lunes, 10 de septiembre de 2012

LEVANTANDO BECERROS DE ORO

 
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“Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido” Éxodo 32:1
Este pasaje de las escrituras entrega variados e importantes elementos que amerita analizarlos cotejando sumisamente, la actitud del pueblo de Israel con la de nuestra iglesia actual. A partir de ese análisis, descubrimos una extraordinaria similitud, no tanto en los hechos históricos, sino que en la esencia y motivación de los mismos.

Es evidente que en la actualidad a nadie se le ocurriría fundir oro para levantar un ídolo como aquel becerro adorado por los israelitas, pero sí existen muchos “becerros” que en la hoy se han transformados en ídolos que usurpan el lugar que solo le pertenece al Señor. En nuestro tiempo, ya no son ídolos de fundición, sino que de carne y hueso cuyos incondicionales feligreses han erigido para que vayan delante.

En el pasaje bíblico citado, encontramos en primer lugar a un pueblo que comienza a desesperarse y desconcertarse frente a la ausencia del hombre que los acaudillaba. Era Moisés, quien había subido a la cima del Sinaí para recibir las ordenanzas de Dios, con cuyo dedo fueron esculpidas dos tablas de piedra como testimonio. En esa extraordinaria experiencia, Moisés tardó su descenso, cuyas consecuencias fueron la apostasía de un pueblo que necesitaba imágenes tangibles para sustentar sus decrépitos espíritus y deteriorada relación directa con Dios.

El pueblo sin el hombre, no era capaz de mantener su propia relación con Dios, pidiendo su dirección y protección. Por el contrario, Moisés no estaba y ellos necesitaban un reemplazo que les diera sentido a su ejercicio cultual y razón de ser. El espíritu meramente religioso del pueblo se revela con mucha claridad en el momento en que acuden ante el sumo sacerdote Aarón para que éste les pudiese hacer dioses para guiarles.

Y eso no es todo, además reconocen en Moisés, y no en Dios, la proeza de haber sido sacados de la tierra de Egipto. En otras palabras, se descubre a un pueblo que no solo, no tenía una relación estrecha con el Señor, sino que su sentido de culto era en base a un ídolo de carne y hueso llamado Moisés y que cuando éste les faltó, necesitaron imperiosamente un reemplazo que les guiara.
Como bien sabemos, Aaron sintiendo la presión ante la solicitud del pueblo, no escatimó absolutamente nada dando al pueblo lo que pedía y no lo que necesitaba, y tomando los zarcillos de oro de las mujeres y fundiéndolos, les erigió un becerro como objeto de culto. Las consecuencias de tal apostasía fueron terribles, en donde la muerte nuevamente mostró ser la paga del pecado.

En la actualidad estamos cruzando por una apostasía sin precedentes. En donde a lo bueno se le llama malo y a lo malo bueno, a lo amargo dulce y a lo dulce amargo, y no solo en el plano secular, sino que tristemente debemos reconocer que es la tónica dentro de la llamada cristiandad.

Es en este tiempo de apostasía donde la gente no solo busca ser guiada por un hombre, sino que además le atribuyen a ese hombre virtudes supra humanas, al igual que el pueblo de Israel que reconocía en Moisés la virtud de haberlos sacado de Egipto y nunca confesaron que fue Dios quien lo hizo, declaración que el mismísimo Moisés lo profesa en su oración intercesora:
“Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte?” Éxodo 32: 11
Lamentablemente los hombres, en lugar de poner sus ojos en Dios, constantemente la mirada es dirigida a un ídolo tangible, que se vea, que se pueda tocar y sentir, sea éste de madera, yeso, oro o de carne y hueso.
La biblia, de manera diametralmente opuesta a esta errónea actitud humana, nos enseña que nuestra mirada no ha de estar puesta en los hombres cual ídolos de antaño, sino que solo en El Señor:
“…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” Hebreos 12: 2
La biblia, no solo nos advierte de que nuestros ojos han de estar puestos en el Señor, sino que cataloga de maldito a todo aquel que pone su confianza y devoción en el hombre. La biblia dice:
“Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová” Jeremías 17:5
Este texto nos dice que existe la posibilidad de que alguien pueda reemplazar la confianza directa en Dios y ponerla en un hombre, y esto es justamente lo que ocurre hoy en día, llegando al extremo de que las feligresías ciegas, no logran ver la nitidez de la palabra de Dios y mantienen una actitud confiada e incondicional a su líder, considerándolo como un intercesor y un guía que debe ir delante. Nadie se atrevería a levantar cuestionamiento a lo que “su pastor” diga aún cuando adulteran o tuercen el texto sagrado, de hecho llegan a decir: “si mi pastor se va a al infierno, yo me voy con él”. Esta fidelidad a su líder, no tiene nada que ver con la obediencia y respeto que la biblia enseña que se ha de tener a quienes presiden a la iglesia, sean estos pastores u obispos. Es mas, la biblia dice, que si un guía ciego, guía a otro ciego, ambos caerán al hoyo (Mateo 15:14)

¿De donde ha provenido esta idolatría al líder cual becerro de oro de antaño? Mucho se ha criticado a la iglesia de Roma porque en sus dogmas existe la declaración de la infalibilidad papal, no obstante, aún cuando en la iglesia evangélica no exista dogmas ni estatutos determinantes frente a este punto, las membresías guardan tal fidelidad a “su pastor” que no les pasa por la mente que su líder pudiera errar al blanco o enseñar algo equívoco. La biblia es tan clara y precisa en aclararnos la correcta actitud que debemos tener frente a este punto, en especial al momento de analizar cada enseñanza que los líderes presenten a la iglesia, veamos:
“Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” Hechos 17:11
La biblia califica de “nobles” a los hermanos de Berea debido a que recibían la palabra con solicitud y escudriñaban las escrituras para ver si lo que Pablo enseñaba estaba conforme al texto sagrado. No obstante, en la actualidad estas actitudes que la biblia las cataloga como “nobles”, por muchos son consideradas como “cuestionamientos al ungido de Dios”, “blasfemias contra el Espíritu Santo”, “dudar de la enseñanza del pastor”, etc. etc. Esto es una niñería que no resiste análisis.
La iglesia tiene el deber de cotejar con la escritura, cada enseñanza y cada comportamiento de los líderes de su congregación. El asumir una actitud ciega frente al error del pastor u obispo, declara que el tal, se ha convertido en un becerro de oro intocable y abominable ante Dios.

Hoy se observa como se levantan becerros de oro; hombres que usurpan el lugar que solo le pertenece al Señor y que las mismas membresías han solicitado su fundición como objeto de culto, sin embargo, ante la ausencia del hombre, se desmorona todo. Lo que observamos en la actualidad es la antigua escuela cultual que intenta fabricar dioses. No es raro escuchar a personas llamadas evangélicas que dicen: “se me cayó el pastor del altar en que lo tenía” Hermano: ¿Quién te ha autorizado a poner a los hombrecitos en altares y contemplarlos cual ídolo?

Amados hermanos, es tiempo de volver a la sencillez de las escrituras, dejando de lado aquella antigua escuela de idolatría y de devoción por los hombres, recordando que solo uno es nuestro maestro, el Cristo, y todos nosotros somos hermanos (Mateo 23:8)

Son los mismos feligreses quienes hacen “dioses” de los hombres y los elevan a los altares, atribuyéndoles proezas y bendiciones, olvidando que solo es El Señor el que dispensa su gracia y su misericordia.
Es muy frecuente escuchar declaraciones que revela lo entronizados que las feligresías tienen a sus pastores, quienes casi son concebidos como seres impolutos o infalibles. Frente a esto, es poco lo que se podría criticar a la iglesia católica cuyos miembros adoran al papa, sus cardenales, arzobispos, curas o monjas.
Creo que siendo justo, la iglesia evangélica hace tiempo que debería hacer un “mea culpa” y reconocer que la idolatría y culto al hombre ya no son los males exclusivamente de la iglesia de Roma, sino que de la misma iglesia evangélica.

Ahora, el líder, no solo es un guía que aconseja o que escucha, sino que es un ídolo que intercede y que permite la dispensación de los favores de Dios. Es como que el hombre esta sobre los hermanos y sus oraciones mas cercas del trono de la gracia de Dios. Es muy frecuente escuchar hermanos que piensan que las oraciones del pastor son más eficaces que las propias, olvidando que cada creyente es un sacerdote y cuyo único mediador entre Dios y los hombres es nuestro Señor Jesucristo.
“y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” Apocalipsis 1:6

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” 1 Timoteo 2: 5
La biblia es clara y precisa en declarar que cada creyente tiene el mismo acceso al Padre por medio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y que no necesita de un intercesor humano para que sus oraciones o peticiones sean escuchadas, recibidas o concedidas.
A veces pecamos de mentirosos al decir que solo la iglesia de Roma es idólatra, ya que un ídolo no solo es una estatua de yeso o de madera, sino que también un ídolo puede ser alguien de carne y hueso como ocurre en el pueblo evangélico actual.
También cometemos el error de imputar exclusivamente al catolicismo respecto a la canonización de hombres, ya que también en la propia iglesia evangélica se observa una verdadera pleitesía por hombres elevados a los altares. Esta es la clásica actitud religiosa que hace ídolos y que se inclina ante ellos. Como ejemplo, recordemos la espontánea reacción de Cornelio cuando ve entrando a su casa al apóstol Pedro:
“Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre” Hechos 10: 25-35
Pedro cual legítimo siervo de Cristo, rechazó de inmediato cualquier acto de pleitesía o reverencia, situación tan diferente en nuestros días, cuando los hombres gozan ser recibidos en medio de aplausos, ovación o flameo de pañuelos, cual becerros de fundición.

La biblia condena la idolatría, entendiendo que se trata de cualquier cosa que se interponga entre Dios y los hombres, ya que el único mediador es solo el Señor Jesucristo.

Dios nos ayude a huir de aquellos altares donde muchos están levantando becerros de oro, intocables e infalibles, que pretenden usurpar el lugar de Cristo y robar la gloria que solo le pertenece al Señor. Que así sea, amén.

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