lunes, 10 de septiembre de 2012

CONTINUA REFORMA


 
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” Romanos 12:2
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Uno de los tantos males que llevamos en nuestra naturaleza caída por el pecado, es la inclinación inherente al costumbrismo y a la tradición. Mucho se habla de que los seres humanos somos “animales de costumbres” y cuando hay cambios menores, medianos o radicales, rezongamos, pataleamos, pero al fin de todo, terminamos acostumbrándonos.

Esta tónica que nos impone este mundo, se encuentra con una tremenda oposición a lo que Dios enseña en su Palabra.
El texto de Romanos 12:2, señala una clara exhortación a no “adaptarnos” al mundo. La palabra “conforméis” que inicia el texto selecto, proviene de un vocablo griego que alude la acción de moldear o preformar algo, en este caso, moldearse según este siglo, es decir, según lo que el mundo establece.
El mundo nos quiere moldear según sus intereses y formas, y de acuerdo a sus afanes y logros. Por tal razón, la iglesia y cada creyente debe tener la disposición a establecer permanentemente una continua reforma para corregir aquella natural tendencia a la deformación. En otras palabras, este mundo nos deforma, pero Dios quiere continuamente reformarnos. El asunto es, ¿estamos dispuestos a vivir una continua reforma?

La historia de la iglesia revela que desde el primer siglo se ha vivido aquella experiencia de caer en moldes y parámetros que establece el mundo, abandonado los principios de Dios. Recordemos la iglesia de Éfeso que abandonó el primer amor o la tristemente célebre iglesia de Pérgamo que se conformó a este siglo de manera absoluta (Apocalipsis 2)
Lamentablemente, en nuestra mente solo nos ha quedado el registro histórico de la gran y única “reforma” protestante del siglo XVI y nada más. De allí en adelante, la iglesia de Cristo se ramificó de las maneras más diversas hasta la actualidad, sin observar masivamente la disposición a la continua reforma. Por tal razón, el contante divisionismo del pueblo de Dios.

No obstante, sí existieron movimientos de hermanos celosos y amantes de la Palabra de Dios que dejando tradiciones y liturgias, experimentaron continuas reformas, sacando del polvo del olvido, los anales de la iglesia primitiva que gozaba de alegría y sencillez de corazón. Eran épocas refrescantes y de legítimos avivamientos, donde los hermanos se reunían al solo nombre de Jesucristo lejos de todo ritualismo o extravagancias tan frecuentes en nuestros días.

Solo nos hemos quedado con lo ocurrido en el año 1517 cuando un hombre de Dios llamado Martín Lutero, desafía al mismo infierno para decir NO a la tradición y reivindicar los cinco pilares del cristianismo bíblico; Solo Cristo, sola gracia, solo la fe, solo la escritura y solo la gloria a Dios.

¿Pero que pasó con las generaciones posteriores a la memorable reforma protestante? ¿Acaso Martín Lutero no continuó en un sistema preformado según este mundo? ¿Acaso las iglesias post reformistas no mantuvieron sus liturgias y tradiciones conforme a las demandas de este siglo?
La biblia enseña que debemos cada momento inspeccionar de manera diligente como andamos y como esta nuestra situación respecto a la perfecta voluntad de Dios, que es lo que justamente el apóstol Pablo dice en la segunda parte del pasaje de Romanos citado anteriormente:
“…sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” Romanos 12:2

“comprobando lo que es agradable al Señor. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios” Efesios 5: 10-15
El llamado apostólico a “renovarnos” no tiene que ver con la actual premisa de crear un nuevo paradigma de iglesia vanguardista como los falsos profetas enseñan ahora, lo que está diciendo el apóstol Pablo es que debemos dejar los moldes y acomodaticios mundanos y volver a la perfecta voluntad de Dios.
Dios desea que continuamente estemos mirando nuestro camino de manera diligentemente, comprobando cual es la voluntad de Dios, y esto, porque nuestro Padre celestial sabe muy bien de nuestra natural inclinación a deformarnos.

La inclinación al error es propia de todo ser humano, inclusive creyentes, es fundamental partir de esa premisa, ya que si alguien no reconoce aquello, quiere decir que adolece de una tremenda soberbia o altivez de espíritu.
El creyente es como un árbol en su fase de crecimiento; si no tiene una vara que guíe de manera férrea su débil tronco, este se torcerá inevitablemente y terminará por ser un grueso e imponente tronco, pero deformado.
La Biblia y la pura dependencia del Espíritu Santo, es aquella vara que ha de guiar el crecimiento de una iglesia y de cada creyente en particular. No es la erudición de un hombre ni menos la larga y ostentosa tradición, sino que Dios es quien da el crecimiento y el óptimo desarrollo:
“Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” 1 Corintios 3:7
Es impresionante observar con que facilidad nos moldeamos de acuerdo a las costumbres o formas, lo que nos lleva constantemente a una deformación que continuamente debe ser corregida.
A veces por asuntos personales y casi egoístas, se asientan doctrinas de pasajes bíblicos aplicados de manera subjetiva y que alteran o deforman la doctrina sana de una iglesia. Como en la actualidad existe aquella deificación de los hombres predicadores, nadie duda de lo que se está enseñando y por lo tanto, los errores terminan por convertirse en tradiciones y que toman una fuerza extraordinaria con el tiempo.
A modo de ejemplo, cito la experiencia de aquel hermano misionero que predicaba el evangelio asistiéndose con un enorme cuadro donde se ilustraba los dos caminos y los dos destinos del hombre creyente e inconverso. Dicha práctica se convirtió en un forma irrestricta de predicar el evangelio en aquella congregación que nació con aquel misionero. Eso es un claro ejemplo del poder de la tradición y que a veces, nos lleva a deformarnos según una determinada costumbre y que nadie esta dispuesto a revisar ni menos corregir.

La biblia muestra la experiencia real de lo que significa una idea deformada producto de la tradición:
“..Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” Juan 21: 20-25
Este es uno de los textos que nos muestra con más claridad el origen y los alcances de la tradición.

Es increíble como un dicho, una interpretación de un hecho o una información incompleta, puede transformarse en una tradición que a la postrer, llega a tener la estatura de la verdad.

Es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia de la iglesia. La verdad pura de las Santas Escrituras se ha ido acompañando de aditivos y tradiciones que han forjado una potente locomotora que no es posible detener. A veces, hasta parece más fácil velar el texto bíblico, que objetar la tradición.

Esta realidad indiscutible, no solo esta claramente visible en el catolicismo romano, sino que aparece enquistado en lo mas profundo del corazón de la iglesia evangélica. A veces las formas o modos, son más importantes y trascendentes que los principios fundamentales de la doctrina.
Lamentablemente, el poder de la tradición es lo que nos mantiene muchas veces, tan separados. Sin duda, esta locomotora pesada y sin freno, ha sido la causal de muchas divisiones y pleitos dentro del pueblo de Dios a través de la historia.
Es cierto que no es mucho lo que podemos hacer al respecto. Los sistemas y las denominaciones han creado verdaderas cercas o muros fronterizos que hasta limitan nuestra comunión. Es increíble, somos hijos del mismo Padre, tenemos la misma fe y la misma esperanza, pero estamos tan distanciados entre sí, que pareciera que fuéramos enemigos.

No obstante, la verdad es que los verdaderos creyentes somos hijos de Dios y comprados a un mismo precio, pero la deformación de la enseñanza nos ha llevado a formar verdaderos bandos con intereses partidistas.

Amados hermanos, ¿estamos dispuestos a vivir una continua reforma, lo que significa revisar diligentemente nuestras formas y principios a la luz de la Palabra de Dios y dispuestos, si fuera necesario cambiarlas?

¿Estamos con la noble actitud de aprender y despojarnos de aquel clásico “así me enseñaron y así me voy a morir”?
Debemos entender que la iglesia esta compuesta por seres pecadores y por consecuencia falibles, por lo tanto, debemos tener la humildad e hidalguía suficiente para aceptar la corrección o la rectificación de conceptos, ideas o inclusive doctrinas meramente humanas que con el tiempo obtuvieron ribetes o cariz de enseñanza puramente bíblicas.

No olvidemos el clásico ejemplo del pueblo de Israel, cuyos líderes enseñando mandamientos de hombres, deformaron la doctrina y los principios de Dios, por tal razón, el Señor los enrostra duramente:
“Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” Mateo 15: 7-9
Esta realidad que parece tan lejana a nosotros, a veces se ve con mucha frecuencia en nuestras iglesias evangélicas, en donde la gente juzga por la formas mas que por los principios. Se evalúa solo la liturgia; el cantar de pie o sentado, comenzar orando de rodillas o en las bancas, ponerse o no la corbata, etc. etc. Estos asuntos entre tantos otros, no son más que las deformaciones que deben ser sometidas a una constante reforma.
Hay muchas prácticas que observamos y que no tienen sustento en las sagradas escrituras, pero si llegamos a violar alguna de ellas, es como que si estuviésemos apostatando de la fe; eso es deformación.

Amados hermanos, el cristianismo no es una religión ni un listado enorme de formas que se deben guardar cual fariseos de antaño, el cristianismo es un organismo en movimiento, con dinámica y con objetivos. Cada miembro establece un trato personal con el Salvador lo que evidentemente establecerá la relación colectiva llamada iglesia.
La iglesia esta compuesta por personas pecadoras y como tal, inclinadas al error y a la deformación, por tanto, cada actividad, costumbre o tradición, ha de ser expuesta frecuentemente a una continua reforma. Que así sea, Amén.

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