Por: Juan Stam
Sobre la
posibilidad o no de tener apóstoles hoy, los dos pasajes bíblicos más
importantes son Hechos 1:21-22 y 1 Corintios 15:1-9. Curiosamente, los
defensores del movimiento neo-apostólico evaden sistemáticamente esos
dos pasajes, y corren más bien a su texto favorito, Efesios 4:11, que de
hecho no dice nada sobre el tema. Además, las evidencias de Hechos 1 y 1
Corintios son exegéticas, basadas en las mismas palabras del texto,
pero los argumentos neo-apostólicos de Efesios 4:11 no son exegéticos
sino son inferencias que ellos sacan del texto, a espaldas de otras
evidencias bíblicas.
En artículos
anteriores hemos señalado que “el paradigma definitivo” del concepto
bíblico de “apóstol” se encuentra en Hechos 1 y 1 Corintios 15. Según el
primer texto, el sucesor de Judas tenía que ser uno “de estos hombres
que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús
entraba y salía entre nosotros”, desde Juan el Bautista hasta la
Ascensión de Jesús, para que calificado así “sea hecho testigo, con
nosotros, de su resurrección” (Hch 1:21-22; 4:33). La función del
apóstol es la de ser testigo, con base en su propia experiencia personal
e histórica. Por eso, escribe Oscar Cullmann, “el apostolado es, por
definición, una función única que no puede ser prolongado”.
Un pasaje
paralelo, en Hch 10:37-41, repite en lenguaje muy parecido el requisito
de ser testigos presenciales, llamados por el mismo Jesús para dar
testimonio de la resurrección. En ese texto Pedro le cuenta a Cornelio
que “nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la
tierra de Judea y en Jerusalén… A éste levantó Dios al tercer día, e
hizo que se manifestase; no a todo el pueblo sino a los testigos que
Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él
después que resucitó de los muertos, y nos mandó que…testificásemos que
el es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”.
Ese requisito
de haber sido discípulo y testigo ocular de la resurrección era un
problema difícil para Pablo, quien afirmaba ser apóstol, llamado por
Jesús mismo (Rom 1:1; 1Cor 1:1), pero no parecía cumplir esa condición
indispensable (ver 1Cor 9:1-6; 2Cor 10-11; 12:11-12). Ante sus enemigos
que negaban que él fuera apóstol, Pablo defiende su apostolado
precisamente en los mismos términos de Hechos 1. Primero Pablo señala
que Cristo Resucitado apareció a Pedro, a los doce y “a los demás
apóstoles” (15:5-7, siempre con el mismo verbo, ôfthê, clara referencia a
las apariciones físicas del Resucitado durante el período entre la
resurrección y la Ascensión, Hch 1:3). Después Pablo se incluye en ese
mismo registro de testigos oculares, pero como excepción y como el
último, al escribir “y al último de todos, como a un abortivo, me
apareció a mí” (15:8, con el mismo verbo). Por eso se describe como “un
abortivo”, nacido fuera del tiempo normal.
Los datos
históricos confirman lo dicho por Pablo, que él era el último en ser
llamado al apostolado (aun posterior a Matías). En todo el Nuevo
Testamento y todos los documentos históricos de la iglesia antigua no
aparece ninguna evidencia de la elección de un sucesor a ningún apóstol
que ha muerto. Pocos años después de la elección de Matías, Herodes hizo
matar al apóstol Jacobo, hermano de Juan (de los hijos de Zebedeo), uno
de los doce, pero no se escogió ningún sucesor a Jacobo. Tampoco hubo
sucesor de Pablo cuando murió. El historiador Eusebio reporta la muerte
de diferentes apóstoles, pero jamás narra el nombramiento de un sucesor.
Esto confirma la enseñanza de Hechos 1 y 1 Cor 15, que el oficio y el
título de “apóstol” se limita a los testigos oculares de Jesús, entre
sus contemporáneos históricos.
Otro requisito
para ser apóstol era el haber sido nombrado directa y personalmente por
Jesús mismo, como ocurrió durante su ministerio en la tierra (Mr 3:14;
6:30). Ya para la elección de Matías Cristo había ascendido, pero los
discípulos recurrieron a procedimientos judíos bien conocidos. Fue un
proceso de tres pasos: primero, reflexión seria y acción responsable
(definir requisitos; estudiar candidatos para escoger a dos, ambos
calificados para el puesto, Hch 1:21-23), después oración (1:24) y
finalmente echar suertes entre los dos candidatos antes aprobados
(1:26). Esto era precisamente el método normal para conocer la voluntad
de Dios y aun para escoger los oficiantes (Lc 1:8-9) y los sacrificios
para el culto del templo (Lv 16:8-10; Neh 10:34) como “echar suerte
delante de Jehová nuestro Dios” (Jos 18:6,8,10). El pasaje significa,
entonces, que no fueron los apóstoles que escogieron a Matías, sino que
fue Dios mismo. De igual manera, Pablo insiste en que él no fue nombrado
apóstol por los doce ni por otras personas humanas sino por Jesús mismo
(Gal 1:1,11-2:9; 1Tim 2:6-7 NVI).
Todas
estas evidencias muy claras, bien fundadas en la exégesis de los textos
bíblicos que hablan explícitamente del oficio apostólico, sus
requisitos y su duración, indican que éste por su propia naturaleza se
limitó necesariamente a los testigos oculares contemporáneos de Jesús.
Ahora, si Efesios 4:11 enseñara lo contrario, sería una contradicción
flagrante en la enseñanza bíblica sobre este tema. Pero este texto, que
habla mucho del origen de los cuatro oficios que Cristo, en su
Ascensión, dio a la iglesia naciente, no dice absolutamente nada sobre
la respectiva duración de cada uno de ellos, o más precisamente, la
forma distinta en que cada uno de ellos había de ejercer su función en
el futuro. El argumento neo-apostólico, de que los distintos oficios
mencionados tienen que ser todos de la misma naturaleza y duración, no
sólo carece totalmente de base exegética en el texto, sino es una
suposición gratuita con el evidente propósito, no de entender y aclarar
el texto, sino de defender una tesis a priori ajena al texto.
El tema de
Efesios 4:1-16 puede resumirse como “Unidad y diversidad en el cuerpo de
Cristo, para su crecimiento integral”. Pablo exhorta a los efesios a
“guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (4:3) y señala
siete expresiones de esa unidad (4-6). En seguida se refiere a los
diferentes dones y oficios en la iglesia (4:7-11) y el propósito y
resultado de éstos en la edificación y madurez del cuerpo (4:12-16). En
el bloque central aparece tres veces el verbo dídwmi (dar): en el
aoristo pasivo (edothê, “fue dada”, 4:7) y dos veces edwken (4:8,11,
aoristo activo). Todo el énfasis de 7-11 cae en el acto de dar los
dones, en el momento específico de la Ascensión de Jesús (4:8-10). Es
claro que se trata de una sola acción de Cristo en un tiempo definido
del pasado. Del futuro no dice nada, ni positivo ni negativo, de ninguno
de los cuatro oficios.
El Salmo 68,
que Pablo cita aquí, tiene muchas interpretaciones pero todas ellas
parten del concepto de una marcha triunfante de Dios sobre la tierra,
para recibir después el botín de su victoria: “Que se levante Dios, que
sean dispersados sus enemigos… aclamen a quien cabalga por las estepas…
Cuando saliste, oh Dios, al frente de tu pueblo, cuando a través de los
páramos marchaste, La tierra se estremeció… Van huyendo los reyes y sus
tropas… Los carros de guerra de Dios se cuentan por millares; del Sinaí
vino en ellos el Señor para entrar en su santuario. Cuando tú, Dios y
Señor, ascendiste a las alturas, te llevaste contigo a los cautivos;
tomaste tributo de los hombres, aun de los rebeldes (cf. v.29-31),
para establecer tu morada… Dios aplastará la cabeza de sus enemigos…
Por causa de
tu templo en Jerusalén, los reyes te ofrecerán
presentes.” (Sal 68:1,4,7,12,17,18,21,29; cf. 34-35
NVI)
En resumen,
Dios va en marcha sobre la tierra, entra en batalla, vence a sus
enemigos y recibe botín de ellos. En la tradición judía, la frase
“ascendiste a las a las alturas” se interpretaba como la subida de
Moisés al Sinaí, o del arca al Monte Sión, o implícitamente el regreso
de Dios al cielo después de derrotar a los enemigos del pueblo. En
Efesios 4 Pablo da una versión cristológica del mismo salmo, pero con
diferencias sorprendentes: “”Cuando ascendió a lo alto, se llevó consigo
a los cautivos, Y dio dones a los hombres” ¿qué quiere decir eso de que
“ascendió”, Sino que también descendió a las partes bajas, O sea, a la
tierra? El que descendió es el mismo que ascendió por encima de todos
los cielos. Para llenarlo todo. (Efes. 4:8-9; cf. 1:23 NVI). En esta
atrevida relectura del Salmo 68, Pablo introduce varios cambios: al
“subió” de Salmo 68:18 Pablo agrega “también descendió”; omite las
descripciones de marchas y batallas, pero mantiene el tema del botín,
como símbolo de los dones; donde el salmo dice “recibiste dones”, Pablo
lo cambia a “dio dones”.
¿Por qué será
que Pablo haya escogido este texto antiguo, aparentemente tan alejado
del tema entre manos, y que le requería hacer cambios tan grandes en el
texto hebreo? El texto mismo sugiere que Pablo quiere relacionar la
repartición de dones y oficios con la Ascensión de Jesús. “Este mismo”
(autos), que descendió y ascendió, “constituyó a unos, apóstoles; a
otros, profetas”, etc., como también en su Ascensión dio carismas y
repartió dones” (4:7). Llama la atención esta conexión de los dones,
tanto de 4:8 como de 4:11, con un momento histórico ya pasado y
específicamente la Ascensión, a diferencia del Pentecostés (cf. Hch
1:22, apóstoles como testigos de la Ascensión).
De esa manera,
todo este pasaje confirma nuestra tesis que nuestro texto (4:11) afirma
el origen de todos los dones en Jesucristo Resucitado y Ascendido a la
derecha del Padre, pero no dice nada, ni explícita y implícitamente,
sobre el futuro distinto de cada uno de los cuatro oficios mencionados.
Otros textos enseñan con toda claridad que el testimonio apostólico tuvo
que ser de una vez para siempre, pero que “profetas, evangelistas y
pastores-maestros” tenían un futuro distinto. Eso de ninguna manera
implica que el apostolado iba a tener ese mismo tipo de futuro.
¿Significa eso
que ahora no necesitamos apóstoles? ¡Jamás! Siempre necesitamos “los
apóstoles” pero para nada necesitamos “nuevos apóstoles”, como si no
fueran suficientes y adecuados los que nombró Jesús. Éstos “apóstoles”
de hoy no pueden ser apóstoles auténticos, porque no pueden cumplir con
los requisitos definitivos de dicho puesto, como estipula el Nuevo
Testamento. Pero a través de los siglos, cuando fieles cristianos han
“perseverado en la doctrina de los apóstoles”, ha estado presente con
toda su fuerza el ministerio de ellos. Ellos son el fundamento sobre el
que tenemos que construir en cada generación, pero no nos toca echar de
nuevo una y otra vez ese fundamento histórico echado por ellos (Ef 2:20;
Col 1:23). Los apóstoles siguen viviendo, siglo tras siglo, en su
testimonio al Señor de señores. Ahora el Nuevo Testamento es el lugar
por excelencia donde nos encontramos con ese Cristo que vivió, murió,
resucitó y ascendió hace dos mil años pero que vive por los siglos de
los siglos. En comparación con la grandeza y poder de ese ministerio,
nuestros modernos “apóstoles” no pasan de ser una triste parodia.
Oscar
Cullmann, en un enjundioso artículo titulado “la tradición”, afirma el
apostolado único e irrepetible de los apóstoles originales y lo
relaciona con la definición del canon del Nuevo Testamento. Cullmann
distingue entre el tiempo de los apóstoles, como fundamento, y el tiempo
de la iglesia (p.182). Los apóstoles pertenecen todavía al tiempo de la
revelación directa, el tiempo de la encarnación (p.183). Así es que el
testimonio apostólico nos coloca en la misma presencia de Jesucristo
(p.188); Cristo habla directamente por ellos (p.192). El paso del tiempo
de los apóstoles al tiempo de la iglesia post apostólica se marca por
la definición del canon del Nuevo Testamento (pp. 193-203). En la
iglesia de mediados del siglo dos surgían muchos escritos apócrifos,
enteramente legendarios (p.195) y “la tradición en la iglesia no ofrecía
ninguna garantía de verdad” (p.196). Entonces, “con un acto de
humildad”, la iglesia post apostólica “ha sometido toda tradición
posterior elaborada por ella misma al criterio superior de la tradición
apostólica codificada en las santas Escrituras” (p.196). De ahí en
adelante, toda tradición de la iglesia tiene que ser juzgada por la
tradición apostólica. Es por ignorar esto, afirma Cullmann, que la
iglesia católica cae en el error de la sucesión apostólica y la
infalibilidad papal. Problemas parecidos surgen con el movimiento
neo-apostólico. Disminuir la normatividad de los apóstoles lleva, tarde o
temprano, a disminuir la normatividad de su testimonio apostólico, el
Nuevo Testamento.
¡Los apóstoles
viven hoy y nos hablan por medio de las sagradas escrituras! Y al
hablar ellos, como muestra Cullmann, habla Jesucristo mismo. ¿Podrá
haber creyentes que no hayan escuchado la voz del Salvador en las
palabras del Nuevo Testamento, y no hayan visto a Cristo en la página
inspirada? Los apóstoles no han muerto ni se han quedado mudos. Ellos
siguen viviendo y hablando por medio de su fiel testimonio al Señor.
Cuando
cualquier texto se lanza a la historia, nadie sabe qué futuro podrá
tener ese texto, nadie sabe cuál podrá ser el “delante” de ese texto. El
autor muere, pero su texto sigue su marcha por el tiempo. De seguro San
Pablo ni imaginaba la “vida futura” que iba a tener esa carta que
escribió a los hermanos de Roma. Tres siglos después, en un jardín de
Milán, un profesor de retórica y filosofía escuchó la voz de un niño que
decía “tolle, lege” (toma, lee), y Agustín de Hipona tomó el libro de
Romanos, lo leyó y su vida fue transformada. Más de un milenio después
le tocó a un joven biblista agustino enseñar un curso sobre Romanos,
Martín Lutero descubrió el secreto de la justificación por la fe y “se
me abrieron las puertas del paraíso”. Después, el 24 de mayo de 1738, en
una capilla morava en el pueblo de Aldersgate, Inglaterra, un misionero
fracasado escuchó la lectura del Prefacio a Romanos de Lutero, y
“faltando unos quince minutos para las nueve” Dios habló a Juan Wesley,
por medio del apóstol Pablo, y Wesley “sintió un calor extraño en su
corazón y confió en Cristo como su único Salvador”. Y el libro de
Romanos sigue su camino, tocando vidas y transformándolas, porque en ese
libro habla Jesucristo por medio del Espíritu Santo. ¡No, mil veces No,
los apóstoles no se han muerto, ni se han quedado mudos! Ellos siguen
dando su testimonio al único Señor y Salvador, el Crucificado y
Resucitado que está sentado a la diestra del Padre.
¡Gracias a Dios por los santos apóstoles y su testimonio! Pero de sus imitadores modernos, que nos libre Dios.
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