domingo, 29 de julio de 2012

LAS PROFECÍAS Y LOS PROFETAS


Mario E. Fumero

            Es bueno diferencias el ministerio de profeta (atalaya) al ejercicio del don de profecía dado por el Espíritu Santo para la edificación de su iglesia. El propósito de este don en el quehacer de la Iglesia consiste en revelar lo oculto del corazón y edificar a los pecadores según enseña 1ª Corintio 14:24-25. Es bueno considerar que el mismo puede ser juzgado por los oyentes (14:29), sin embargo, la revelación esta sobre lo profetizado (14:30) pero entendamos por revelación no una visión personal, sino la Palabra escrita de Dios en el Canon Bíblico. Uno y otro están sujetos al juicio y orden bíblico, porque el Espíritu está sujeto al orden del cuerpo (verso 32) y opera no a capricho humano, sino como el mismo Él quiere en “particular” (1 Corintio 12:).

EL MINISTERIO DE PROFETA EN LA IGLESIA

            El Profeta como ministerio en la Palabra, es aquel que proclama, de forma profunda, el fundamento bíblico, manteniendo viva la doctrina de los apóstoles. Es un ministerio que socorre a los demás ministerios que bregan con la gente. Preserva, no solo el fundamento apostólico, sino la salud espiritual de la iglesia frente al pecado y a las falsas enseñanzas de los falsos apóstoles. Es una función más que una posición, y nada tienen que ver con el don de profecía que es para todos los creyentes que fueron llenos del Espíritu Santo. Tristemente se levantan profetas y profetizas por doquier contradiciéndose y atentando contra el consejo de la Palabra de Dios. Unos dicen una cosa, y otros dice otra, pero lo peor de todo es que dicen que Dios dijo, lo que no dijo: “Tomando en vano el nombre de Dios” (Éxodo 20:7) lo cual se considera dentro del judaísmo una blasfemia. Podemos poner muchos ejemplos, como el caso de una hermana de la Iglesia, que al tener problema con sus familiares, por razón de su fe, le aconsejamos que se separara de esos parientes, porque dice la Palabra que “¿andarán dos juntos si no estuvieran de acuerdo?” (Amos 3:3) “y a paz nos llamó el Señor y no a contienda”(1 Corintios 7:15,) sin embargo, una de esas profetas, que pululan por ahí, le dijo que:“el espíritu le había revelado que debía volver con su familia”, consejo este que atentaba contra el dado por los ancianos de la iglesia a través de la Palabra. Lo peor es que junto a la profecía o revelación, se le daba palabras de amenazas: “Si no hace lo dicho vendrá juicio” lo que agrava más las cosas, pues se apela a la intimidación.
            Supuestamente el ser profeta como ministerio significa apoyar en la enseñanza a los que gobiernan el cuerpo. Es aquél que conociendo las Escrituras y contemplando los peligros que amenazan la sana doctrina, se enfrenta a lo falso y engañoso para hacer prevalecer el “consejo de Dios” (Hechos 20:27). En vez de dar “profecías confusas”, juzga a la luz de las Escrituras lo que es, de lo que no es de Dios. Es un atalaya que preserva la doctrina.

LAS PROFECÍAS COMO DON DEL ESPÍRITU

            Cuando una persona es llena del Espíritu Santo adquiere, de forma latente, los nueve dones espirituales. Hay tres dones para hablar: lengua, interpretación y profecía (1 Corintios 12:8-10). Se puede hablar palabra profética en dos dimensiones:
1-    Ministerialmente, cuando lo hacemos basado en el conocimiento de la Palabra, mediante el conocimiento de las profecías paras enseñar la iglesia.
2-    Cuando hablamos mediante manifestación del dos de profecías para advertir, amonestar o edificar la iglesia en la asamblea de los santos.
            A la hora de traer un mensaje del Espíritu a la Iglesia, debemos seguir las reglas señaladas anteriormente en 1 Corintios capítulo 14. Estas reglas establecen que el mensaje de profecía <como don> envuelve una revelación especial y circunstancial, que no anula la Palabra Revelada y debe ser juzgada y analizada a la luz de la doctrina, por lo cual debemos “probar los espíritus” (1 Juan 4:1) y además dentro de los nueve dones, hay uno especial, que nos puede ayudar a saber si el mensaje profético recibido, es o no del Espíritu, o es de la carne o es del diablo, ese es el don de “discernimiento de espíritus” (1 Corintios 12:10). Según la doctrina pentecostal el don de profecía se usa en la iglesia “para edificación <especialmente de la fe>, exhortación <especialmente a seguir adelante en fidelidad y amor> y consolación <que da ánimo y reaviva la esperanza y la expectación> 1 Corintios 14:3. Mediante este don, el Espíritu ilumina el progreso del reino de Dios, revela los secretos del corazón de los seres humanos y pone a los pecadores bajo convicción (1 Corintios 14:24-25). Un buen ejemplo es Hechos 15:32[1]”. Tristemente a los que Dios usa con el don de profecía se les llama “profetas” pero no es correcto, porque los nueve dones operan en todos los creyentes según la necesidad de cada momento. No recibimos un bautismo en un determinado don, sino que recibimos el poder de una persona (El Espíritu Santo) que trae en sí nueve herramientas para darnos poder según la necesitad de cada momento y lugar.

[1] – “Teología sistemática” Stanley M, Horton. Edición ampliada, Editorial Vida, Miami, Fla, 1996, página 469.

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