Los seres humanos siempre buscan lo que es más agradable a los ojos. Desde antes de pecar en el Edén, el deseo de “ser y tener” estaba presente en el corazón de las criaturas de Dios. El mismo Satanás, cuando era ángel de luz, concibió el deseo de ser más, y codició ser semejanza al Altísimo (Is. 14:14), originándose su caída. Esta
característica de la naturaleza humana pone de manifiesto el egoísmo,
lo que nos hace vulnerables a creer y buscar siempre lo fácil, cómodo y
saludable, debido a lo cual, muchos se aprovechan de esta fragilidad
humana para presentarles un mensaje lleno de fantasías y falsas esperanzas, que se convierte en la mentira del diablo.
Siempre ha habido predicadores o profetas que han adaptado el mensaje al gusto del oyente. Si el mensaje era positivo (en lo relacionado a la salud y la prosperidad) los resultados eran buenos: Adulación, recompensa y fama. Pero si al contrario, el mensaje era negativo (de juicio o
calamidad), el desprecio, rechazo y apedreamiento eran casi seguros.
¿Por qué esta actitud? Por la sencilla razón de que nos gustan los
mensajes fantásticos, aunque sean una mentira lucrativa de aquellos que no nos confrontan con el pecado.
VÍCTIMA DE LA MENTIRA
Jeremías 23:32 nos muestra el reproche de Dios a su pueblo y declara: “He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos y
los cuentan, haciendo errar a mi pueblo con sus mentiras y con su
liviandad. Yo no los envié ni les mandé. Ningún provecho traerán a este
pueblo, dice Jehová”. Esto muestra que siempre ha existido y existirán mentirosos que dicen cosas que Dios jamás dijo. ¿Qué es la mentira?
Todo lo que no es verdad. Es por ello que a la hora de enseñar
promesas, debemos considerar las demandas o condiciones, así como el
marco histórico de cada una que originó la misma. En este punto debemos
equilibrar, no solo el mensaje de prosperidad material a los demás textos bíblicos, sino moderar nuestra enseñanza de sanidad a una lógica bíblica relacionada con el juicio edénico y la soberanía de Dios.
La Biblia establece que el pecado entra en el corazón del hombre por la desobediencia.
Que a través de Adán todos heredamos esa naturaleza pecaminosa (Ro.
5:14) que nos lleva a dos muertes: la física y la espiritual. Cuando
aparece Jesús, recibimos por medio de su muerte y resurrección, la “vida eterna”, perdida en el huerto del Edén, y recuperada mediante la redención en la Cruz: “Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” 1 Corintios. 15:22. Pero, ¿El ser vivificado en Cristo significa una liberación total del juicio Edénico? ¡NO! Sino una promesa de redención al terminar nuestra vida terrenal, y partir al encuentro con Dios. Es allí cuando acabará toda lágrima y dolor (Ap. 21:4).Pablo acepta el hecho de que este cuerpo físico está sujeto al juicio edénico al decir en 2 Corintios 4:16: “Por
tanto, no desmayamos; más bien, aunque se va desgastando nuestro hombre
exterior, el interior, sin embargo, se va renovando de día en día”.
¿Qué representa el término “desgastando nuestro hombre exterior”? Consumirse, envejecerse y deteriorarse. Significa que estamos sufriendo parte del juicio Edénico, según Génesis 3:16-19, donde se establece que:
- · La mujer pariría con dolor y se sujetaría a su Marido (16).
- · Como consecuencia de ello, tendría que sudar
- · y sufrir por los cardos y espinos de la vida (18-19).
- · 3- Y ambos tendrían que morir (19).
- El hombre tendría que trabajar para vivir.
¿De qué maldición nos liberó Cristo? De la condenación, y separación de Dios causada por el pecado; “ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”(Romano.
8:1). Sin embargo, seguimos sufriendo, envejeciendo, trabajando,
sudando, y enfermando. Las mujeres siguen pariendo con dolor. El juicio a la carne está vigente. Si esto es así ¿Cómo podemos ofrecer un evangelio sin sufrimiento?
¿Acaso Cristo ofreció a sus seguidores el ser “supermanes o
superhombres”? Dicen los maestros de la”súper fe” que un cristiano ni
puede ser pobre, ni estar enfermo. Y llegan incluso a afirmar que <ambas cosas son maldiciones>, de las cuales hay liberación total y afirman que: “Si Él pago el precio, (en referencia a Isaías 53) se llevó sus enfermedades, usted no tiene por qué seguir sufriendo”, Sin embargo la vejez es “molestia y trabajo” (Sm 9010-11) porque de algo tenemos que morir.
¿PUEDE UN CRISTIANO SUFRIR?
Partiendo de esta falacia; “un cristiano jamás puede estar enfermo, si es fiel”. ¿Cómo podemos explicar las enseñanzas de Jesús cuando al entrenar a sus discípulos les dijo:
- 1. Seréis aborrecidos por mi causa. Juan 15:18.
- 2. Sufriréis aflicción. Juan. 16:33, Mateo. 13:21.
- 3. Sufriréis como ovejas en medio de lobos, Mateo. 10:16, Lucas. 10:3.
¿Y cómo podemos aplicar las enseñanzas de los apóstoles, cuando declararon que el sufrimiento es parte inseparable de la vida cristiana, y compararon estos hechos al sufrimiento de los profetas, apóstoles, y del mismo Jesús? Ver; 1 Pedro. 4:12-17, 2 Corintios 11:23-29, 2 Timoteo 1:8, 1 Pedro 5:9, Lucas. 11:49. Si vamos a la historia descubriremos cómo todos los apóstoles sufrieron oprobios, escarnio, persecución, necesidades, pobreza, dolores, enfermedades. Todos, excepto Juan, murieron martirizados. Si aplicamos los parámetros de los predicadores de la prosperidad y
súper fe a estas realidades tendríamos que decir que los 12 apóstoles
no tuvieron fe. ¿Cuál de ellos fue rico? ¿Cuál de ellos vivió bien?
¿Cuál de ello no sufrió oprobio? Debemos reconocer la Soberanía de Dios en relación a sus hijos. Un cristiano puede estar enfermo y a la vez ser un fiel siervo de Dios, como lo fue San Pablo que enfermó (2 Corintios. 11:29, 12:7-10) e incluso gracias a una enfermedad física se detuvo en Galacia para predicar levantando una iglesia entre ellos “y declarando que les predicó a Cristo” (Gál. 4:12-14) afirmando que “a causa de una enfermedad del cuerpo”.
No
somos invulnerables a las enfermedades. La victoria final sobre la
muerte y la carne es la partida para estar con Cristo, lo cual se
describe como ganancia (Fil. 1:21). No podemos evadir el sufrimiento,
sino más bien gozarnos como dice Filipenses 1:29 “Porque se os ha concedido a vosotros, a causa de Cristo, no solamente el privilegio de creer en él, sino también el de sufrir por su causa”,
Este mensaje equilibra la balanza, pues no todo es color de rosa.
ENTRENADOS PARA SUFRIR
¿Por qué se sufre? Por el juicio y las consecuencias del pecado está vigentes, porque estamos sujetos a la ley del pecado, que mora en nosotros (Romano. 7:7:23). Porque este cuerpo es polvo y al polvo se vuelve. Se puede sufrir haciendo lo malo o haciendo lo bueno. El cristiano entrenado en la entrega y el amor, sufre como un soldado, el cual es capacitado para padecer adversidades como enseña la Palabra (2 Timoteo.
2:3). Quien ama, sufre. Quien predica un mensaje contra el pecado, y no
se adapta al príncipe de este mundo, sufre los ataques del diablo, como
les aconteció a Jesús y los mismos apóstoles (Filipenses1:12-14). ¿Y es que acaso nosotros somos mejores que ellos? ¿No dijo Jesús que <en el mundo tendríamos aflicción> pero si confiamos en Él, <venceríamos al mundo> (Juan 16:33)? El término “vencer al mundo”
es salir victorioso del sufrimiento, sin negar la fe. Algunos dirán que
esto no significa que sufriríamos. Si no fuese así: ¿Cómo explicaríamos
el llamamiento de Jesús cuando dijo en Mateo 16:24: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, y tome su cruz, y sígame”?¿Es
qué tomar una cruz tiene sentido de riquezas, felicidad y bienestar
completo, sin dolor y padecimiento? Tomar la cruz significa resignación y
firmeza en los momentos de prueba y sufrimiento. Es estar dispuesto a
sufrir como cristiano, y eso fue lo que enseñó 1ª Pedro 4:16: “Pero si alguno padece como Cristiano, no se avergüence; antes glorifique a Dios en esta parte”.
En los últimos tiempos los
cristianos sufrirán, por razón de su fe, y el Señor castigará con
tribulación a los que los atribulan (2 Tesalonicenses 1:6). Las
profecías de Apocalipsis nos muestran que los verdaderos discípulos serán
guardados de las pruebas que sobrevendrán en los últimos tiempos, no
sin antes padecer un poco (Ap. 3:9-11) y deberán luchar por retener la
corona. Muchos serán engañados con el aumento de la apostasía, que nacerá de la avaricia de aquellos que predicarán un evangelio mercantilizado, y harán negocios con vuestras almas y los dones de Dios (2 Pedro 2:3). No debemos negar al Dios que hace milagros, ni al que sana, pero debemos mantener un equilibrio que no convierta a Dios en un títere de los caprichos humanos, imponiéndole cosas que muchas veces pueden chocar con su Soberanía.
¿CÓMO SE ORABA EN EL N.T.?
Si
estudiamos las oraciones del Nuevo Testamento, notaremos que en todas
ellas se actuó con prudencia, no asumiéndose posiciones autoritarias
hacia Dios, como el hecho de decir que “tú tienes” “tú debes” “yo te ordeno”, etc. ¿Quién soy yo para decirle al Señor (Kyriossignifica soberano Señor) lo que debe o no debe hacer? Sin embargo, los predicadores de la prosperidad se toman una autoridad que sobrepasa los límites de la lógica, para usar a Dios como una herramienta de sus propios intereses cayendo en blasfemia. ¡Qué bien los describe Judas 12-13!:
“Estos son manchas en vuestros convites, que banquetean juntamente, apacentándose á sí mismos sin temor alguno:
nubes sin agua, las cuales son llevadas de acá para allá de los
vientos: árboles marchitos como en otoño, sin fruto, dos veces muertos y
desarraigados; Fieras ondas de la mar, que espuman sus mismas
abominaciones; estrellas erráticas, á las cuales es reservada
eternamente la oscuridad de las tinieblas”.
Cuando los cristianos primitivos oraban tenían sumo cuidado en no
actuar con soberbia y prepotencia. Veamos con qué sabiduría demandaban a
Dios milagros y sanidades: “Y
ahora, Señor, mira sus amenazas, y da a tus siervos que con toda
confianza hablen tu palabra; Que extiendas tu mano a que sanidades, y
milagros, y prodigios sean hechos
por el nombre de tu santo Hijo Jesús” (Hch. 4:29-30). ¿Para qué pedían los milagros y las sanidades? Para glorificar el nombre de Dios en medio de un pueblo incrédulo. Fijaos que lo primero que piden es “confianza para hablar la Palabra”, y en ningún momento usan el “dar u ordenar” –si tú me das esto, yo te doy aquello, yo te ordeno que levantes al enfermo etc.” como
condicionante del obrar. ¿Saben por qué? Porque las señales seguirían,
vendrían detrás, como efecto de la predicación y no como una
especulación o show que exalte al hombre.
EL NEGOCIO DE HACER MILAGROS
Hoy día estos actos, además de imperativos y caprichosos, se usan para que un hombre se vuelva estrella y tome los milagros como punto de referencia para obtener dividendos o ganancias personales. Esto equivale a hacer mercantilismo del poder de Dios, como lo hizo Simón el mago (Hch. 8:18-22). Existe una competencia pública entre los predicadores de la súper fe para
ver quién es el más usado, el más televisivo, el que más gente
arrastra, el que mejor engranaje tiene, etc. para ver cuál es el más
grande megapastor, apóstol o tele-evangelista. Estos personajes se
auto-promueven con las modernas técnicas del marketing. ¡Qué lejos están estos hombres de entender y vivir aquel texto que dice en Filipenses 2:3: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros”! Pero la triste realidad es que muchos se consideran superiores, y hacen alarde de sus “poderes, títulos y ostentosidades”, ¿Y saben por qué? Porque han perdido la sencillez y el espíritu de Cristo.
LA GUERRA DE LOS TITULOS
En nuestro mundo se mide al hombre por su apariencia y presentación, a esto se le llama “crear una imagen”. El buscar espacios, reconocimientos y fama mediante títulos y la exaltación del
“YO” es una de las herramientas más poderosa que existe en la
actualidad para convertirse en un manipulador de las masas. En el pasado
nacieron, dentro del cristianismo de Roma, los títulos que formaron estructura de la jerarquía católica. Se crearon toda clase de posiciones, a los cuales se les concedían poderes “espirituales” sobre los creyentes. El Papa mandaba a los cardenales, éstos a los arzobispos, y éstos a los obispos, y éstos a los sacerdotes, y los sacerdotes al pueblo. Esta autoridad se volvió tan vertical y radical que se convirtió en la Edad Media en la fórmula de manipulación más
poderosa de Roma para controlar la ciencia, la política y la religión
del continente Europeo, llevando al mundo a una dictadura eclesial.
Con el surgimiento de la reforma protestante, y de la evolución de la
fe evangélica, la sencillez reapareció lentamente, pero en los últimos
cincuenta años el espíritu medieval de buscar grandeza y títulos ha
resurgido con mas fuerza en este tercer milenio pero con otro matiz; el
de tener protagonismo y manipular a las masas proclamándose doctor,
apóstol, profeta, obispo etc. y convirtiendo la iglesia en una empresa y
al pastor o apóstol en un empresario. En la actualidad estamos llenos
de los llamados “ungidos”, que aparecen como “evangelistas internacionales” y “pastores generales” que demandan honra, gloria y exaltación de
sus miembros. Entran a los cultos por la puerta de atrás. Para verle
hay que pedirles audiencia, y sólo son accesible para los ricos y
poderosos. Esquivan tratar con el pueblo fuera de un púlpito. Se
retratan y se auto proclaman “el gran siervo de Jesucristo” con poses y peinados artísticos (look).
A esto se le llama forjar una imagen de “ministro”. Hacen cursos de
<excelencia humana> y adoptan los parámetros de las empresas
mercantiles en el marketing de promocional al hombre “estrella” y sus mensajes son motivacionales y auto vanaglorioso.
En vista de esta vulnerabilidad humana -la vanagloria- muchos se hacen ricos ofreciendo cursillos en los cuales venden títulos de
doctorados. En estos curso lo que cuenta es lo que se pagas, no lo que
se sabes. El mayor peligro que desencadena esta conducta es el poder que
toman los que tienen un título, para manipular a la gente y hacerles
creer que por ser apóstol o
doctor tienen el derecho de determinar y proclamar sus propias
opiniones como dogma de fe, e imponerlas como forma de conducta para la
iglesia. A estos es a los que San Pedro llamo “falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras”(2 Pedro 2:1)
EL APOSTOLADO, UN PASO AL PAPADO
El surgimiento del énfasis en los ministerios de la iglesia según Efesios 4:11, cosa que creo y enseño firmemente, ha creado una tendencia a hacer de estas funciones, títulos que no sólo dan posición, sino que lentamente producen poderes. Hoy día se nombran profetas y apóstoles como que tal función fuera una titulación académica o jerárquica. Para entender lo expuesto debemos definir ambos términos: “Apóstol” y “Profeta” según el sentido Bíblico de la Palabra.
EL APÓSTOL: Apostolado o apóstol es un término griego que significa “enviar en pos de sí” o “de parte de”. Es
una función o una acción, pero nada tiene que ver con un título o
posición de autoridad vertical. Los apóstoles alcanzaban el
reconocimiento por su función, al fundar iglesias, y no porque alguien
así lo determinara. Es como ser padre o abuelo, esto viene mediante la
multiplicación y no por reconocimiento humano o titulación. Nadie es
abuelo sin tener nieto, aunque se le dé un título como tal. Para ahondar
en estos principios recomiendo el libro “Los ministerio y el discipulado en una Iglesia Normal”
en el cual expongo a fondo lo que debe ser una iglesia norman que
produce de forma natural los ministerios que son funcionales y no
titulares.
PROFETA: No
es un ministerio de profecías, ni de manipulación al pueblo por medio
de revelaciones, sino aquel que da dirección bíblica a los demás
ministerios en la problemática de la iglesia. Es especie de un maestro
consejero de los pastores, que produce pastores, y los apoya en momentos
difíciles. Se aparta del pueblo para estudiar y buscar a Dios a fin de
apoyar a los demás ministerios en los momentos que aparece una crisis
espiritual. Recordemos y analicemos el papel de los profetas en el A.T.
para tener una idea de la función de este ministerio. Todas estas
acciones son funciones y como tales debemos potenciarlas en la vida
natural de la iglesia dentro de un pluralismo ministerial
LA IGLESIA Y LOS DONES EN LOS CRISTIANOS
Es
importante entender que la iglesia al definirse como cuerpo, convierte
los dones, ministerios y operaciones en funcionales, por lo que todo
aparece lentamente, según el crecimiento del cuerpo. Esta realidad de
“Iglesia Cuerpo” hace que ninguna función pueda ser titular. No podemos
negar que las capacidades humanas sirven de base a las diversas
funciones, por lo que podemos ser mejor en cierta área más que en otra,
como por ejemplo, en el evangelismo, la enseñanza o en el pastoreado,
pero esto no nos inhibe de que en potencia ejerzamos cualquier funciona
fuera de lo que más domino, según la necesidad de cada momento.
Todos
somos ministerios generales según Efesios 4:11-12 Dios escoge
ministerios especiales para perfeccionar a los santos en los ministerios
generales. Es deber de todos evangelizar, enseñan, predicar, testificar
y compartir los dones naturales y espirituales en la iglesia. Aunque
podemos ser mejores en un área determinada, por el don natural, no
estamos exentos de ministrar más allá de lo que nos gusta, porque el
Espíritu nos lleva a actuar según la necesidad, y no por el capricho
individual. Recordemos que tanto los dones ministeriales (dados por
Jesucristo) como los dones espirituales (dados por el Espíritu Santo)
son para la edificación del cuerpo y según la necesidad de cada persona,
tanto en sí mismo, como en el momento y lugar en que vive, porque el
que reparte es el Espíritu y Jesucristo según las necesidades del
cuerpo. Nada es para vanagloria, todo es para edificación. En estas
realidades debemos de estar claros.
El
titulo, la ropa o la ostentosidad no nos da más autoridad o poder,
porque ambas cosas vienen del Padre Celestial mediante dos factores que
no debemos olvidad:
Primero: Nuestra forma de respaldar con nuestra vida lo que predicamos con nuestra boca.
Segundo: Por el poder y la autoridad que nos da el Espíritu Santo.
Recordemos
que a Juan el Bautista Jesús lo catalogo como el más grande de los
profetas, y sin embargo, vestía con pieles de camello y comía miel
silvestre, razón por lo cual el Señor lo alabo por su sencillez cuando
dijo en Mateo 11:6-11: “Mientras
ellos se iban, comenzó Jesús a decir de Juan (el Bautista) a la gente:
¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento?¿O
qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He
aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes
están.Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta.Porque
éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante
de tu faz, El cual preparará tu camino delante de ti.De
cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro
mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los
cielos, mayor es que él”. Mario fumero
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