Amada Iglesia: El APÓSTOL es uno de los cinco ministerios constituidos por nuestro Señor Jesucristo, para la edificación de su Iglesia y para perfeccionar a los santos, según está escrito en (Efesios 4 : 11-12). El apóstol es un ENVIADO (que ese es su significado etimológico en griego) de parte de la Iglesia con una misión (por eso es común llamarles “MISIONEROS”), generalmente a predicar el Evangelio, hacer discípulos y establecer iglesias en territorios nuevos o apartados, a semejanza de los doce apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, a quienes él envió primeramente.
Un apóstol o misionero, se reconoce por las señales mencionadas por el apóstol Pablo en (2 Corintios 11 y 12): trabajos, azotes, cárceles, peligros de muerte, apaleamientos, apedreamientos, naufragios, robado por ladrones, amenazas y peligros, acechanzas, vituperios, deshonras, fatigas, desvelos, hambre, ayunos, desnudez, preocupaciones, indignaciones y debilidades. Un apóstol no se alaba a sí mismo, sino que se gloría en el Señor, que es quien le concede hacer las obras y quien realmente las hace (2 Cor 10 : 12.17). Pablo deja un precedente para discernir el verdadero apóstol del falso (2 Cor 11:13). Hoy está de moda en algunos el auto-nombramiento del título o ministerio de “Apóstol”, dándole una connotación de importancia, superioridad o grandeza, por encima de los otros cuatro ministerios, como si fueran los pontífices de la Iglesia de hoy, con autoridad sobre los pastores, evangelistas, profetas y maestros. Pero, no hay tal en la Palabra de Dios, después de los doce iniciales. Por ejemplo, el apóstol Pablo, cuando regresaba de sus viajes misioneros a su iglesia de Antioquía o a la de Jerusalén, era un hermano más, sometido a los ministros locales, a los cuales les presentaba sus informes. Inclusive, en las iglesias levantadas por él, al regresar, tenía que contender con otros “falsos apóstoles” llegados de Jerusalén, que usurpaban el dominio de los hermanos que el dejara en esas iglesias, como es el caso de su defensa en el pasaje citado de (2 Corintios 10, 11 y 12).
Pero, a algunos ministros de nuestro tiempo, ya les parece poco y algo deshonroso, ser simplemente pastores, pues quieren el predominio con el título de “apóstol”, pero no para padecer el arduo servicio propio de ese ministerio en las misiones, sino para recibir la venia de los pastores “por debajeados” y sometidos a ellos, en sus oficinas confortables, recolectando de ellos los parte de los diezmos y ofrendas de sus iglesias.
Ese no es el propósito de ese ministerio. Tal vez podrían llamarse “superintendentes” de concilios o de asociaciones de iglesias, lo cual también es un trabajo digno, pero diferente, en el Señor. Soy un hermano más, pero me atrevo a decir estas cosas con la autoridad que da la Palabra de Dios, la cual expongo en estas líneas, no mi particular opinión de simple hermano. He sentido la necesidad de compartir este tema, pues hoy escuchaba por la radio un culto donde ensalzaban a un otrora pastor, llamándole “apóstol” y dándole toda clase de loores o alabanzas que hasta superaban en gloria a nuestro Señor Jesucristo, a quien ni siquiera mencionaban.
Para culminar en ese acto de ensalzamiento personal, se levantó el supuesto “apóstol” diciendo: “Así les dice el Señor…..” y retribuyó a quienes lo ensalzaban, en honores y en dinero, con una supuesta profecía donde les anunciaba que iban a conquistar al mundo y las naciones, bajo “su cobertura”, por supuesto. Estemos en guardia contra esos falsos y autoproclamados “apóstoles” de hoy, que solo quieren recalcar su pretendida grandeza de este mundo y recibir la pleitesía de sus seguidores, teniendo a Cristo como un pretexto de segundo lugar. Casi siempre TIENEN UNA NUEVA REVELACIÓN DE DIOS PARA EL MUNDO A TRAVÉS DE ELLOS. Pretenden traernos la nueva doctrina que el Señor olvidó dar a su Iglesia en los 20 siglos anteriores.
Creemos en el ministerio de Apóstol o Misionero, que es una bendición grande para la Iglesia y de mucho respeto y aprecio, pero distingamos o discernamos entre los verdaderos (generalmente humildes) y los falsos (con el mundo postrado a sus pies).
Gracias damos a Dios por todos ustedes, mis amados hermanos, los pequeños y anónimos siervos de Cristo, llenos de fruto, con los cuales está edificando su Iglesia.
Dios les bendiga
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