miércoles, 5 de septiembre de 2012

¡YO DECRETO…¡


Mario E. Fumero
            Entre las palabras modernas manipuladas por los falsos ministros para explotar la fe e introducir herejías destructoras en la iglesia,  esta la expresión de “yo decreto” la cual es un atentado brutal con el principio de la soberanía de Dios y el Señorío de Cristo, y para ello vamos a analizar a fondo el sentido etimológico de esta terminología, para demostrar su mal uso dentro de la iglesia evangélica.
El término “decreto” según la lengua española significa “Decidir o determinar una persona u organismo que tiene autoridad para ello: el juez ha decretado prisión para el detenido”. Según la enciclopedia es un tipo de acto administrativo emanado habitualmente del poder ejecutivo y que, generalmente, posee un contenido normativo reglamentario, por lo que su rango es jerárquicamente inferior a las leyes[1]. En el sistema monárquico  este término envuelve las ordenes emanada por un Rey que ejerce los tres poderes (Legislativo, ejecutivo y judicial) al cual deben sujetarse todos sus súbditos de su reino. Estos decretos son disposiciones menores en comparación con las leyes existentes y siempre proceden del gobernante o autoridad máxima dentro de un reino o gobierno. La expresión  Decretar se emplea en el sentido de resolver un asunto gracias a la intervención de un juez o de una autoridad gubernamental: decretar leyes. Determinar, resolver, ordenar, mandar y decidir son los términos equivalentes, no marcados en su uso y que son ejercidos por un rey, juez o gobernante.
En el sentido Bíblico se establece dos tipos de decretos. En primer lugar emana de Dios, al dar órdenes a su pueblo después de establecer estatutos o leyes (Núm. 9:14, Sof 2:3)  y en segundo lugar las emanada por un rey o príncipe para establecer una determinada conducta en sus súbditos (Esd 6:3, Dan 6:15) como hizo el Rey Darios. Por lo tanto, para decretar hay que tener autoridad de gobierno o señorío, pues es función de aquel que gobierna sobre todas carne.
Si el decretar es una función de autoridad suprema o gobierno ¿Sobre qué base ciertos ministros o pastores dan decretos a las personas que les ministran? ¿Y dónde aparece esta terminología en el Nuevo Testamento? Si Ud. busca una concordancia y consulta si aparece esta palabra en el Nuevo Testamento, vera que no aparece ni una sola vez, porque Jesús nos hizo siervos, y no gobernantes soberanos de un reino terrenal. El usar este término dentro de la iglesia por parte de un hombre es incorrecto,  además se vuelve herético cuando le ordenamos a Dios que haga lo que yo quiero. ¿Quién le dice a un presidente o jefe superior “yo te ordeno”?  ¿Quiénes somos nosotros para ordenarle a Señor Jesús o a Dios que haga lo que yo le quiero? Esto es incorrecto, inmoral e impensable dentro del sistema de un reino, y por lo tanto es una blasfemia.
Uno de los principios doctrinales más importante dentro de la teología cristiana es la proclamación de la soberanía de Dios, y en esta web hay muchos artículos sobre este tema. ¿Qué significa soberanía? según la clásica definición de Jean Bodin en su obra de 1576 se describe como soberano “«el poder absoluto y perpetuo de una República»; y soberano es quien tiene el poder de decisión, de dar leyes sin recibirlas de otro, es decir, aquel que no está sujeto a leyes. Aunque inmediatamente después, añade Bodin, “Si decimos que tiene poder absoluto quien no está sujeto a las leyes, no se hallará en el mundo príncipe soberano, puesto que todos los príncipes de la tierra están sujetos a las leyes de Dios y de la naturaleza y a ciertas leyes humanas comunes a todos los pueblos” por lo cual la soberanía es atributo exclusivo de Dios, y nadie puede usurpar este derecho. Por lo tanto, nadie puede decirle a Dios lo que tiene o no tiene que hacer, y aquel que hace decreto, además de exaltarse, esta usurpando un papel que no le corresponde, convirtiéndose en un blasfemo. Así que cuidado con usar este término para manipular a la gente, o manipular a Dios mismo. Tales ministros comenten acciones blasfemicas y heréticas, por lo tanto, dice la Biblia que de los tales apártate (2 Tim 3:5).

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