(A quien públicamente enseña herejía, públicamente habrá que rebatirle)
Por: Miguel Rosell Carrillo/Madrid, España.
Introducción
“Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11: 13-15)
Ya la Palabra clarísimamente nos instruye de que al final de los días, tal y como los conocemos, iba a levantarse un engaño y falacia sin precedentes en la historia eclesial, que desembocaría en una apostasía, previo al advenimiento del hijo de perdición, el inicuo, llamado también el Anticristo (2 Ti. 3: 1-5; 4: 3, 4; 2 Pr. 2: 1-3; 2 Ts. 2: 3, 4).
A muchos les sorprende que eso sea así, porque ese engaño y falacia viene disfrazado de “avivamiento”, “reforma”, “prosperidad”, “conquista”, y diferentes apelativos en esa misma línea, que camuflan la realidad de su mensaje y las consecuencias por creerlo.
Una de esas falacias que está haciendo que ancianos, pastores y congregaciones enteras queden subordinados, y atados a la palabra del hombre, es sin lugar a dudas el que llamamos movimiento “apostolítico”, como derivación de esa “apostolitis crónica” que se ha adueñado – o lo intenta – de un gran sector denominado evangélico.
El asunto dista de ser baladí, y a estas avanzadas horas del periplo eclesial, podríamos catalogarlo ya como de pandemia espiritual.
Por: Miguel Rosell Carrillo/Madrid, España.
Introducción
“Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11: 13-15)
Ya la Palabra clarísimamente nos instruye de que al final de los días, tal y como los conocemos, iba a levantarse un engaño y falacia sin precedentes en la historia eclesial, que desembocaría en una apostasía, previo al advenimiento del hijo de perdición, el inicuo, llamado también el Anticristo (2 Ti. 3: 1-5; 4: 3, 4; 2 Pr. 2: 1-3; 2 Ts. 2: 3, 4).
A muchos les sorprende que eso sea así, porque ese engaño y falacia viene disfrazado de “avivamiento”, “reforma”, “prosperidad”, “conquista”, y diferentes apelativos en esa misma línea, que camuflan la realidad de su mensaje y las consecuencias por creerlo.
Una de esas falacias que está haciendo que ancianos, pastores y congregaciones enteras queden subordinados, y atados a la palabra del hombre, es sin lugar a dudas el que llamamos movimiento “apostolítico”, como derivación de esa “apostolitis crónica” que se ha adueñado – o lo intenta – de un gran sector denominado evangélico.
El asunto dista de ser baladí, y a estas avanzadas horas del periplo eclesial, podríamos catalogarlo ya como de pandemia espiritual.
En
este artículo me centraré en el análisis sucinto del libro del afamado
escritor C. Peter Wagner, “Apóstoles de la ciudad”, exponiendo y
refutando algunas de las declaraciones que realiza, las cuales muchos
creen sin cuestionar ni un ápice.
Empecemos.
I. El engaño a los santos
Todos queremos que las gentes conozcan a Cristo. Todos los verdaderos cristianos queremos y oramos para que la Gran Comisión se realice y se siga realizando conforme a la voluntad del que está sentado en el Trono. Todos queremos que las gentes se conviertan al Señor Jesucristo. El diablo sabe todo eso.
Satanás es astuto, muy astuto. Sabe que jamás podrá engañar a un verdadero hijo de Dios con asuntos que son claramente vanos y falsos en sí mismos mostrándose abiertamente como tales. El sabe que no hay peor mentira que la que se parece muy, y muy mucho a la verdad; ¿qué quiero decir con esto?...
El enemigo en estos últimos días está intentando engañar al verdadero pueblo de Dios a través de presuntos ministros de Cristo que están trayendo “nueva revelación”, la cual suena exitosa y agradable al oído; suena sugerente, plausible y hasta convincente, pero que es a la luz de la Biblia, falsa.
Parece verdad, pero no lo es.
Una de esas “nuevas revelaciones” es la cuestión de la llamada “Nueva Reforma Apostólica”, es decir, el que llamamos - no exento de cierto tizne de humor - “movimiento apostolítico”, y entre otras, su enseñanza en cuanto a “transformar las ciudades (1) y el mundo entero”. Esta presunta Reforma, se presenta como la manera para alcanzar el mundo ciudad por ciudad, como dice C. Peter Wagner: “movilizar apóstoles territoriales para transformar la ciudad” (2)
Tomando ventaja del anhelo santo del cristiano de cumplir con la Gran Comisión, el diablo, como dije, se aprovecha de esa coyuntura, aportando su falsedad envuelta en papel de regalo.
a.¿Transformar las ciudades?
Como acabo de decir, el mensaje de esos presuntos ministros de Cristo es siempre impactante y triunfalista, así como fantasioso e irreal. Los integrantes de la “reforma apostólica” nos quieren hacer creer cosas que no vienen en la Biblia, pero que suenan grandilocuentes y muy deseables. Una de ellas es justamente esta, la de “transformar las ciudades”. Parten de la espuria premisa de que Dios ha mandado a la iglesia que transforme las ciudades.
En su libro, C. Peter Wagner, poniendo como solución el levantamiento de esos “apóstoles” para la consecución de dicha transformación, escribe:
“En años recientes el cuerpo de Cristo ha visto algunos principios importantes para llevar a cabo la transformación de las ciudades… ¿Cómo podemos lograr que nuestras ciudades se conviertan por completo en lo que Dios pretendió que fueran? ¡Este libro muestra que reconocer y afirmar apóstoles de la ciudad muy bien podría ser el eslabón más importante para ver nuestras ciudades transformadas de veras! (3)
Como dije antes, el engaño está servido para el cristiano, cuando a este se le plantea un fin o una meta muy deseables que no le permiten discernir el ulterior proceso para presuntamente conseguirlos, en este caso, la aceptación de una jerarquía co-católico romana que no contempla la Biblia, con todas sus espeluznantes consecuencias.
Como vemos Wagner parte de la asunción de que la Iglesia es llamada a transformar las ciudades; una asunción falsa del todo. Encuéntreme usted un solo pasaje en la Biblia que diga que somos llamados a “transformar las ciudades”, o a “transformar el mundo”, siquiera a transformar al individuo. ¡Si yo ni siquiera me puedo transformar a mí mismo, (ya que esa es la obra de santificación del Espíritu Santo), como voy siquiera a pretender algo más que eso!
Nadie puede transformar a nadie. El solo intento de hacer eso, consiste en manipulación y control sobre el individuo o la comunidad.
Debemos partir de la verdadera premisa bíblica al respecto. La Iglesia no ha sido llamada a hacer lo que no puede hacer (ni debe), sino a hacer lo que Cristo le ordenó, lo cual llamamos la Gran Comisión. Básicamente es esto:
• Ser testigos de Cristo (Hchs. 1: 8)
• Predicar el Evangelio (Mr. 16: 15)
• Hacer discípulos (Mt. 28: 19)
La conversión del individuo es la obra de Espíritu Santo, y en el hipotético (aunque muy deseable) caso de que toda una ciudad se convirtiera a Cristo, esta sería transformada, es cierto, pero la obra sería de Dios, jamás de los hombres que ni siquiera deberían intentarlo.
Por lo tanto el venir a decir que podremos lograr que nuestras ciudades se conviertan por completo en lo que Dios pretendió que fueran, y que para ello la clave está en reconocer y afirmar “apóstoles” (4), es una falacia y engaño terribles, eso sí, todo disfrazado y maquillado de presunta piedad.
Por
otra parte, ¿qué significa esto que escribe Wagner en cuanto a lo que
Dios siempre pretendió que fueran nuestras ciudades, y que nosotros
podemos lograr? Leámoslo de nuevo:
“¿Cómo podemos lograr que nuestras ciudades se conviertan por completo en lo que Dios pretendió que fueran? (5)
¿Qué ha pretendido Dios que sean nuestras ciudades, y para ello nos habría comisionado ha conseguirlo?... ¡Qué sutil puede ser el engaño!
Wagner nos viene a decir que Dios ha delegado en nosotros los cristianos la cristianización de las ciudades, donde viven creyentes, y mayormente impíos. Esta, por cierto, no es una idea nueva. En el siglo V, el católico s. Agustín de Hipona ya escribió su libro De Civitate Dei (“La ciudad de Dios”) aportando la idea de la ciudad perfecta en esta tierra pecadora. El mártir católico Thomas More, en el siglo XVI, nos presenta su “De optimo rei publicae statu deque nova insula Utopia” en español, (“Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía”), en la cual presenta su modelo de ciudad ideal y utópica.
Básicamente, esa es la idea católica romana de siempre de transformar este mundo “por el poder del evangelio”- es decir – “a la fuerza”, como intentaran hacer los conquistadores españoles y portugueses en el Nuevo Mundo.
Lo que nos tenemos que preguntar ahora es lo siguiente: ¿Será que lo que Dios siempre pretendió conseguir en cuanto a las ciudades no lo ha podido conseguir, por depender de nosotros? ¿Será que Dios no es Dios para conseguir sus metas?, o más bien… ¿No será que Dios ha establecido un tiempo para el cumplimiento de Sus designios aquí en la tierra? La respuesta es la última pregunta.
Es un hecho clarísimo que no es de todos la fe (2 Ts. 3: 2), y que muchos no van a creer (Jn. 3: 18, 19). La fe no se puede imponer a nadie, ni siquiera Dios lo intenta. Todos los incrédulos quedan pendientes del juicio de Dios, en Su tiempo.
Digámoslo de otra manera: ¡Dios no nos ha llamado a convertir a los hombres, sino a predicarles a los hombres! Esto último no garantiza ninguna “transformación de las ciudades”. El Reino de Dios no puede avanzar en esta tierra más allá de las genuinas conversiones de cada uno de los hombres y mujeres que se entregan a Cristo; ir más allá de ese principio es andar en error y engaño (véase 1 Juan 5: 19).
Permítanme aclarar que yo deseo como el que más que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Ti. 2: 4), pero así como Dios lo desea (thelo en gr. es decir, desea), no va a imponerlo, ya que la aceptación de Cristo también está contemplado por el principio sagrado de la libertad del individuo, y eso es también designio y dádiva de Dios.
“¿Cómo podemos lograr que nuestras ciudades se conviertan por completo en lo que Dios pretendió que fueran? (5)
¿Qué ha pretendido Dios que sean nuestras ciudades, y para ello nos habría comisionado ha conseguirlo?... ¡Qué sutil puede ser el engaño!
Wagner nos viene a decir que Dios ha delegado en nosotros los cristianos la cristianización de las ciudades, donde viven creyentes, y mayormente impíos. Esta, por cierto, no es una idea nueva. En el siglo V, el católico s. Agustín de Hipona ya escribió su libro De Civitate Dei (“La ciudad de Dios”) aportando la idea de la ciudad perfecta en esta tierra pecadora. El mártir católico Thomas More, en el siglo XVI, nos presenta su “De optimo rei publicae statu deque nova insula Utopia” en español, (“Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía”), en la cual presenta su modelo de ciudad ideal y utópica.
Básicamente, esa es la idea católica romana de siempre de transformar este mundo “por el poder del evangelio”- es decir – “a la fuerza”, como intentaran hacer los conquistadores españoles y portugueses en el Nuevo Mundo.
Lo que nos tenemos que preguntar ahora es lo siguiente: ¿Será que lo que Dios siempre pretendió conseguir en cuanto a las ciudades no lo ha podido conseguir, por depender de nosotros? ¿Será que Dios no es Dios para conseguir sus metas?, o más bien… ¿No será que Dios ha establecido un tiempo para el cumplimiento de Sus designios aquí en la tierra? La respuesta es la última pregunta.
Es un hecho clarísimo que no es de todos la fe (2 Ts. 3: 2), y que muchos no van a creer (Jn. 3: 18, 19). La fe no se puede imponer a nadie, ni siquiera Dios lo intenta. Todos los incrédulos quedan pendientes del juicio de Dios, en Su tiempo.
Digámoslo de otra manera: ¡Dios no nos ha llamado a convertir a los hombres, sino a predicarles a los hombres! Esto último no garantiza ninguna “transformación de las ciudades”. El Reino de Dios no puede avanzar en esta tierra más allá de las genuinas conversiones de cada uno de los hombres y mujeres que se entregan a Cristo; ir más allá de ese principio es andar en error y engaño (véase 1 Juan 5: 19).
Permítanme aclarar que yo deseo como el que más que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1 Ti. 2: 4), pero así como Dios lo desea (thelo en gr. es decir, desea), no va a imponerlo, ya que la aceptación de Cristo también está contemplado por el principio sagrado de la libertad del individuo, y eso es también designio y dádiva de Dios.
3. El liderazgo es clave para transformar las ciudades, eso dice Wagner
Wagner se queja de que “en diez años de tratar sinceramente de organizar pastores y otros líderes de la iglesia para transformar ciudades ha producido tan gran frustración” (6). Wagner reconoce que su plan para “transformar las ciudades” no logra los resultados que pretendía, y él mismo declara cual es la solución. En negrita, escribe lo siguiente en su libro:
“Aunque otros elementos como oración, unidad y arrepentimiento son de gran importancia para transformar ciudades, sin la implementación del correcto liderazgo no se podrá tener el fruto esperado” (énfasis del autor) (7)
Nótese que el peso de esa misión imposible, la de transformar ciudades, recae según Wagner en la “implementación del correcto liderazgo”. Dispensen que me explaye un poco. Realmente y de veras que no entiendo como ha podido haber una editorial cristiana que haya podido publicar un libro así… ¿Qué estupidez es esta? (no lo puedo calificar de otro modo) ¿Cómo puede ser posible que alguien con dos dedos de frente asegure lo que asegura Wagner?
Pero vayamos por partes. Sinceramente, muy a menudo me llegan comunicaciones por correo electrónico de convocaciones a pedir perdón por los pecados de esta o de esta otra ciudad o nación, a pedir perdón por los pecados de nuestros antepasados, a arrepentirnos de pecados que no hemos cometido, pero se nos invita a identificarnos con ellos, a buscar como sea una unidad, muy por encima de cuestiones de doctrina….como si todo ello fuera algo imprescindible para mover el corazón de Dios para que este perdone a las ciudades y traiga el anhelado y tantas veces profetizado “avivamiento”.
Realmente, excepto al mandamiento de orar por todos los hombres (1 Ti. 2: 1) no puedo ver ni un ápice de esas cosas anteriormente mencionadas en el Nuevo Testamento, pero la creencia, que casi roza la superstición, es que si hacemos constantemente estas cosas, Dios se moverá, si ponemos fe (como si hubiera que convencerle con esos argumentos).
No obstante Wagner todavía va más lejos con lo que dice, además de todo esto, él le añade la cuestión del liderazgo, es decir, de sus “apóstoles de la ciudad”. Si se les admite, el prevé que en este tiempo las ciudades serán transformadas:
“No interpreto nuestro mandato de orar para que nuestras ciudades sean transformadas de aquí a cuarenta, cincuenta o sesenta años. Me gustaría ver que ocurriera en nuestra generación, no en la próxima” (8)
Y para que eso sea posible, uno de los conceptos cruciales para transformar las ciudades es el reconocimiento de los “apóstoles de la ciudad” (9), según Wagner.
4. Las tres premisas wagnerianas
Wagner parte de tres asunciones que carecen de verdad bíblica:
a-La validez actual del apóstol (tal y como fueron los doce) (10)
b.La existencia de una iglesia de la ciudad, a base de muchas congregaciones (11)
c.La existencia de apóstoles de una ciudad (12)
a. La validez del apóstol (tal y como fueron los doce)
Peter Wagner, haciendo específica alusión a Efesios 2: 20, donde nos dice la Escritura que hemos sido edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (no sobre las personas, sino sobre la doctrina inspirada que ellos nos dieron a conocer), haciendo caso omiso a esto último, asegura que “los apóstoles y los profetas no son personajes con una actuación histórica de dos mil años o más en el pasado. Son una realidad actual” (13)
Con esa declaración, nos advierte que así como fueron aquellos doce hombres escogidos directamente por Jesucristo como testigos suyos de su vida y resurrección, existen ahora hombres de igual modo (¿quizás vivieron hace dos mil años y fueron testigos como aquéllos y no nos hemos enterado?) Por lo tanto, y bromas aparte, esa asunción cae por su propio peso. El oficio de los doce cesó y es irrepetible.
b.La existencia de una iglesia de la ciudad a base de las congregaciones
Wagner asegura que existe una unidad llamada iglesia de una ciudad, y que está formada por todas las congregaciones de esa ciudad:
“…la iglesia de la ciudad es una que se reúne en muchas congregaciones distintas. Jesús es el gran pastor de la iglesia de la ciudad, y los pastores de la iglesia local son los copastores” (14)
Esto no lo enseña la Biblia, es sólo una idea que además, ni es real, ni es factible. La Iglesia de Cristo es Universal, y no está configurada en ciudades, sino que está formada por todas las existentes congregaciones o iglesias de Cristo en todas partes. Conceptuarla o resumirla a una ciudad y a otra, es un error.
Tampoco es cierto que Jesús sea el pastor de la “iglesia de la ciudad”, como los pastores de cada congregación son los co-pastores. Esto es una simpleza. Jesús es el Cabeza de la Iglesia la cual es Su cuerpo, por lo tanto esto nos habla de universalidad, jamás de localidad. Además, aquí Wagner se contradice, si los pastores son los co-pastores de la presunta iglesia de la ciudad, ¿dónde encajan sus “apóstoles”?
c. La existencia de apóstoles de una ciudad
Wagner asegura que existiendo una iglesia de la ciudad, deberán existir apóstoles de la ciudad (contradiciéndose con lo de justo arriba).
Escribe así: “…algunos apóstoles son apóstoles de la ciudad…Si podemos aceptar la idea de que hay una iglesia de la ciudad, y si reconocemos que los apóstoles y profetas son el fundamento de la iglesia de la ciudad, se deduce lógicamente que la iglesia de la ciudad, como iglesia debe tener apóstoles” (15)
¡Qué osado es! Claramente nos coloca el concepto que ya debiéramos según el de aceptar que los “apóstoles y profetas son el fundamento de la iglesia de la ciudad”, otra vez, mal basándose en Efesios 2: 20.
¡Pues no, Wagner, no aceptamos ni reconocemos nada de eso! ¡Ni existe el concepto de “iglesia de la ciudad”, por tanto no existen los “apóstoles de la ciudad”, ni existen esos nuevos apóstoles y profetas que dice usted que son “el fundamento de la Iglesia”, ni siquiera de la “iglesia de la ciudad”, la cual – insisto - sólo existe en su exuberante imaginación!
Al respecto de esto último, hemos de entender que cada verdadera congregación de Cristo es la Iglesia de Cristo, como parte integrante de esta. Apocalipsis 2, 3, ciertamente nos habla de la iglesia sita en tal o cual ciudad, pero es debido al hecho de que esas ciudades eran más pequeñas que las de ahora y existían comparativamente menos cristianos. A nadie se le ocurriría en estos días pensar en términos de una sola mega congregación para una ciudad como Madrid, o Nueva York, por ejemplo.
Wagner se queja de que “en diez años de tratar sinceramente de organizar pastores y otros líderes de la iglesia para transformar ciudades ha producido tan gran frustración” (6). Wagner reconoce que su plan para “transformar las ciudades” no logra los resultados que pretendía, y él mismo declara cual es la solución. En negrita, escribe lo siguiente en su libro:
“Aunque otros elementos como oración, unidad y arrepentimiento son de gran importancia para transformar ciudades, sin la implementación del correcto liderazgo no se podrá tener el fruto esperado” (énfasis del autor) (7)
Nótese que el peso de esa misión imposible, la de transformar ciudades, recae según Wagner en la “implementación del correcto liderazgo”. Dispensen que me explaye un poco. Realmente y de veras que no entiendo como ha podido haber una editorial cristiana que haya podido publicar un libro así… ¿Qué estupidez es esta? (no lo puedo calificar de otro modo) ¿Cómo puede ser posible que alguien con dos dedos de frente asegure lo que asegura Wagner?
Pero vayamos por partes. Sinceramente, muy a menudo me llegan comunicaciones por correo electrónico de convocaciones a pedir perdón por los pecados de esta o de esta otra ciudad o nación, a pedir perdón por los pecados de nuestros antepasados, a arrepentirnos de pecados que no hemos cometido, pero se nos invita a identificarnos con ellos, a buscar como sea una unidad, muy por encima de cuestiones de doctrina….como si todo ello fuera algo imprescindible para mover el corazón de Dios para que este perdone a las ciudades y traiga el anhelado y tantas veces profetizado “avivamiento”.
Realmente, excepto al mandamiento de orar por todos los hombres (1 Ti. 2: 1) no puedo ver ni un ápice de esas cosas anteriormente mencionadas en el Nuevo Testamento, pero la creencia, que casi roza la superstición, es que si hacemos constantemente estas cosas, Dios se moverá, si ponemos fe (como si hubiera que convencerle con esos argumentos).
No obstante Wagner todavía va más lejos con lo que dice, además de todo esto, él le añade la cuestión del liderazgo, es decir, de sus “apóstoles de la ciudad”. Si se les admite, el prevé que en este tiempo las ciudades serán transformadas:
“No interpreto nuestro mandato de orar para que nuestras ciudades sean transformadas de aquí a cuarenta, cincuenta o sesenta años. Me gustaría ver que ocurriera en nuestra generación, no en la próxima” (8)
Y para que eso sea posible, uno de los conceptos cruciales para transformar las ciudades es el reconocimiento de los “apóstoles de la ciudad” (9), según Wagner.
4. Las tres premisas wagnerianas
Wagner parte de tres asunciones que carecen de verdad bíblica:
a-La validez actual del apóstol (tal y como fueron los doce) (10)
b.La existencia de una iglesia de la ciudad, a base de muchas congregaciones (11)
c.La existencia de apóstoles de una ciudad (12)
a. La validez del apóstol (tal y como fueron los doce)
Peter Wagner, haciendo específica alusión a Efesios 2: 20, donde nos dice la Escritura que hemos sido edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (no sobre las personas, sino sobre la doctrina inspirada que ellos nos dieron a conocer), haciendo caso omiso a esto último, asegura que “los apóstoles y los profetas no son personajes con una actuación histórica de dos mil años o más en el pasado. Son una realidad actual” (13)
Con esa declaración, nos advierte que así como fueron aquellos doce hombres escogidos directamente por Jesucristo como testigos suyos de su vida y resurrección, existen ahora hombres de igual modo (¿quizás vivieron hace dos mil años y fueron testigos como aquéllos y no nos hemos enterado?) Por lo tanto, y bromas aparte, esa asunción cae por su propio peso. El oficio de los doce cesó y es irrepetible.
b.La existencia de una iglesia de la ciudad a base de las congregaciones
Wagner asegura que existe una unidad llamada iglesia de una ciudad, y que está formada por todas las congregaciones de esa ciudad:
“…la iglesia de la ciudad es una que se reúne en muchas congregaciones distintas. Jesús es el gran pastor de la iglesia de la ciudad, y los pastores de la iglesia local son los copastores” (14)
Esto no lo enseña la Biblia, es sólo una idea que además, ni es real, ni es factible. La Iglesia de Cristo es Universal, y no está configurada en ciudades, sino que está formada por todas las existentes congregaciones o iglesias de Cristo en todas partes. Conceptuarla o resumirla a una ciudad y a otra, es un error.
Tampoco es cierto que Jesús sea el pastor de la “iglesia de la ciudad”, como los pastores de cada congregación son los co-pastores. Esto es una simpleza. Jesús es el Cabeza de la Iglesia la cual es Su cuerpo, por lo tanto esto nos habla de universalidad, jamás de localidad. Además, aquí Wagner se contradice, si los pastores son los co-pastores de la presunta iglesia de la ciudad, ¿dónde encajan sus “apóstoles”?
c. La existencia de apóstoles de una ciudad
Wagner asegura que existiendo una iglesia de la ciudad, deberán existir apóstoles de la ciudad (contradiciéndose con lo de justo arriba).
Escribe así: “…algunos apóstoles son apóstoles de la ciudad…Si podemos aceptar la idea de que hay una iglesia de la ciudad, y si reconocemos que los apóstoles y profetas son el fundamento de la iglesia de la ciudad, se deduce lógicamente que la iglesia de la ciudad, como iglesia debe tener apóstoles” (15)
¡Qué osado es! Claramente nos coloca el concepto que ya debiéramos según el de aceptar que los “apóstoles y profetas son el fundamento de la iglesia de la ciudad”, otra vez, mal basándose en Efesios 2: 20.
¡Pues no, Wagner, no aceptamos ni reconocemos nada de eso! ¡Ni existe el concepto de “iglesia de la ciudad”, por tanto no existen los “apóstoles de la ciudad”, ni existen esos nuevos apóstoles y profetas que dice usted que son “el fundamento de la Iglesia”, ni siquiera de la “iglesia de la ciudad”, la cual – insisto - sólo existe en su exuberante imaginación!
Al respecto de esto último, hemos de entender que cada verdadera congregación de Cristo es la Iglesia de Cristo, como parte integrante de esta. Apocalipsis 2, 3, ciertamente nos habla de la iglesia sita en tal o cual ciudad, pero es debido al hecho de que esas ciudades eran más pequeñas que las de ahora y existían comparativamente menos cristianos. A nadie se le ocurriría en estos días pensar en términos de una sola mega congregación para una ciudad como Madrid, o Nueva York, por ejemplo.
¿Por qué ese afán en ver este mundo transformado aquí y ahora? Todo ello parte de otra falsedad; la cuestión dominionista (*).
(*) “El Dominionismo es escatología post-milenial y militante, que enseña que la única manera para que el mundo pueda ser rescatado, debe ser a través del poder temporal y terrenal previamente incautado por la Iglesia a éste. Sólo después de que de ese modo el mundo haya sido rescatado, podría entonces regresar el Señor Jesús”
El planteamiento posmilenarista (el Reino Ahora) es clave aquí para entender las pretensiones de esos falsos maestros. Como tantas veces hemos explicado ya, ellos creen que la Iglesia ha sido llamada a establecer el Reino de Dios sobre esta tierra, y que hasta que eso no lo consiga, no podrá regresar Cristo.
Por lo tanto, vemos aquí el carácter de urgencia, no tanto como para acelerar la venida del Señor como para entronizar a esos hombres que según Wagner, Maldonado, Chavez, Eghart, Hamon, Jacobs y cientos más, tendrían el gobierno de Dios sobre las congregaciones de la ciudad, y hasta la “nueva revelación” que sería menester para la consecución de ese utópico fin: la “transformación de las ciudades”, y de ahí la transformación del mundo entero.
Para que lleguemos a creer la falacia de la transformación de las ciudades, para ello se requiere de la aceptación, reconocimiento y obediencia de esos hombres especiales por parte de los creyentes de la ciudad, como dice el propio Wagner: “…los apóstoles de la ciudad en la ciudad son dados por Dios, y si ese es el caso, su pueblo debería reconocerlos como tales” (16)
Para la implantación del Reino sobre la tierra por parte de la iglesia, como paso previo, sería absolutamente imprescindible el aceptar la dignidad jerárquica de esos hombres ungidos, a los cuales todos los ancianos o pastores de las congregaciones de las ciudades se deberían someter sin dilación y sin reserva (véase que estamos hablando del Reino), como el mismo Wagner asegura:
“…los apóstoles de la ciudad funcionan como pastores principales, cada uno en su propia esfera (*), y los demás pastores en la ciudad funcionan bajo los apóstoles como los miembros del personal de la iglesia funcionarían normalmente bajo su pastor principal ¡Este diseño funcionará!” (17)
De forma diáfana Wagner nos está diciendo que el verdadero pastor de cada congregación no es el pastor, sino el “apóstol”.
(*) Wagner llama a esas esferas, “esferas de autoridad” (18)
Estoy de acuerdo en que si se persigue la implantación del “Reino”, se deba de pensar en jerarquía, en mando, en organización piramidal, pero la Biblia me enseña todo lo contrario. La Biblia me enseña que la Iglesia NO HA SIDO LLAMADA A ESTABLECER EL REINO, el cual sólo lo establecerá el Rey en su venida gloriosa (no Reino sin Rey).
Así que otra vez digo, una mentira (la del establecimiento del Reino) lleva a otra mentira, la de (transformar las ciudades), y a otra consecuente (la de levantar “apóstoles de la ciudad”)
Recientemente, en mis conferencias impartidas a los hermanos en Londres (Inglaterra), les comentaba acerca de la triste realidad actual, que más que nunca antes en la historia de la iglesia, las ganas de oír cuentos y fábulas, y el aumento de los fabulistas que ocupan grandes púlpitos, es absolutamente demencial.
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4: 3, 4)
La fábula del establecimiento del Reino por parte de la iglesia y sus derivaciones, es un atentado a la sana doctrina, que está haciendo que muchos desvaríen de su fe.
(*) “El Dominionismo es escatología post-milenial y militante, que enseña que la única manera para que el mundo pueda ser rescatado, debe ser a través del poder temporal y terrenal previamente incautado por la Iglesia a éste. Sólo después de que de ese modo el mundo haya sido rescatado, podría entonces regresar el Señor Jesús”
El planteamiento posmilenarista (el Reino Ahora) es clave aquí para entender las pretensiones de esos falsos maestros. Como tantas veces hemos explicado ya, ellos creen que la Iglesia ha sido llamada a establecer el Reino de Dios sobre esta tierra, y que hasta que eso no lo consiga, no podrá regresar Cristo.
Por lo tanto, vemos aquí el carácter de urgencia, no tanto como para acelerar la venida del Señor como para entronizar a esos hombres que según Wagner, Maldonado, Chavez, Eghart, Hamon, Jacobs y cientos más, tendrían el gobierno de Dios sobre las congregaciones de la ciudad, y hasta la “nueva revelación” que sería menester para la consecución de ese utópico fin: la “transformación de las ciudades”, y de ahí la transformación del mundo entero.
Para que lleguemos a creer la falacia de la transformación de las ciudades, para ello se requiere de la aceptación, reconocimiento y obediencia de esos hombres especiales por parte de los creyentes de la ciudad, como dice el propio Wagner: “…los apóstoles de la ciudad en la ciudad son dados por Dios, y si ese es el caso, su pueblo debería reconocerlos como tales” (16)
Para la implantación del Reino sobre la tierra por parte de la iglesia, como paso previo, sería absolutamente imprescindible el aceptar la dignidad jerárquica de esos hombres ungidos, a los cuales todos los ancianos o pastores de las congregaciones de las ciudades se deberían someter sin dilación y sin reserva (véase que estamos hablando del Reino), como el mismo Wagner asegura:
“…los apóstoles de la ciudad funcionan como pastores principales, cada uno en su propia esfera (*), y los demás pastores en la ciudad funcionan bajo los apóstoles como los miembros del personal de la iglesia funcionarían normalmente bajo su pastor principal ¡Este diseño funcionará!” (17)
De forma diáfana Wagner nos está diciendo que el verdadero pastor de cada congregación no es el pastor, sino el “apóstol”.
(*) Wagner llama a esas esferas, “esferas de autoridad” (18)
Estoy de acuerdo en que si se persigue la implantación del “Reino”, se deba de pensar en jerarquía, en mando, en organización piramidal, pero la Biblia me enseña todo lo contrario. La Biblia me enseña que la Iglesia NO HA SIDO LLAMADA A ESTABLECER EL REINO, el cual sólo lo establecerá el Rey en su venida gloriosa (no Reino sin Rey).
Así que otra vez digo, una mentira (la del establecimiento del Reino) lleva a otra mentira, la de (transformar las ciudades), y a otra consecuente (la de levantar “apóstoles de la ciudad”)
Recientemente, en mis conferencias impartidas a los hermanos en Londres (Inglaterra), les comentaba acerca de la triste realidad actual, que más que nunca antes en la historia de la iglesia, las ganas de oír cuentos y fábulas, y el aumento de los fabulistas que ocupan grandes púlpitos, es absolutamente demencial.
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4: 3, 4)
La fábula del establecimiento del Reino por parte de la iglesia y sus derivaciones, es un atentado a la sana doctrina, que está haciendo que muchos desvaríen de su fe.
6. Resumiendo
El objetivo del Evangelio, no es el de transformar las ciudades, ni el mundo entero, ni siquiera al individuo incrédulo (2 Co. 4: 3, 4). El objetivo del Evangelio es el de hacer al creyente conforme a la imagen de Su Hijo (Ro. 8: 29).
Una vez, el Dr. Martin Lloyd-Jones escribió:
“El propósito del cristianismo no es producir hombres buenos, sino crear hombres nuevos, no mejorar la sociedad como tal, sino confrontar a los hombres individualmente” (19)
El vocablo “transformar” ni siquiera viene en la Biblia como tal, y de usarlo, deberíamos preguntarle al Dr. Wagner, así como a muchos correligionarios suyos, qué es lo que realmente quieren decir por “transformar las ciudades”¸ ¿transformarlas cómo o en qué?
Todo ello redunda en una sutil excusa para procurar el levantamiento de una jerarquía que la Biblia no contempla para la Iglesia; un levantamiento estructural piramidal que Cristo mismo desechó y condenó para sus discípulos (Mt. 20: 25-28); un movimiento que apunta hacia el establecimiento del llamado Nuevo Orden Mundial, en su aplicación al cristianismo (véase Ap. 13: 11ss)
Para estos hombres que enseñan estas cosas, es evidente que el Espíritu Santo prácticamente no cuenta, al ensalzar tanto la figura de su “apóstol - apostolítico”, el cual lo levantan como vicario y cara visible – aunque demacrada - del santo y bendito Espíritu de Dios, Quien realmente es el que debe gobernar la Iglesia.
Por lo tanto, otra vez lo siguiente nos ayudará recordar la sabiduría de Dios:
“Cesa, hijo mío, de oír las enseñanzas que te hacen divagar de las razones de sabiduría” (Pro. 19: 27)
“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Prov. 1: 7)
Dios les bendiga.
Notas:
1. “Apóstoles de la Ciudad”, C. Peter Wagner, Ed. Vida; portada.
2. Ibidem
3. Ibidem, contraportada
4. Ibidem.
5. Ibidem
6. Ibidem, pág. 53
7. Ibidem
8. Ibidem, pág. 58
9. Ibidem
10. Ibidem; págs. 58, 59
11.Ibidem; págs. 59, 60
12. Ibidem, pág. 59
13.Ibidem
14. Ibidem; 60
15. Ibidem
16. Ibidem, pág. 76
17. Ibidem; pág. 63
18. “Apóstoles en la Iglesia de Hoy”; C. Peter Wagner; Ed. Peniel, portada
19. Dr. Lloyd-Jones, de su libro, Knowing the Times
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