira y el pecado para que se produzca la
obra de arrepentimiento, pero no desde el monte Sinaí, la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas; sino desde el Espíritu que convencerá de
pecado, de justicia y de juicio. Esta obra es de Dios y no de la fuerza de
voluntad, del énfasis legalista o la bronca del predicador.
La obra de Dios en los corazones produce de si misma el
fruto de Dios. La semilla crece en lo hondo de la tierra sin que el sembrador
sepa realmente como. La semilla se siembra y Dios le da el crecimiento. Si la
semilla es buena y la tierra adecuada el fruto se verá, primero hierba, luego
espiga, después grano en la espiga; y cuando el fruto está maduro en seguida se
mete la hoz porque la siega ha llegado (Marcos, 4:26-29). En este proceso no
hay manipulación de los sentimientos religiosos, no hay imperativos legales, lo
que hay es la fuerza de la vida misma que se abre camino desde la muerte a la
resurrección; una transformación sobrenatural que no depende de la habilidad de
un líder de masas, sino del Autor de la vida misma. Pablo lo dijo así: “Yo
sembré, Apolos regó, pero el crecimiento lo da Dios”.
Cuando el corazón está activado con la vida de Dios
producirá el fruto de Dios, hará las obras de Dios, que han sido preparadas de
antemano para que ande por ellas; el Espíritu Santo mostrará cuándo hay que
sembrar abundantemente, invertir en una obra y cuándo debe abstenerse de ello.
Hay muchas buenas obras que se pueden hacer, muchos lugares donde se puede
invertir económicamente, pero necesitamos la libertad del Espíritu de Dios para
hacerlo sin la coacción y manipulación del sistema religioso. Cuando esto es
así lo hacemos en fe, con convicción y no guiados por el temor. Hay libertad y
gozo al hacerlo. No es un mérito para alcanzar las bendiciones de Dios, sino el
resultado de un espíritu sano y vivificado.
En los llamados ministerios de radio y televisión hay
siempre una urgencia en el pedir que pareciera que los soportes del Universo se
caerán sino apoyamos esa labor. Son una vergüenza algunos de los métodos que se
llegan a usar para conseguir fondos a cualquier precio. Uno de los precios más
elevados a pagar es el descrédito del evangelio, la mala fama de sus ministros
y relacionar la iglesia con un lugar donde te van a saquear. Haríamos bien en
recordar la triste página de la Historia donde se predicaban las indulgencias
para alcanzar un trocito de cielo y conseguir los fondos necesarios para
construir catedrales. ¡Si levantara la cabeza Lutero qué diría
de algunos de estos métodos para conseguir fondos hoy!
Lo que llamamos cobertura pastoral
Decimos que el ministerio se ha convertido, en muchos casos,
básicamente en una institución dentro de la institución de la iglesia. Los
pastores suelen usar términos como: “mi iglesia”, “mi ministerio”; se suele
utilizar también la expresión “la iglesia del pastor…” para referirnos a una
iglesia local donde el pastor es la figura central y los miembros están bajo su
cobertura espiritual. Instintivamente se eleva al líder de la congregación a
una posición de supremacía y dependencia, a quién hay que estar sujetos y
obedientes para permanecer bajo los parámetros de su protección, de esta forma
nos parece estar seguros y confiados.
Este concepto de estar bajo la cobertura de un pastor es
ajeno a la realidad del cuerpo de Cristo. La Biblia dice que debemos someternos
los unos a otros en amor, que cada miembro del cuerpo ocupa una función dada
por Dios y que ninguna de esas funciones es más relevante que otra, aunque
difieren en su manifestación. Entonces ¿por qué parece como si los pastores
formaran parte de otro cuerpo, o fueran miembros especiales de los que depende
el resto del edificio? ¿Por qué los miembros “inferiores” de la congregación
necesitan la cobertura del pastor y éste no precisa del sometimiento a las
demás funciones del cuerpo? Parecería que los líderes son una elite aparte,
viven en otro nivel, alejados de la necesidad y la función reconocida del resto
de los miembros del cuerpo. Por este camino hemos llegado a la doctrina de los
nicolaítas (Apc.2:6,15), aquellos que se elevan por encima de los demás para
dominar al pueblo, y cuyo representante mas conocido es Diótrefes, que aparece
en la tercera carta de Juan.
Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta
tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere,
recordaré las obras que hace parloteando con palabrasmalignas contra nosotros;
y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren
recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia.
Claro que necesitamos someternos a los dones ministeriales y
reconocer sus funciones en el cuerpo de Cristo, pero de la misma forma, esos
dones necesitan someterse a las demás funciones, porque forman parte del mismo
cuerpo y todos viven bajo la cobertura de la cabeza que es Cristo.
Hemos dividido el cuerpo de Cristo en categorías, castas, y
en algunos casos en títulos hereditarios. En tiempos pasados se practicó la
simonía (la compra de cargos eclesiásticos). En cualquiera de los casos se
trata de hacer de las funciones ministeriales una plataforma de poder y dominio
para enseñorearse “bíblicamente” del resto de la grey.
Jesús dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se
enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas
entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre
vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros
será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino
para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo, 20:25-28).
No estoy diciendo que en la congregación de Dios cada uno va
por libre, que no se respete al pastor y que cada cual hace lo que le viene en
gana. Estoy diciendo que los dones ministeriales son funciones en el cuerpo de
Cristo que necesitan ser reconocidas y aceptadas en su totalidad, no solo las
de pastor, profeta, evangelista; sino también los que enseñan, los que practican
la hospitalidad, los que hacen misericordia, el que exhorta, los que profetizan
y hablan en lenguas con interpretación, etc. etc. En la práctica parece como si
solo hubiera un ministerio (servicio), el pastor, y los demás fueran los
soportes de apoyo sometidos y bajo la cobertura del líder.
Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos
miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros,
siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los
otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es
dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; si de servicio,
en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación;
el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace
misericordia, con alegría (Romanos, 12:4-8)
Por tanto, la cobertura no es la del pastor sino la del
cuerpo. Somos miembros los unos de los unos, nos necesitamos los unos a los
otros, nos cuidamos los unos a los otros, nos alegramos los unos con los otros
y nos dolemos los unos por los otros. Y todo el cuerpo recibe su fortaleza, son
ministrados desde la cabeza, que es Cristo, con las diferentes funciones que el
mismo Señor ha repartido como él quiso, para que el cuerpo reciba su
crecimiento en amor y sea luz del mundo y sal de la tierra.
Aquí no hay jerarquías, sino la multiforme gracia de Dios
que ha repartido sus dones al cuerpo. Unos han recibido una función, algunos
diez talentos, otros cinco talentos y algunos un talento. Todos hemos recibido
al menos un don para ministrarlo al cuerpo y desde el cuerpo. (1 Pedro, 4:10)
Cuando el énfasis se pone en los dones de liderazgo
normalmente el resto de dones se paralizan o quedan minimizados ante el poderío
desplegado. Los miembros más débiles del cuerpo se sienten inútiles y
acomplejados en comparación a la prepotencia del que los dirige y quedan
estancados, sin acción, solo como espectadores de un gran “avivamiento”. Este
modelo ha inmovilizado la acción del cuerpo y provoca su ineficacia, a la vez
que hace recaer un peso enorme sobre el pastor de la congregación, que debe
realizar (a menudo provocado por él mismo, por su desmesurado protagonismo y
centralismo) una tarea ingente para suplir la inactividad del pueblo al que
sirve.
Un pastor no es un mediador al estilo de la virgen Maria. No
debe adquirir la obsesión de tener que orar con imposición de manos una y otra
vez por todos los miembros de la congregación. No debe practicar la dependencia
de su liderazgo, sino que los miembros crezcan, maduren y entren al lugar
santísimo. Todo lo que predica un pastor no es palabra de Dios ex-cátedra
(osea, palabra inspirada adoptada como doctrina definitiva), su predicación
debe ser juzgada, probada por las Escrituras y los demás profetas (hermanos
maduros si lo prefieres). Los oyentes deben examinarlo todo y retener lo bueno.
Claro, hay grados de madurez, no todos tenemos el mismo conocimiento y no todos
hemos llegado al mismo nivel espiritual; hay un tiempo para ser niños guiados
amorosamente por los padres espirituales, y habrá tiempos de incomprensión al
enfoque pastoral porque se da el caso a menudo de que el líder conoce antes el
camino por donde hay que andar, para ello han recibido una dimensión mayor de
revelación, pero eso no excluye el examen y la meditación sincera de lo que se
predica.
El apóstol Pablo llegó a Berea, predicó la palabra de Dios,
trajo la revelación que Dios le había dado sobre el Mesías y el evangelio, pero
esto no fue un impedimento para que los hermanos contrastaran las palabras de
Pablo con las Escrituras. El texto bíblico dice que esto fue una actitud de
nobleza y no de crítica o desconfianza al mensaje del apóstol.
Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pablo y a
Silas hasta Berea. Y ellos, habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los
judíos. Y estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues
recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras
para ver si estas cosas eran así. Así que creyeron muchos de ellos, y mujeres
griegas de distinción, y no pocos hombres (Hechos, 17:10-12)
Por supuesto que podemos caer también en la crítica y
resistencia a la verdad con una actitud de sospecha continua a la predicación,
pero estos defectos no excluyen el examen que debe pasar toda predicación.
Pablo dijo a Timoteo “persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste,
sabiendo de quién has aprendido…” Para ser persuadidos, convencidos, debemos
examinar cuidadosamente lo que oímos y una vez que estamos persuadidos de la
verdad, asimilarla y hacerla nuestra. Este proceso nos dará firmeza frente a
los ataques de duda que vendrán de quienes no creen. El Espíritu de Dios nos ha
sido dado para guiarnos a toda verdad.
Algunos textos y consideraciones para meditar
No podemos en un escrito como este hacer un análisis
exhaustivo y en profundidad de estas Escrituras, por lo que mencionaré
solamente aquello que me parece más relevante para nuestro estudio.
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada
uno en particular. Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles,
luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los
que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas.
¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Hacen todos
milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan
todos? Procurad, pues, los dones mejores. Más yo os muestro un camino aun más
excelente (1 Corintios, 12)
Somos un cuerpo con diferentes miembros y es Dios quién da
las funciones específicas que cada miembro en particular realizará. Una
observación sobre “los que hacen milagros”: el sentido mas acertado es
“milagros”, “obras de poder” (Biblia de las Américas), puesto que no está en la
voluntad caprichosa del individuo, sino en la manifestación apropiada del
Espíritu. Y “los que sanan” se traduce en la Biblia de las Américas por “dones
de sanidad” o “sanidades” con el mismo sentido mencionado antes.
El que descendió, es el mismo que también subió por encima
de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos,
apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros,pastores y
maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para
la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de
la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de
la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes,
llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres
que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que
siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto
es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas
las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada
miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Efesios, 4)
El Señor de la iglesia, Jesús, es quién constituye los dones
ministeriales a fin de edificarla y perfeccionarla, con la intención de que los
santos puedan realizar su ministerio, es decir, el servicio adecuado que
edifica el cuerpo de Cristo. El propósito es que todos lleguemos a la unidad de
la fe y del conocimiento del Hijo de Dios y alcancemos la plenitud que hay en
Cristo; todos quiere decir los cinco ministerios citados y el conjunto del
resto del cuerpo, por tanto, todos los ministerios o servicios forman parte del
mismo cuerpo y tienen diferente función.
Los dones ministeriales que aparecen en este texto son dados
para sacar de la niñez a los creyentes, y llevarlos a un crecimiento en Cristo
para no ser engañados y zarandeados por falsas doctrinas.
La actividad propia de cada miembro hace que todo el cuerpo
(líderes y los demás miembros) sea edificado y reciba su crecimiento del mismo
Cristo, que es la cabeza. Por tanto, nuestra dependencia definitiva es de
Cristo, la liberación de nuestros dones de servicio (ministerios), operados por
la acción de los dones ministeriales, son también una consecuencia de nuestra
unión
con Cristo. Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y
maestros son regalos dados al cuerpo por el mismo Señor.
Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea.
Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer…(1
Timoteo, 3)
El término obispo significa supervisor (Biblia de las
Américas) y no tiene que ver con un título rimbombante, sino con una función de
cuidar la grey de Dios, por ello han de ser personas maduras y de buen
testimonio. En Hechos 20:28 dice el apóstol Pablo: “Por tanto, mirad por
vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por
obispos (supervisores), para apacentar la iglesia del Señor, la cual el ganó
(compró, adquirió) por su propia sangre”. Queda claro que el dueño de la
iglesia es el Señor y no otros señores. Jesús fue quién murió y nos compró para
ser propiedad suya y no de algún sistema religioso.
Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de
Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe…
Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por
vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría,
y no quejándose, porque esto no os es provechoso (Hebreos, 13:7,17)
Aquí la Biblia de las Américas traduce el término pastores
por guías, nota que habla en pasado, no son en primer lugar los pastores en
activo en las iglesias locales, sino aquellos que nos han dejado el testimonio
de su fe y conducta para imitarlos. Recuerda que en el capítulo de esta carta
de Hebreos, aparece una lista inmensa de muchos de esos guías que nos han
precedido en la fe, y que son llamados una gran nube de testigos en el
capítulo. La idea básica es siempre mostrar dirección a través del ejemplo que
nos dan.
Como quiera que estos dos pasajes son una buena parte de la
plataforma sobre la que ciertos líderes quieren construir “la legalidad” de su
dominio sobre la congregación que presiden, nos vamos a detener en la
etimología de dos palabras que aparecen en el versículo, las palabras
“obedecer” y “sujetaos”. Para ello acudo al comentario de Michael Clark y
George Davis en su libro “La gran conspiración eclesiástica”.
La palabra “Obedecer” en castellano / “Peitho” en griego,
está en voz pasiva y solo significa ser persuadido. “Peitho: Persuadir, inducir
a creer por medio de palabras. Hacer amigos o ganar el favor de alguien, ganar
la voluntad de alguien, o tratar de conseguirla. Luchar por agradar a alguien.
Tranquilizar. Persuadir a alguien a hacer algo. Persuadir. Dejarse persuadir;
inducir a creer: tener fe en algo. Creer” (Thayer y Smith, “Greek Lexion”)
“Peitho: Persuadir, ganar, en las voces pasiva y media, ser persuadido,
escuchar a alguien… (Hecho 5:40, voz pasiva,“estuvieron de acuerdo”). La
obediencia sugerida no por sometimiento a la autoridad, sino resultado de la
persuasión.” (W.E. Vine Expository Dictionary of New Testament Words).
La palabra someter es la palabra griega hupeiko. Simplemente
significa ceder. Hupeiko de ninguna manera implica clase alguna de fuerza
externa aplicada sobre la persona que cede. Es el acto voluntario de la persona
que cede hacia los que se preocupan verdaderamente por él en amor. En el cuerpo
de Cristo no pueden demandar que alguien se someta a tu autoridad. Si lo haces
estas probando que realmente no tienes ninguna autoridad. No es apto para
dirigir el que no es capaz de guiar. La siguiente traducción es la que más se
acerca a capturar el significado verdadero de Hebreos 13:17: “Estad persuadidos
por vuestros líderes, y tened respeto por ellos porque ellos vigilan por causa
de vuestras almas, como teniendo que rendir cuentas, para que al hacerlo, lo
hagan con gozo y no con quejas, porque esto no os es provechoso.” (Hebreos
13:17—Concordant Literal New Testament).
Como puedes comprobar, no hay nada en este versículo que
pudiera implicar una ordenación jerárquica. Los pastores que hacen un buen
trabajo, según el propósito que Dios les ha dado, merecen nuestro respeto,
reconocimiento, ser persuadidos por ellos y ceder a su influencia porque
realizan una labor desde el cuerpo y para el cuerpo; desde la cabeza, Cristo, y
para la edificación de los que han sido puestos a su cuidado.
“Os rogamos, hermanos, que reconozcáis (estiméis) a los que
trabajan entre vosotros, y os presiden (dirigen) en el Señor, y os amonestan
(instruyen); y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra” (1
Tesalonicenses, 5:12).
Las palabras entre paréntesis son de la Biblia de las
Américas. Observa que el apóstol Pablo lo pide como un ruego, no es una
imposición de sometimiento obligada, sino una necesidad de amor por estos
amados que realizan un servicio ejemplar al cuerpo de Cristo.
Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano
también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también
participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está
entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por
ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los
que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca
el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de
gloria. Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos
unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da
gracia a los humildes (1 Pedro, 5)
Aquí tenemos el sentir que debe haber en aquellos que ejercen
una labor ministerial: La grey es de Dios, por tanto hay que cuidarla no por
fuerza, sino voluntariamente, es una decisión libre al responder al llamamiento
del Señor. La motivación económica no es la clave del servicio, sino el ánimo
dispuesto para servir. No ejerciendo señorío y dominio sobre el pueblo, sino
mostrando el ejemplo a imitar.
Mi experiencia personal
Desde mi conversión a Cristo en el año 1980 tuve la
convicción firme de servir a Dios a tiempo completo. Para mi ese era el único
modo posible de concebir la vida cristiana. Lo he hecho intensamente durante
doce años, sirviendo en la evangelización, la enseñanza y el pastorado. Pues
bien, después de ese tiempo el Señor me habló de salir, su palabra para mí fue:
Salida. Pasé dos años de meditación y oración en los que la voz de Dios se hizo
cada vez más fuerte y llegó el tiempo de remover, una vez mas, los pilares que
habían constituido nuestra vida familiar y ministerial.
No fue fácil asimilar esta palabra con todo lo que ello
significaba. Lo que había sido el verdadero sentido de mi vida, ahora el Señor
quería que lo llevara a la cruz para crucificarlo. Fue un duro trabajo para mi,
di coces contra el aguijón muchas veces, el ídolo ministerial tenía atrapada mi
alma, imaginé opciones y oré por puertas abiertas en otro lugar, hasta que tuve
que rendirme y dejar que la muerte actuara en lo que mas quería, y era el
verdadero sentido de mi vida, esperando la resurrección. El vacío de la muerte
actuó con toda su fuerza y supe algo de la identidad con Cristo en su muerte,
que ahora era la mía.
No era una renuncia al llamamiento de Dios, era la salida de
Babilonia y su sistema eclesiástico, era el inconformismo ante la permisividad
y la manipulación, era un decir basta al juego religioso y para ello el Señor
solo me dejó una opción: la salida. Atrás quedaba toda una concepción de la
vida cristiana con sus implicaciones, y por delante un camino de fe y
obediencia tan incierto como descansado, sabiendo que Dios había dicho: “Te
haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis
ojos” (Salmo, 32:8).
Sería muy largo contar todos los detalles de este proceso
“incomprensible” para tantos cristianos, (lo he explicado mas ampliamente en
los artículos “Otra vez abriré caminos I y II, que puedes encontrar en esta
misma Web), pero diré que han pasado mas de diez años de ello y el Señor me ha
enseñado cosas aún mas profundas de la mezcla que se vive en el ministerio
pastoral y el sistema que llamamos iglesia. Gran parte del ministerio de
liderazgo está contaminado con el espíritu babilónico, ese espíritu que llevó a
Nimrod a elevarse por encima de los demás para llegar a ser el primer poderoso
en la tierra y construir su reino en Babel y en muchas otras ciudades. Fue un
gran edificador de ciudades a la mayor gloria de su nombre, en oposición al
gobierno de Dios sobre su creación. En él tenemos el origen de todos los
totalitarismos, tan devastadores en el siglo XX, y que están imitando muchos de
los líderes religiosos hoy en día. Este modelo de dominar a la grey de Dios,
impedir el gobierno de Dios sobre los corazones y ocupar su lugar es una
blasfemia y una apostasía propia de los últimos tiempos (1 Tim.4:1-5 y 2
Tim.3:1-9).
La superstición propia de Babilonia
Hablar de Babilonia es hablar de falsas doctrinas, de mezcla
religiosa, de adivinación, de hechicería, de consultar las estrellas, los
horóscopos, y por supuesto es superstición.
Tengo que denunciar, con gran dolor de mi corazón, el uso y
abuso de la superstición, innata en el ser humano, que aprovechan muchos
líderes de nuestras iglesias locales para someter al pueblo en temor y a la
tiranía “bíblica”.
Se ha convertido en un arma letal en muchos púlpitos la
manipulación bíblica con fines partidistas. Cuando un pastor quiere que la
congregación se le someta incondicionalmente y sin rechistar, cuando quiere
acabar con la crítica justa a sus planteamientos autoritarios y dictatoriales,
se dedica a amenazar supersticiosamente a los que le escuchan. Saca los
ejemplos clásicos de Maria y Aarón cuando se rebelaron contra Moisés y Maria se
quedó leprosa; mencionan el caso de Ananias y Safíra que murieron por oponerse
al apóstol Pedro, y lanzan una serie de posibles desgracias que vendrán sobre
aquellos que se oponen al “siervo” de Dios. Manipulan los sentimientos de
seguridad que todo ser humano busca en su vida, para recordarles que si no das
el diezmo la ruina económica vendrá a tu casa, te quedarás sin trabajo; que si
no vienes al culto esa tarde puedes tener un accidente de tráfico y quedar
paralítico; que aquel otro hermano por abandonar la cobertura del pastor y
marcharse a otra iglesia le ha venido
una enfermedad y sus hijos se han ido al mundo. Interpretan
caprichosamente los acontecimientos de la vida en clave de fidelidad o no a su liderazgo.
En esas mismas iglesias puede haber desgracias personales que se interpretarán
como “el trato de Dios”, no como un juicio; pero en aquellos que se han
atrevido a oponerse con temor y temblor a los abusos de la clase dirigente, a
éstos cualquier cosa desagradable que ocurra en sus vidas se interpretará como
una señal inequívoca del castigo de Dios.
El pueblo sencillo que ama a Dios y piensa que su líder, su
pastor, es Dios mismo hablando, quedará atrapado en un espíritu de temor que
paralizará cualquier examen de la conducta de éstos, y justificará cualquier
salida de tono o deformación de la verdad con benevolencia. De ella se
aprovecharán los líderes al estilo babilónico de Nimrod para afincarse en el
trono y extender sus dominios. Un coro de aduladores le mantendrán en la
autocomplacencia que agravará el camino del error y expulsará a cualquier
disidente que le recuerde su fragilidad. ¡No hay nada nuevo debajo del sol!
Este aprovechamiento de la superstición, innata en el alma
humana, es una inmoralidad intolerable en quienes pretenden ser modelos de
moralidad y que merece nuestra reprobación. Ese espíritu no es el Espíritu de
Cristo, por lo cual no debemos someternos a él y mantener nuestra libertad de
conciencia sin las ataduras de un evangelio de obras, de temor y coacción para
oprimir, manipular y dominar como a autómatas la grey de Dios.
El apóstol Pablo escribió la carta a los gálatas
precisamente para ello, para que la libertad del evangelio permaneciera entre
los amados de Dios. Y cuando vio que esa libertad estaba amenazada levantó su
voz con gran autoridad para oponerse a semejante esclavitud.
Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con
Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y
para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían
cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles. Mas ni aun Tito,
que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse; y esto
a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para
espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a
esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la
verdad del evangelio permaneciese con vosotros (Gálatas, 2:1-5).
No me cabe la menor duda que hay amados hermanos que sirven
a la congregación local con verdadera humildad, y que en muchos casos han sido
tratados con desprecio por los propios miembros de la congregación, pero ahora
lo que está de moda es enseñorearse, sacudirse el tiempo de aflicción y golpear
para no ser golpeados, meter codos y poner zancadillas para que otros no me
pisen. El virus narcisista está muy extendido y son muchos los que anhelan el
pastorado y los llamados ministerios para ocupar un lugar de preferencia y
favoritismo. Para otros se ha convertido en un modo de vida, en una profesión
que nada tiene que ver con el llamamiento de Dios, sino más bien con una justificación
de la pereza.
Resumiendo
El ministerio se ha convertido, en buena medida, en un
título, una categoría especial dentro del cuerpo de Cristo. El ministerio no es
un título, es una función. El vocablo ministerio se traduce en el Nuevo
Testamento de diversas palabras griegas: Doulos, que significa esclavo y
Diakonos, que significa siervo.
Hasta estos términos se han deformado y contaminado de tal
forma, que tenemos hoy una terminología que expresa lo contrario de su
concepción original. Hablamos “del siervo” refiriéndonos al líder, al pastor,
al que domina el protagonismo del culto y se convierte en el centro y eje sobre
el cual gira todo. El concepto siervo se ha convertido en un título, una
categoría que está por encima de los demás miembros de la congregación.
Lo mismo podemos decir de los títulos pastor, reverendo,
obispo, apóstol, profeta, evangelista, anciano, diácono. Hay toda una jerarquía
con sus diversas elevaciones de autoridad y poder. Luego tenemos un reclamo
cansino al reconocimiento de esas categorías y el sometimiento a sus
voluntades. He visto algunos ejemplos “curiosos”, por no decir otra cosa, para
conseguir la afinidad con el líder. En una ocasión a un pastor se le ocurrió
poner la chaqueta en el suelo y pedir a toda la congregación que estuviera con
él que pasara por delante de su persona y pisara la chaqueta.
Esa era la señal de unirse a lo que supuestamente Dios
estaba haciendo e iba a hacer en ese lugar.
Otros son más “humildes” y menos sensacionalistas y optan
por pedir el levantamiento de manos para confirmar el sometimiento a su
liderazgo, porque sin esa unidad esencial no habrá ningún avivamiento. Resulta
que el avivamiento depende de levantar o no las manos en un momento dado. ¡A
que simplezas hemos reducido la obra de Dios! En cualquier caso se trata de
conseguir el voto de obediencia y la sumisión borreguil a un liderazgo tipo
Nimrod. Se trata de elevarse, promoverse a si mismo, levitar. Está escrito que
el que se enaltece será humillado y Santiago nos dice que debemos someternos a
Dios, resistir al diablo y huirá de vosotros. El apóstol Pedro dejó escrito:
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que el os exalte cuando
fuere tiempo”. Manipular los tiempos para lograr una rápida exaltación es darle
entrada a un espíritu de engaño que conducirá al error y mucha perdida.
¡Que tiene que ver todo esto con guardar la unidad del
Espíritu en el vínculo de la paz! La unidad no se consigue ni se busca con
esfuerzos carnales, la unidad es una dimensión espiritual donde Dios reina. Hay
que guardarla, no producirla. Reclamar el sometimiento y el reconocimiento te
desautoriza como modelo a seguir. Las obras de cada uno se hacen evidentes, y
por sus frutos se conoce el árbol; por tanto, no hace falta forzar lo que uno
es, si lo sabes, si sabes quién eres, no tienes la necesidad vital de que otros
te lo tengan que repetir una y otra vez. Hay certeza y seguridad en tu
espíritu, y esa fortaleza se hace manifiesta en la acción que llevas a cabo, la
fe por la cual vives. El salmista dijo: “Tu pueblo se te ofrecerá
voluntariamente en el día de tu poder” (Salmos, 110:3). “El Dios que venga mis
agravios, y somete pueblos debajo de mí; el que me libra de mis enemigos, y aún
me eleva sobre los que se levantan contra mí; me libraste de varón violento”
(Salmos, 18:47-48).
Recordemos la canción de Débora con Barac: “Por haberse
puesto al frente los caudillos en Israel, por haberse ofrecido voluntariamente
el pueblo, Load al Señor” (Jueces, 5:2).
Somos un cuerpo con diferentes funciones, la obra es de
Dios.
Una cosa más antes de terminar. Me ha llamado la atención
que las cartas que aparecen en el Nuevo Testamento no tienen como destino a los
líderes de las iglesias, para ser los intermediarios ante el pueblo, sino que
van dirigidas al cuerpo de creyentes, a la congregación que está en una ciudad
en concreto. Pablo repite esta expresión: “A la iglesia de Dios que está en
Corinto… A todos los que estáis en Roma, amados de Dios… a las iglesias de
Galacia… a los santos y fieles en Cristo que están en Efeso. Hay cartas
dirigidas a personas como Timoteo, Tito o Filemón con consejos de cómo hacer
las cosas, pero nunca se transmite la idea de intermediación y jerarquía.
Pablo se proclamaba apóstol de Jesucristo, enviado de Dios,
y no tiene reparo en decir que los creyentes sean imitadores de él, así como él
lo es de Cristo. Sin embargo, antes de ser tan rápidos en autoproclamarnos
apóstoles, profetas, o cualquier otro título ministerial, pasemos por la lista
que el mismo apóstol Pablo hace de lo que significó para él esa realidad
ministerial.
No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que
nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como
ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en
angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en
ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu
Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de
justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por mala fama y por
buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien
conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no
muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas
enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo (2
Corintios, 6)
Puesto que muchos se glorían según la carne, también yo me
gloriaré; 19porque de buena gana toleráis a los necios, siendo vosotros
cuerdos. Pues toleráis si alguno os esclaviza, si alguno osdevora, si alguno
toma lo vuestro, si alguno se enaltece, si alguno os da de bofetadas. Para
vergüenza mía lo digo, para eso fuimos demasiado débiles.
Pero en lo que otro tenga osadía (hablo con locura), también
yo tengo osadía. ¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son
descendientes de Abraham? También yo. ¿Sonministros de Cristo? (Como si
estuviera loco hablo.) Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número;
en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces
he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas;
una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he
estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos,
peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles,
peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros
entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y
sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que
sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién
enferma, y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno? (2
Corintios, 11)
El apóstol de los gentiles tuvo que lidiar con algunos
autoproclamados súper apóstoles, y no tuvo empacho en desenmascarar su
palabrería. Una vez más, no hay nada nuevo debajo del sol. Y si esto no fuera
suficiente pasemos un momento por el testimonio de la gran nube de testigos que
encontramos en Hebreos y sus experiencias en la vida de fe.
¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de
Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los
profetas; que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron
promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de
espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron
en fuga ejércitos extranjeros.
Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección;
mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor
resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto
prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a
filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de
cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno;
errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de
la tierra.
Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la
fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para
nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros. Por
tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de
testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con
paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la
cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo,
para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis
resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado… (Hebreos, 11 y 12).
En el año 1972 la periodista Oriana Fallaci entrevistó a la
primer ministro israelí, Golda Meir. Preguntada sobre su persona como símbolo
para Israel y su liderazgo, respondió: “No me afligen manías de grandeza, pero
tampoco me perturban complejos de inferioridad”. A menudo estos dos extremos se
dan en una misma persona a la que el poder le corrompe. Los complejos de
inferioridad pueden ser el detonante para las manías de grandeza. El apóstol
Pablo dijo: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está
entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener,
sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió
a cada uno” (Romanos, 12:3).
Ocupar lugares de autoridad y dominio puede deformar los
espíritus más nobles. El poder corrompe, se suele decir, el poder está invadido
por potestades de las tinieblas de muy difícil sujeción para el ser humano.
Muchos comienzan bien en el ministerio y en algún punto de inflexión se tuercen
y se alejan de los propósitos originales de Dios con sus vidas. La Biblia nos
relata el fracaso y la caída de hombres de Dios, algunos se reincorporaron al
camino, pero otros siguieron en el error y el final fue de gran pérdida para él
y muchos otros.
Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para
que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como
algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y
se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron
en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos
le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de
ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les
acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a
quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme,
mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana;
pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir,
sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis
soportar (1 Corintios, 10).
La unción de Dios es la capacitación de Dios para realizar
la obra de Dios. Precisamente el concepto “la unción” se ha convertido en un
término muy de moda, se habla de la unción y los ungidos por todas partes, pero
ese será nuestro próximo capítulo de Conceptos Errados.
Vuestro en Cristo:
VIRGILIO ZABALLOS
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