“No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para
que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”
Romanos 12:2
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Uno de los tantos males
que llevamos en nuestra naturaleza caída por el pecado, es la
inclinación inherente al costumbrismo y a la tradición. Mucho se habla
de que los seres humanos somos “animales de costumbres” y cuando hay
cambios menores, medianos o radicales, rezongamos, pataleamos, pero al
fin de todo, terminamos acostumbrándonos.
Esta tónica que nos impone este mundo, se encuentra con una tremenda oposición a lo que Dios enseña en su Palabra.
El texto de Romanos 12:2, señala una clara exhortación a no “adaptarnos”
al mundo. La palabra “conforméis” que inicia el texto selecto,
proviene de un vocablo griego que alude la acción de moldear o preformar
algo, en este caso, moldearse según este siglo, es decir, según lo que
el mundo establece.
El mundo nos quiere moldear según sus intereses y formas, y de acuerdo a
sus afanes y logros. Por tal razón, la iglesia y cada creyente debe
tener la disposición a establecer permanentemente una continua reforma
para corregir aquella natural tendencia a la deformación. En otras
palabras, este mundo nos deforma, pero Dios quiere continuamente
reformarnos. El asunto es, ¿estamos dispuestos a vivir una continua
reforma?
La historia de la iglesia revela que desde el primer siglo se ha vivido
aquella experiencia de caer en moldes y parámetros que establece el
mundo, abandonado los principios de Dios. Recordemos la iglesia de
Éfeso que abandonó el primer amor o la tristemente célebre iglesia de
Pérgamo que se conformó a este siglo de manera absoluta (Apocalipsis 2)
Lamentablemente, en nuestra mente solo nos ha quedado el registro
histórico de la gran y única “reforma” protestante del siglo XVI y nada
más. De allí en adelante, la iglesia de Cristo se ramificó de las
maneras más diversas hasta la actualidad, sin observar masivamente la
disposición a la continua reforma. Por tal razón, el contante
divisionismo del pueblo de Dios.
No obstante, sí existieron movimientos de hermanos celosos y amantes de
la Palabra de Dios que dejando tradiciones y liturgias, experimentaron
continuas reformas, sacando del polvo del olvido, los anales de la
iglesia primitiva que gozaba de alegría y sencillez de corazón. Eran
épocas refrescantes y de legítimos avivamientos, donde los hermanos se
reunían al solo nombre de Jesucristo lejos de todo ritualismo o
extravagancias tan frecuentes en nuestros días.
Solo nos hemos quedado con lo ocurrido en el año 1517 cuando un hombre
de Dios llamado Martín Lutero, desafía al mismo infierno para decir NO a
la tradición y reivindicar los cinco pilares del cristianismo bíblico;
Solo Cristo, sola gracia, solo la fe, solo la escritura y solo la gloria
a Dios.
¿Pero que pasó con las generaciones posteriores a la memorable reforma
protestante? ¿Acaso Martín Lutero no continuó en un sistema preformado
según este mundo? ¿Acaso las iglesias post reformistas no mantuvieron
sus liturgias y tradiciones conforme a las demandas de este siglo?
La biblia enseña que debemos cada momento inspeccionar de manera
diligente como andamos y como esta nuestra situación respecto a la
perfecta voluntad de Dios, que es lo que justamente el apóstol Pablo
dice en la segunda parte del pasaje de Romanos citado anteriormente:
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“…sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la
buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” Romanos 12:2
“comprobando lo que es agradable al Señor. Mirad, pues, con diligencia
cómo andéis, no como necios sino como sabios” Efesios 5: 10-15
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El llamado apostólico a
“renovarnos” no tiene que ver con la actual premisa de crear un nuevo
paradigma de iglesia vanguardista como los falsos profetas enseñan
ahora, lo que está diciendo el apóstol Pablo es que debemos dejar los
moldes y acomodaticios mundanos y volver a la perfecta voluntad de Dios.
Dios desea que continuamente estemos mirando nuestro camino de manera
diligentemente, comprobando cual es la voluntad de Dios, y esto, porque
nuestro Padre celestial sabe muy bien de nuestra natural inclinación a
deformarnos.
La inclinación al error es propia de todo ser humano, inclusive
creyentes, es fundamental partir de esa premisa, ya que si alguien no
reconoce aquello, quiere decir que adolece de una tremenda soberbia o
altivez de espíritu.
El creyente es como un árbol en su fase de crecimiento; si no tiene una
vara que guíe de manera férrea su débil tronco, este se torcerá
inevitablemente y terminará por ser un grueso e imponente tronco, pero
deformado.
La Biblia y la pura dependencia del Espíritu Santo, es aquella vara que
ha de guiar el crecimiento de una iglesia y de cada creyente en
particular. No es la erudición de un hombre ni menos la larga y
ostentosa tradición, sino que Dios es quien da el crecimiento y el
óptimo desarrollo:
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“Así que ni el que planta es algo, ni
el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” 1 Corintios 3:7
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Es impresionante
observar con que facilidad nos moldeamos de acuerdo a las costumbres o
formas, lo que nos lleva constantemente a una deformación que
continuamente debe ser corregida.
A veces por asuntos personales y casi egoístas, se asientan doctrinas
de pasajes bíblicos aplicados de manera subjetiva y que alteran o
deforman la doctrina sana de una iglesia. Como en la actualidad existe
aquella deificación de los hombres predicadores, nadie duda de lo que se
está enseñando y por lo tanto, los errores terminan por convertirse en
tradiciones y que toman una fuerza extraordinaria con el tiempo.
A modo de ejemplo, cito la experiencia de aquel hermano misionero que
predicaba el evangelio asistiéndose con un enorme cuadro donde se
ilustraba los dos caminos y los dos destinos del hombre creyente e
inconverso. Dicha práctica se convirtió en un forma irrestricta de
predicar el evangelio en aquella congregación que nació con aquel
misionero. Eso es un claro ejemplo del poder de la tradición y que a
veces, nos lleva a deformarnos según una determinada costumbre y que
nadie esta dispuesto a revisar ni menos corregir.
La biblia muestra la experiencia real de lo que significa una idea deformada producto de la tradición:
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“..Este dicho se extendió entonces
entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le
dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga,
¿qué a ti?” Juan 21: 20-25
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Este es uno de los
textos que nos muestra con más claridad el origen y los alcances de la
tradición.
Es increíble como un dicho, una interpretación de un hecho o una
información incompleta, puede transformarse en una tradición que a la
postrer, llega a tener la estatura de la verdad.
Es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia de la iglesia. La verdad
pura de las Santas Escrituras se ha ido acompañando de aditivos y
tradiciones que han forjado una potente locomotora que no es posible
detener. A veces, hasta parece más fácil velar el texto bíblico, que
objetar la tradición.
Esta realidad indiscutible, no solo esta claramente visible en el
catolicismo romano, sino que aparece enquistado en lo mas profundo del
corazón de la iglesia evangélica. A veces las formas o modos, son más
importantes y trascendentes que los principios fundamentales de la
doctrina.
Lamentablemente, el poder de la tradición es lo que nos mantiene muchas
veces, tan separados. Sin duda, esta locomotora pesada y sin freno, ha
sido la causal de muchas divisiones y pleitos dentro del pueblo de Dios a
través de la historia.
Es cierto que no es mucho lo que podemos hacer al respecto. Los
sistemas y las denominaciones han creado verdaderas cercas o muros
fronterizos que hasta limitan nuestra comunión. Es increíble, somos
hijos del mismo Padre, tenemos la misma fe y la misma esperanza, pero
estamos tan distanciados entre sí, que pareciera que fuéramos enemigos.
No obstante, la verdad es que los verdaderos creyentes somos hijos de
Dios y comprados a un mismo precio, pero la deformación de la enseñanza
nos ha llevado a formar verdaderos bandos con intereses partidistas.
Amados hermanos, ¿estamos dispuestos a vivir una continua reforma, lo
que significa revisar diligentemente nuestras formas y principios a la
luz de la Palabra de Dios y dispuestos, si fuera necesario cambiarlas?
¿Estamos con la noble actitud de aprender y despojarnos de aquel clásico “así me enseñaron y así me voy a morir”?
Debemos entender que la iglesia esta compuesta por seres pecadores y
por consecuencia falibles, por lo tanto, debemos tener la humildad e
hidalguía suficiente para aceptar la corrección o la rectificación de
conceptos, ideas o inclusive doctrinas meramente humanas que con el
tiempo obtuvieron ribetes o cariz de enseñanza puramente bíblicas.
No olvidemos el clásico ejemplo del pueblo de Israel, cuyos líderes
enseñando mandamientos de hombres, deformaron la doctrina y los
principios de Dios, por tal razón, el Señor los enrostra duramente:
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“Hipócritas, bien profetizó de
vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; Mas su
corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, Enseñando como
doctrinas, mandamientos de hombres” Mateo 15: 7-9
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Esta realidad que
parece tan lejana a nosotros, a veces se ve con mucha frecuencia en
nuestras iglesias evangélicas, en donde la gente juzga por la formas mas
que por los principios. Se evalúa solo la liturgia; el cantar de pie o
sentado, comenzar orando de rodillas o en las bancas, ponerse o no la
corbata, etc. etc. Estos asuntos entre tantos otros, no son más que las
deformaciones que deben ser sometidas a una constante reforma.
Hay muchas prácticas que observamos y que no tienen sustento en las
sagradas escrituras, pero si llegamos a violar alguna de ellas, es como
que si estuviésemos apostatando de la fe; eso es deformación.
Amados hermanos, el cristianismo no es una religión ni un listado enorme
de formas que se deben guardar cual fariseos de antaño, el cristianismo
es un organismo en movimiento, con dinámica y con objetivos. Cada
miembro establece un trato personal con el Salvador lo que evidentemente
establecerá la relación colectiva llamada iglesia.
La iglesia esta compuesta por personas pecadoras y como tal, inclinadas
al error y a la deformación, por tanto, cada actividad, costumbre o
tradición, ha de ser expuesta frecuentemente a una continua reforma.
Que así sea, Amén. |
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