Para enfocar este tema, es necesario primero analizar los diferentes usos de la palabra griega apostolos. El término se deriva del verbo apostellô, que significa simplemente “enviar”. Por eso, (1) el sentido más general de apostolos,
como en Juan 13:16, es cualquier persona enviada en cualquier misión
(recadero, mandadero). Un aspecto más específico de este sentido (2)
ocurre en 2 Cor 8:23 y Fil 2:25 cuando mencionan “los mensajeros de las
iglesias” (apostoloi ekkêsiôn), como
delegados comisionados por las congregaciones para alguna tarea. En
tercer lugar (3), la palabra significa “misionero”, que es el
equivalente en latín (del verbo mitto, misi, “enviar”).
En este sentido Jesucristo es el “misionero” enviado por Dios (Heb
3:1). Como veremos más adelante, Cristo no era “apóstol” en el mismo
sentido que los doce, sino como “enviado” y “misionero” del Padre y
prototipo de la misión de la iglesia (Jn 20:21; Mr. 9:37; Mt 10:40; Jn
13.20: Jesús es el Enviado del Padre). El cuarto sentido (4) es lo que
generalmente entendemos por “los apóstoles”, como Pedro, Pablo y los
demás. En ese aspecto, el término podría llamarse un título, de una
primacía en cierto sentido jerárquica.[1]
Dados
estos diversos sentidos de la palabra “apóstol”, es necesario en cada
texto bíblico determinar cuál de ellos se está empleando. Serios
problemas resultan cuando se confunde un sentido con otro. Los
“apóstoles” de hoy toman pasajes donde el término significa “misionero”
pero los aplican en el otro sentido y quieren atribuirse los títulos y
autoridades de los doce y de Pablo. La iglesia católica hace algo
parecido con su “sucesión apostólica” a través de los siglos. Según el
Nuevo Testamento, los apóstoles no tienen sucesores.
El trasfondo judío: El apostolado del Nuevo Testamento se basó en una práctica judía de designar un emisario, llamado ShaLiaJ, con plenos poderes para representar a quien lo había enviado (Esd 7:14; Dn 5:24; cf 2 Cron 17:7-9). El ShaLiaJ era
una especie de plenipotenciario ad hoc. Eran comunes las fórmulas
legales como “el que te recibe a ti me recibe a mí”, “lo que ustedes
atan en mi nombre lo he atado yo” y muchos otros parecidos, que aparecen
también en el Nuevo Testamento (Mr 9:37; Mt 16:19; Lc 10:16; Jn 13:20;
20:23). La comisión del ShaLiaJ era para una tarea específica y no era transferible a otras personas.
El paradigma definitivo, Hechos 1: Después
de suicidarse Judas, los discípulos sentían la necesidad de completar
el número doce, como paralelo con las doce tribus de Israel. Con ese
fin, guiados por el Espíritu Santo, definieron los requisitos
indispensables para incorporarse en el apostolado. La elección se limitó
a “hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el
Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo
de Juan hasta el día en que entre nosotros fue recibido arriba” para
que “uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección” (Hechos
1:21). Además, la selección fue hecha por Cristo mismo (1:24; cf. 1:2).
Veremos en seguida que todas estas mismas condiciones se aplican al caso
de Pablo.
Ese
texto, y otros, muestran que para ser apóstol en el mismo sentido que
los doce y Pablo, era requisito indispensable haber sido testigo ocular y
presencial del ministerio de Jesús (Hechos 1:21-22; cf. 1 Jn 1:1-4) y
de su resurrección (Hch 10:40-42; 1Co 15). Por supuesto, tal cosa sería
imposible después de morir los contemporáneos de Jesús. La iglesia
ahora es “apostólica” cuando es fiel al testimonio de ellos, que tenemos
en el Nuevo Testamento, y cumple así su “apostolado” misionero. Sobre
el fundamento de ellos Cristo sigue construyendo la iglesia (Efes 2:20).
Es
importante reconocer que esta sustitución de Judas por Matías es el
único reemplazo de un apóstol, precisamente para completar el número de
doce. Matías no era sucesor de Judas sino su reemplazo. Después, al
morir los doce y Pablo, ni el Nuevo Testamento ni la historia de la
iglesia narra la elección de algún sucesor de alguno de ellos. Al morir
el apóstol Jacobo, nadie le sucedió o reemplazó (Hechos 12:2). El grupo
quedó cerrado, como es evidente en Apocalipsis 21:14. Obviamente, en
esas puertas de la Nueva Jerusalén no aparecerá el nombre de ninguno de
nuestros apóstoles de hoy.
Toda
esta evidencia bíblica deja muy claro que para ser apóstol, el
candidato tenía que ser alguien del primer siglo. Nadie después del
primer siglo podría haber sido testigo presencial del ministerio de
Jesús y de su resurrección. Ese requisito descalifica de antemano a
todos nuestros “apóstoles” de nuestros tiempos modernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario